Omar Espinosa, guitarrista oriundo de Salto (Uruguay), vive en París desde 1978, y se convirtió en guitarrista de Mercedes Sosa durante tres años, desde la llegada de la tucumana a Europa hasta su regreso triunfal, registrado en el disco en vivo “Mercedes Sosa en Argentina”. El próximo jueves formará parte del tributo a la cantora que se realizará en el Teatro Municipal (San Martín 2020) desde las 21.30. Allí acompañará las voces de Gabriela Roldán, Patricia Barrionuevo y Nilda Godoy, de la mano del Néstor Ausqui Cuarteto y un seleccionado de músicos santafesinos.
Antes de arribar al país, de paso por Uruguay, dialogó con El Litoral sobre sus andanzas junto a la mítica voz argentina.
—Viene a Santa Fe con este homenaje a Mercedes Sosa, con Néstor Ausqui han compartido escenarios. ¿Qué han preparado para la ocasión?
—Nació la idea con mi amigo Néstor Ausqui de hacer el homenaje: fue una idea fugaz, nos pareció buena. Varias cantantes se van a acoplar en temas emblemáticos que ella grabó en el Ópera de Buenos Aires en el ’82, en el disco “Mercedes Sosa en Argentina”; yo las voy a acompañar. Santa Fe es un vivero de músicos y cantantes, se fue armando poquito a poquito.
—¿Cómo conoció a Mercedes y cómo fue la experiencia de colaborar con ella en su exilio y regreso?
—Mercedes se instaló en París en el ’80, porque ya no podía cantar más en la Argentina; su guitarrista, Colacho Brizuela, se volvía al país. Ella buscaba un guitarrista que viviera en París, y un amigo en común, Horacio Molina (cantante argentino que estaba allá) le dijo: “Tengo el guitarrista para vos: Omar Espinosa, el uruguayo”.
Yo no estaba en París, pero cuando volví nos contactamos, la fui a ver a la casa. Fui con la guitarra. Me dijo de hacer algo, salió “Alfonsina y el mar”, le pregunté en qué tono la cantaba, e improvisé una introducción, una cadencia y empezó a cantar. Cuando iba a atacar la segunda introducción me dijo: “Ya está: empezás la semana que viene en Río de Janeiro”. Después Colacho me pasó los temas y empezamos.
Fue una colaboración europea al principio, los dos solitos, ella con el bombo y yo con la guitarra, en el ámbito cultural, en teatros con 600, 800 personas. Siempre había lugar para ella, era conocida allá, sobre todo en la colonia sudamericana en Europa, donde había muchos exiliados de todos los países. Cuando ella cantaba se llenaban los teatros.
Después unos empresarios españoles empezaron a ofrecer sus recitales en América Latina, y empezamos a viajar a Brasil, Venezuela, Colombia, Panamá, a hacer giras multitudinarias en estadios de fútbol, con 15.000, 20.000 personas. Ahí ya agregábamos un bajo y una percusión.
Durante tres años participé con ella, cuando volvimos a la Argentina, creo que en febrero del ‘82, al Teatro Ópera. A partir de ahí ella comenzó a cantar en el país. Hicimos una gran gira americana, que comenzó en noviembre. Hicimos toda la Argentina: Rosario, Santa Fe, Córdoba, Salta, Jujuy; después fuimos subiendo por Brasil, Colombia, Venezuela, Panamá, hicimos la Costa Este y la Costa Oeste (de Estados Unidos) hasta Canadá. Ahí volvimos a Colombia, hicimos una gira grande ahí, y terminó mi colaboración con ella, que volvía a la Argentina, y yo a París.
—¿Alguna anécdota de aquellos años?
—Hay muchas. Una vez que se contactó conmigo y arreglamos para trabajar se instaló en Madrid; así que yo iba a Madrid cuando había giras en España, Islas Canarias, y ella por París cuando eran por el norte de Europa, por ejemplo en Suecia, Dinamarca, Noruega, Alemania. Era nuestro sistema de trabajo: yo dormía en una habitación en su departamento, y ella en el mío. Era muy familiar nuestro trato, nuestra comunicación diaria: éramos como hermanos.
En Madrid todas las noches había reuniones de intelectuales y artistas argentinos que pasaban y la iban a ver, había comidas. Ahí nacieron cosas muy emblemáticas. Una noche llegó Piero y le dijo: “Mirá, Negra, tengo este temita que acabo de componer”. Era “Soy pan, soy paz, soy más”. Agarró la guitarra, lo empezó a cantar, y Mercedes tenía un walkman, que en aquella época era el aparato para grabar, y lo grabó. Al otro día en el desayuno me dijo: “Agarrá la guitarra, vamos a hacer el tema de Piero”. Empecé a improvisar unos arpegios que quedaron para siempre, hice el arreglo de guitarra, y ese mismo día teníamos un recital en la universidad de Madrid. Ella improvisaba mucho en el escenario, y en pleno concierto me dijo que lo hagamos; tenía la letra en un atril. Fue un éxito increíble entre los estudiantes. y a partir de ahí lo hicimos en todos lados. Cuando fue al Teatro Ópera se cantó, se grabó y quedó como uno de los temas emblemáticos de ella.
—Colaboró con un montón de figuras de allá que estaban allá, al tiempo que realizó proyectos personajes como compositor e intérprete. ¿Cómo fue hacerse un lugar en la escena europea habiendo salido de Salto?
—Fue todo muy progresivo. En Salto me crié con las milongas de campo, sin estudios. Fui a Buenos Aires y estudié seriamente con muchos profesores, hasta que llegué a tener una escuela de guitarra con Néstor Santos, un guitarrista que tenía mucha trayectoria. Luego tuve muchos contactos con franceses, a través de los cuales fui a hacer giras a Francia como solista de música popular latinoamericana a algunos festivales.
Así aterricé en París; al llegar toqué en un festival ahí, después en otro en Le Mans, de ahí a la BBC para América Latina, y en un café concert de Londres. Luego en La Haya y Tilburg, en Holanda: concierto en salas prestigiosas.
Uña Ramos estaba buscando un guitarrista, fui a verlo, y empecé a trabajar con él inmediatamente, inclusive preparamos un disco en el que hice algunos arreglos que ganó el premio Charles Cros). Él fue el emblemático quenista que tocó “El cóndor pasa” con Paul Simon, y en Francia era un artista de una fama increíble: todo el tiempo tenía radio, televisión y giras artísticas. Trabajé uno o dos años, hasta que apareció Mercedes.
Éramos muy amigos con José Luis Castiñeira de Dios, del grupo Anacrusa, que hacía arreglos de música de películas, director de orquesta: con él hicimos grabaciones. Con Jairo también grabé dos discos, pero no hice escena. Con Miguel Ángel Estrella y Castiñeira de Dios formamos el Cuarteto Dos Mundos, que tuvo una trayectoria internacional muy larga: hace 30 años que hacemos giras por todos lados.
Entre tanto con (Astor) Piazzolla hice “María de Buenos Aires”, que se estrenó en Tourcoing, después se hizo una gira por Francia e Italia: integré el quinteto de base de Piazzolla haciendo la guitarra electroacústica. Después con los otros músicos hicimos un disco llamado “París Tango”, pero sin Piazzolla: nuestro bandoneonista era Richard Galliano, un gran bandoneonista francés, hizo una carrera enorme; viene del jazz, pero toca mucho Piazzolla. Años viajando: tuve suerte.
—Vivió más años en Francia que en Uruguay, aunque siempre volviendo. ¿Cómo se vive esa separación?
—Nunca sufrí, porque nunca me fui de mi familia, de mis vivencias, a veces venía tres o cuatro veces por año, y siempre me daba una vuelta por la casa de mis padres y amigos. En la época en que estaba con Mercedes me casé con una francesa (Mercedes vino al casamiento), tuve tres hijos, y cada vez que tomaba un avión a París volvía a mi casa.
Creo que es una cuestión de espíritu de cada uno. Siempre fui volátil, desde los 15 años cuando era un adolescente cuando comencé a tocar la guitarra por los pueblos con otros músicos que me llevaban: era un gurí, en un lugar la policía me dijo: “Tenés que volver a tu casa, tomátelas porque sos menor”.
Siempre tuve arraigo cultural, pero no otro. Nunca extrañé nada. Tuve un espíritu de curiosidad cultural: voy a un país y me gusta comer la comida de ahí, no busco el bife con papas fritas que la gente extraña. Me adapto adonde voy: eso colaboró, nunca tuve nostalgia.
Y después de 40 años pienso en francés, lo hablo y lo escribo, tal vez tengo más amigos franceses que latinoamericanos.