Gabriela Schuhmacher
Gabriela Schuhmacher
Alina (*), “es la canción de una adolescente”, de una remota adolescente que irrumpe en la historia de un viajero, de un peregrino que huye de su propio existencialismo. Transcurre en escenarios donde el abandono y las pérdidas se transforman en algo sacro. Es decir, donde no hay y sin tener, Alina logra salvar a los desposeídos, la conversión del falto de fe y el reencuentro con un estado amoroso olvidado: el estremecimiento de “esta ceremonia de buscarnos”. Aparece en su vida milagrosamente, en un tren suburbano y juntos escapan al borde del mundo: “no aceptábamos/ significantes que nos organizaran./ Ningún poder podía escribirse/ sobre nuestros cuerpos./ Estábamos perdidos,/ no inscriptos/ y por eso mismo/ desesperados”.
Alina es la enajenación, es otra y ninguna Alina, todas las preguntas insistentes y el silencio puesto en acto: “No hablaba. Un perro se cruzó/ en nuestro camino./ Entonces se abrazó al animal y lloró”. Alina, Albina, es la enviada, la mesías. Alina, logra retomar en él, cierta ensoñación extraviada: “situaba mis coordenadas/ en el espacio exacto/ entre la inocencia/ y la perdición”. Alina, nacida en tierra santa de Estonia o llegando espectral desde un planeta creado a la medida de su cuerpo, es extraña y débil, cada vez más débil y fantasmal.
Alina, al espiar el interior de una capilla abandonada, conoce la soledad de Dios. Al hacerlo, duda de su propia mortalidad, como si la melancolía fuera el mismo infinito o la esencia pura derramada; contra los azulejos del baño, cerca de los andenes, en una cama de hospital. Alina alunada, no advierte que al mirar el cielo estrellado, tanto la vida como la muerte pueden ser entendidas como efectos de la luz: efímeras, lejanas y azarosas.
Alina, a causa de su enfermedad, es una construcción en proceso de disolución: “los estados febriles propiciaban/ conversiones religiosas/ y visiones varias”. Este padecimiento parece forzar el entendimiento humano: adolecemos porque, sin atajos, nos vamos preparando hacia el silencio inorgánico.
Alina, nos hace creer que lo divino toma la forma de la realidad humana, al recitar el Bhagavad Gita o los libros santos en retablos de paso: una estación de servicio abandonada, una pared orinada por cuatro chicos, el rincón donde dormía el mendigo que se llevó la policía, donde abusaron a un chico o un gato fue atropellado. Alina, nos recuerda que entre lo sagrado y lo profano, la palabra como el canto, al decir de Rilke, es existencia. Existencia, que vamos perdiendo poco a poco, con el paso de cada tren.
Für Alina, es una obra poética pero también una melodía, ya que moldea en el lector, una imagen interna resonante. Como el músico compositor estonio Arvo Pärt, Galarza la escribe en un tiempo lento y meditativo, “que se continúa en su entorno”, al igual que la profecía en la piel de Alina, “¿Cuánto?/ Lo que dure el silencio” o el rito, de una promesa que nunca se cumple.
(*) Für Alina, de Javier Galarza. Editorial En Danza, 2018.