Las horas que pasaron en esta ciudad, después del porrazo ante Venezuela, fueron de profundo silencio en el microclima de la Selección Argentina. Está claro que el golpe del Wanda fue durísimo, porque no quedó nada en positivo, ni siquiera esta vez la autocrítica del entrenador por el planteo, los cambios, la falta de un esquema que ayudara a resolver problemas adentro de un partido.
Se perdió, sí. Pero además de perderse en la chapa del marcador, se perdió la idea. Que hasta ahora, era algo que Scaloni mostraba desde su sorpresiva designación.
Lo único que hizo ruido, claro está, fue la salida de Messi. En este punto, luego de haber estado con gente de su entorno —El Litoral accedió a una camiseta exclusiva firmada por el “10” que se sortea en la web de nuestro diario—, sigo sin entender por qué se manejó tan mal la info de su ausencia en el segundo partido, el de mañana en Tánger (4 de la tarde de la Argentina y 21 horas de Marruecos).
“Hagamos la foto y la entrega de la camiseta en Madrid, porque después Leo vuelve a Barcelona”, afirmaron el jueves a El Litoral.
Estaba claro, como en las otras cientos de ocasiones: las estadísticas marcan que en este tipo de fecha FIFA por compromisos comerciales, siempre Messi juega el primer amistoso y nunca el segundo. Insisto: está pactado, pautado y hablado. Siempre fue así.
Esas son las cosas que, estando lejos en la redacción de El Litoral o ahora al lado de la Selección (nos estamos mudando de Madrid a Tánger), no dejan de sorprender. Y de doler.
Quizás la explicación, esta vez, sea comercial. Por lo que estaba en el contrato. Pero para muchos, el “10” quedó otra vez expuesto de manera innecesaria. ¿Para qué “lesionarlo” si se sabía que al África no cruzaría?.
Lo que está claro es que la gente común se empieza a dar cuenta de algo que los especialistas, ex jugadores y entrenadores advierten claramente: el problema de la Selección no es Messi. El problema de la Selección es la Selección misma.
“Devastado por décadas de corrupción, el fútbol argentino es una ruina”, escribe el colega Diego Torres en su columna del diario español “El País”. Es así como nos ven en el mundo y es así como no nos queremos ver.
Le pedimos a Messi que haga cosas que nunca hace en el Barcelona pero no le damos nada de lo que el “10” tiene en el Barcelona.
Se le pide, por ejemplo, que meta un grito o putee en el vestuario, por caso el otro día en el Wanda. En el descanso o al final con el 1-3 consumado. Si no lo hizo nunca en años, ¿por qué lo de debiera hacer ahora?.
En Barcelona le dan afecto, cariño, amor, contención. Allá lo “miman”, acá lo cagamos a palos. Adentro y afuera de la cancha.
En Barcelona le dan esquema de juego, soporte táctico, socios. Allá, siempre hay “buscadores de pelota” para dársela limpia en los metros finales.
Acá, el otro día en el Wanda, se tiró al piso para evitar una contra de Venezuela. Pero, además, debió soportar el gesto de uno de los dos “5” con la orden de “vení, bajá a buscarla”. Una imagen ordinaria por donde se la mire. Sin palabras.
Lo explica claramente Jorge Valdano, con esa sensibilidad increíble del que jugó y lo puede transmitir.
En su artículo en el diario “El País”, el campeón mundial en México ’86 separó al Messi de Barcelona del Messi de la selección. Del primero rescató cómo el club lo moldeó desde que llegó a la ciudad siendo un adolescente: “El Barça formateó el fútbol de Messi con su singular método porque los hábitos condicionan a todo el mundo, incluido a los genios”, escribió.
Se sabe: Messi ha logrado ganar todos los títulos grupales e individuales posibles con esa camiseta. Es, en definitiva, el máximo símbolo de una era del fútbol que lo encumbró para siempre.
“En el Barça, el juego de Messi fluye porque todo el equipo sabe potenciarlo. En la Selección Argentina, el contexto es otro. Demostrando una evidencia: es mentira que jugar al lado de un genio sea fácil”, sostiene Valdano, enfático.
Es entonces cuando su enfoque se posa sobre lo que sucede con Messi en el contexto argentino, desarropado de la contención que disfruta en Barcelona. Los últimos párrafos unen la capacidad de Valdano de jugar con las palabras con su talento analítico. Dice: “(En la selección) Tiene amigos, el deseo de pagar la deuda del exiliado, la presión de ser el número uno, pero ninguna de las condiciones futbolísticas y sociales que le consagraron. En el Barça llega puntual a todos los balones. En la selección o llega antes, o llega después o no sabe dónde llegar. Un genio desconcertado. Un entorno hostil. Un desperdicio descomunal”.
Uno no pretende que cada lector o espectador de fútbol ante un televisor tenga la claridad de Jorge Valdano.
Pero después de lo que pasó en el Wanda el viernes, la gente se da cuenta que el problema no es Messi. El problema de la Selección Argentina es la Selección Argentina.
La Selección se despidió de esta ciudad española con un doble turno en la ciudad deportiva del Real Madrid. Con el acceso vedado para la prensa, entre ellos El Litoral.
Sin Messi y sin el Pitty Martínez, ahora todo apunta al partido de mañana en Tánger contra Marruecos. Irá a las 21 hora local, cuatro de la tarde de Argentina.
Antes del papelón Venezuela, la idea de Scaloni era rotar, rotar o rotar. Ahora, más allá que está confirmado como el DT de la Copa América en Brasil, sabe que se juega mucho. En verdad, se juega más Scaloni que Argentina en la excursión africana.
Habría, desde el vamos, tres nombres importantes para arreglar el lío sin Lío:
1) En el arco, Esteban Andrada
2) En el bloque defensivo, Germán Pezzela
3) En el medio-ofensivo, Pablo Dybala.
Así, con más dudas que certezas, la Argentina cruzará al África para jugar con Marruecos. Y sin Messi, claro está.