Por Néstor Vittori
Por Néstor Vittori
Coincidiendo con la nota de opinión del Dr. Eduardo Duhalde, publicada en El Litoral el domingo 10 de marzo, creo menester profundizar ese análisis que sale de la temática discursiva de la segunda mitad del siglo veinte, y nos coloca en la necesidad de discutir los problemas que ya está enfrentando la sociedad en el siglo XXI.
El debate del siglo XX, a partir de la revolución rusa de octubre de l917, fue entre capitalismo y comunismo, debate que culminó con la caída de este último en los países denominados del “socialismo real”, básicamente Rusia y sus satélites, la contracción de la Unión Soviética a la mitad del territorio ocupado desde Pedro el Grande, la independencia de la mayoría de las repúblicas de etnias islámicas y otro tanto con la evolución producida en China después de la muerte de Mao.
El debate de ese tiempo, que sin duda fue determinante de una evolución humanizadora del capitalismo, fue -en términos de Marx- la discusión entre los factores de la producción y la distribución del producido, retratado en la metáfora de la “lucha de clases”, y la presunta victoria del proletariado sobre el capital, como inevitable hilo conductor de la historia, que evolucionaría hacia una sociedad sin clases.
El debate actual ya no es ese, porque la evolución tecnológica ha puesto sobre el tapete sistemas de producción donde el hombre interviene mínimamente o no interviene, y las tareas humanas de antaño son realizadas por procesos automáticos, robóticos, organizados y dirigidos por algoritmos desarrollados en el marco de la Inteligencia artificial.
Ese mundo ya está con nosotros, y en su transformación de los sistemas productivos, sin duda ha comenzado a simplificar y expulsar tareas y puestos de trabajo.
La perspectiva del debate actual, para la clase política y las dirigencias intermedias, no es ya la defensa corporativa del empleo -de sus condiciones- y la sustentabilidad futura de las empresas en función del trabajo, sino la capacidad de evolucionar incorporando las nuevas tecnologías, que les permitan producir y competir en términos económicos.
El mundo del trabajo, cuyo debate, en términos ideológicos, se medía en orden a la supuesta explotación de los trabajadores por parte de los empleadores, al apropiarse de la plusvalía de su trabajo, va a desaparecer porque las máquinas, la tecnología de procesos, la organización y conducción de esos procesos de producción no estarán ya más, en manos de hombres, sino de máquinas y computadoras.
En este contexto, a nadie se le escapa que la caída o extinción de muchos puestos de trabajo entraña también la desaparición del salario de los trabajadores que pierdan su trabajo, y que, pese a los pronósticos de la recreación de puestos de trabajo producto de las nuevas tecnologías, nuevas empresas y nuevas actividades, hay consenso en que se van perder muchos puestos de trabajo.
Esta nueva realidad, dolorosa para los trabajadores, y peor aun para los que no sean capaces de reconvertirse prestacionalmente a los requerimientos de las nuevas tecnologías, va a generar potencialmente -sino se le encuentra una solución- una enorme caída en la demanda de consumo, que sin duda arrastrará a las empresas productoras de bienes y servicios, provocando una dramática contracción de la economía.
El desafío será, para las dirigencias, el de encontrar fórmulas que posibiliten poner recursos en los bolsillos de esa masa sin trabajo, de manera que puedan seguir consumiendo y, a partir de ese consumo, sosteniendo el flujo de la economía.
Hay ya en el mundo distintas discusiones y consideraciones respecto de esta cuestión, cuya resolución compromete una transición económica cuyos instrumentos habrán de explorarse, pero que son particularmente críticos para los países que, al no tener economías plenamente desarrolladas, no cuentan con un colchón de recursos que amortigüen ese tránsito y al mismo tiempo no pueden prescindir del cambio tecnológico, porque significa quedar fuera de toda posible competencia, condenados a un aislamiento desastrosamente involutivo.
El tren de la tecnología, significa la opción de la modernidad, aprovechando la libertad del hombre para capacitarse, inventar, crear y producir, utilizando las fantásticas oportunidades que esta brinda, en un contexto de progreso constante y veloz. El camino contrario es cerrarse en los viejos paradigmas conservadores de la tribu, como fue la perniciosa política de “vivir con lo nuestro” representados por una sociedad que resiste los cambios, que se aferra a estructuras que se desmoronan y que en esa resistencia se posterga a sí misma y a la evolución de las siguientes generaciones.
Bien plantea Duhalde la necesidad de superar la “grieta” instalada en conflictos que no tienen futuro, apuntando a unificar la voluntad ciudadana en un proyecto que mirando al futuro, supere discusiones inútiles y comience a sacar al país de la frustrante realidad de hoy.
El desafío será, para las dirigencias, el de encontrar fórmulas que posibiliten poner recursos en los bolsillos de esa masa sin trabajo, de manera que puedan seguir consumiendo y, a partir de ese consumo, sosteniendo el flujo de la economía.
La evolución tecnológica ha puesto sobre el tapete sistemas de producción donde el hombre interviene mínimamente o no interviene, y las tareas humanas de antaño son realizadas por procesos automáticos, robóticos, organizados y dirigidos por algoritmos desarrollados en el marco de la Inteligencia artificial.