Por Néstor Vittori
Por Néstor Vittori
El problema económico de la Argentina, no es económico sino político.
Si fuera económico sería fácil de resolver, simplemente haciendo los ajustes estructurales y funcionales que hace cualquier ama de casa cuando los recursos no alcanzan.
Sin ir más lejos, y a pesar de la resistencia, es la propuesta de plan económico elaborado por el FMI, en su monitoreo de la economía Argentina, pero que además sería la propuesta, que con matices, haría o hace cualquier economista serio que observa nuestra realidad.
Pero Argentina, en particular una gran mayoría de los argentinos, vive el ensueño de la mentira y se niega a aceptar la realidad, sus incongruencias y sus necesarios remedios. Patéticamente también una mayoría de la dirigencia política; los que no tienen responsabilidades de gobierno, se enrolan en la mentira y la multiplican para generar opciones, particularmente en tiempos electorales.
Las propuestas de solución que realizan, invocando medias verdades, o aspiraciones obvias de cualquier sector para conseguir la habilitación del espacio de poder mediante el voto, no reparan momentáneamente en la imposibilidad material y temporal de cumplir con las mismas, amparándose de antemano para ese incumplimiento en una supuesta grieta que los separa del sector enemigo, que elige la verdad, que admite sus fracasos y reconoce sus incumplimientos.
Dramáticamente una gran parte de los argentinos no está en condiciones de discernir lo verdadero de lo falso como consecuencia de sus penurias cotidianas, entonces cualquier promesa, aunque la sepan improbable, les llena el espíritu pero no el estómago.
Una gran parte de la argentina, vive todavía en una pre modernidad, donde el mito resulta unificador, aunque nos conduzca al abismo o al fondo del mar.
Siempre recuerdo una obra de la poesía épica griega: La Odisea; en ella, Ulises, en su derrotero de retorno a su casa, sabe que va a tener que afrontar el tentador y mortal canto de las sirenas, que con su poder de atracción habrían de estrellar su nave contra las rocas cercanas a la costa, y entonces les ordena a sus tripulantes taparse los oídos para no escuchar y les pide que a él, que sí quiere escuchar, lo aten al mástil de la nave de modo de inmovilizarlo y así protegerse de la tentación de conducir la nave siguiendo la atracción del canto.
Jürgen Habermas comentando la obra de Horkheimer y Adorno “La dialéctica de la ilustración”, refiere este hecho como un principio de la emancipación del individuo frente al mito, el comienzo del desarrollo de la autoconciencia, el asumirse consigo mismo, que dará lugar al proceso reflexivo que habrá de culminar con la racionalidad derrotando, a la postre, al poder unificador del mito.
Buena parte de los políticos argentinos, son incapaces de atarse al mástil y mucho menos pedirles a sus marineros que se tapen los oídos, aunque saben de antemano que se van a estrellar contra las rocas y naufragar.
El mítico canto de las sirenas, los atrae, en una especulación egoísta, donde el poder y la corrupción asociada, los salva aunque sus pobres marineros se estrellen contra las rocas de la mayor pobreza, de la indigencia y de un mundo sin futuro.
Por eso la afirmación del primer párrafo: el problema no es económico sino político, y solamente puede resolverse si los distintos sectores entienden que salvo los beneficios de la corrupción, gobernar en las condiciones actuales, es la garantía de una frustración inevitable, salvo que acuerden un piso de consensos básicos que se respetarán gobierne quien gobierne, afecte a quien afecte, y contribuirán legislativamente a generar todos los ajustes que las circunstancias requieran.
Esto sin duda significa atarse al mástil, para resistir las tentaciones fáciles del populismo, que permanentemente ofrecen un retorno al mito de una hegemonía carismática, que aparece como verdadera y posible, pero que a lo largo de los años, nos ha estrellado contra las rocas en las que hemos naufragado.
El gran desafío es afrontar un cambio que implique remover todos los obstáculos que impiden la necesaria modernización del país, cambio éste que a partir del entendimiento de lo que habrá de aportar y sufrir cada sector, nos permita dar vuelta una ecuación que nos condena de antemano a seguir estrellándonos contra las rocas.
Es necesario comprender que el mundo está viviendo conflictos cada vez más intensos producto del cambio tecnológico, que en la expulsión de empleos y requerimiento de nuevas capacidades, genera fuertes sentimientos de inestabilidad y temor sobre el futuro, que afecta a millones de personas que consecuentemente buscan horizontes que puedan contenerlos.
El autoritarismo, ante esas condiciones, está a la vuelta de la esquina, y muchas personas comienzan a descreer de la democracia, habilitando condiciones de hegemonismo, tras las expectativas de encontrar soluciones en los liderazgos carismáticos y en el resurgimiento de los nacionalismos, encerrando o pretendiendo encerrarlas en fronteras físicas, apuntando a un “vivir con lo nuestro” cuya consecuencia en el universo cercano son Cuba, Nicaragua o Venezuela.
Paradójicamente, Argentina tiene en su cultura política un fuerte componente autoritario y nacionalista, representado en gran medida por los sectores fascistas del peronismo, que en su última versión de izquierda, con Cristina Kirchner, esbozó un camino paralelo al de Chaves y posteriormente al de Maduro en Venezuela cuyos resultados están a la vista.
No estuvimos tan lejos de comenzar a vivir el calvario venezolano, y muchas de las carencias que luego se subsanaron, fueron estadios previos de lo que allí viene sucediendo.
Es de esperar que la política de respuestas sensatas en el nuevo escenario electoral, que no nos introduzcan en un debate que inevitablemente profundice la decadencia, porque esa cuenta ya no tiene saldo, y cuando cunde la desesperación, las respuestas en gran cantidad de casos son la violencia y la confrontación entre hermanos.
El mítico canto de las sirenas, los atrae, en una especulación egoísta, donde el poder y la corrupción asociada, los salva aunque sus pobres marineros se estrellen contra las rocas de la mayor pobreza, de la indigencia y de un mundo sin futuro.
Buena parte de los políticos argentinos, son incapaces de atarse al mástil y mucho menos pedirles a sus marineros que se tapen los oídos, aunque saben de antemano que se van a estrellar contra las rocas y naufragar.