Algunos colegas ecuatorianos hablaban de 3.000; otros decían que algo menos. No es cuestión tampoco de entrar en discusión respecto de la cantidad, algo que sólo se puede calcular “a ojo”. Importa valorar el esfuerzo que se hizo por amor, por pasión, y también esas historias que se escribieron –se siguen escribiendo- por parte de aquéllos que, por ejemplo, viajaron casi una semana en auto, cruzando paises, en rutas desconocidas, algunas de ellas peligrosas, para llegar a esta Quito sorprendida y hasta alarmada por semejante movilización.
Se juntaron en la caravana del martes e hicieron eclosión el miércoles al mediodía en el hotel, cuando el plantel arribó de Guayaquil apenas a siete horas del partido, como para evitar o disminuir los efectos de la altura. En el hotel, nadie podía entender lo que estaba pasando. Las caras de Madelón y de los jugadores fueron ampliamente demostrativas y en algunas de ellas se dejaba ver la emoción que flotaba en lágrimas por los ojos. Lo dijo el propio entrenador luego del partido: “Estos jugadores juegan por la camiseta, sienten el escudo y están muy mal por no haberles podido brindar una alegría a la gente”.
En la cancha, el desafío se multiplicó y el esfuerzo se redobló: la lluvia persistente y una temperatura que fue bajando a medida que transcurrió la noche, hizo mella en esos cuerpos algo cansados por el viaje pero que habían recobrado fuerzas en las horas previas y en los 90 minutos del partido. Los jugadores de Unión lo reconocieron después del partido en el vestuario. “Quiero hacer un párrafo aparte para la gente, porque gritaron todo el partido y nos hicieron sentir locales. Unión fue local y los gritos de los hinchas fueron el común denominador durante los 90 minutos”, dijo Mauro Pittón, alguien que siente como pocos la camiseta porque prácticamente “nació” pateando una pelota en Unión.
Fue emotivo antes y elogiable durante y después, lo de la hinchada de Unión. Esa multitud no dejó de alentar y despidió con aplausos y con una sincera demostración de agradecimiento a los jugadores a pesar de que no se jugó para nada bien y que hubo que soportar, además, el sufrimiento extra de los penales.
Ya desde hace tiempo que se nota que hay una comunión muy especial entre la hinchada y el equipo. Se levanta a partir de la consideración que hay respecto de la figura del técnico. Pero los jugadores supieron interpretar el valor del respeto y el sentido de pertenencia por el club que los eligió. Eso es lo que el hincha valora. Por eso, no hubo reproches por la derrota y la eliminación. Al contrario, la mezcla de resignación y agradecimiento fue la que se impuso “por goleada” en la consideración de esa multitud enfervorizada que llegó ilusionada a Quito y se fue con las manos vacías pero con el pecho erguido por esta demostración de pasión y amor por la camiseta.
No son tiempos de vacas gordas ni de plata fácil para nadie. Muchos de los que ya emprenden el regreso a Santa Fe –largo para todos- sabiendo que fueron protagonistas de un 17 de abril que no se podrá olvidar. La fiesta no fue completa porque el resultado no ayudó. Pero esa pasión por Unión, esa emoción, esas lágrimas derramadas, esa lluvia que los mojó durante los 90 minutos y que soportaron estoicamente, ese aliento que se hizo escuchar siempre y esas gargantas enrojecidas y que dejaron las cuerdas vocales a la miseria de tanto grito, son el recuerdo invalorable, el tesoro que todos los tatengues que estuvieron en esta noche de Quito se llevarán en el fondo del corazón hasta el último de sus días. Por todo eso, ¿qué importa el resultado?