Domingo Sahda
Domingo Sahda
En el espacio del Museo Municipal de Artes Visuales Sor Josefa Díaz y Clucellas (peatonal San Martín 2068, ciudad de Santa Fe) se exhibe una exposición que lleva por título distintivo “Atlas. La zona Muestra en proceso”, coordinada por el artista plástico santafesino Andrés Dorigo. De la misma participan varios autores mediante trabajos autónomos resueltos en el plano y en el espacio tridimensional según voluntad de sus participantes.
“Pareciera como si se verificara aquella presunción, un tanto malévola, de K. Manheim en el sentido de que las utopías son figuras progresistas en sus primeras etapas, transformándose posteriormente en ideologías. Da la impresión, en efecto, de que a medida que han alcanzado su reconocimiento o institución social, las vanguardias no sólo aplazan su realización en la historia, sino que se vacían de los contenidos más agresivos hasta legitimar las integraciones más miserables” (Del arte objetual al arte del concepto”, Marchan Fiz, Simón, Ediciones Akal Arte y Estética, Madrid, España).
El concepto más arriba transcripto refleja la impresión de la muestra antes citada que alberga la institución antes indicada. Un cúmulo disperso de proposiciones, las que sólo pueden, eventualmente, apreciarse como precarias resoluciones materiales, las que suponen constituirse en un “corpus artístico”, resuelto tanto en el plano como en el espacio tridimensional, cual hipótesis creativas superadoras. El intento flaquea en todos sus términos, más allá de la hipotética imaginación puesta. En algún sentido remite al propósito llevado adelante en el por entonces Instituto Di Tella, mediante la gestión del Ing. Jorge Romero Brest cuatro décadas atrás en la ciudad de Buenos Aires. El evidente “non sense” del planteo visual a la vista determinó la pronta clausura de la muestra y la consecuente renuncia y olvido de su gestor.
A mediados del siglo XIX en la ciudad de París, epicentro de la cultura europea toda, por ende de la sociedad occidental, se preanunciaba el fin de la representación realista-figurativa mediante el dibujo, el grabado, la pintura y la escultura, convirtiéndose la fotografía en la instancia superadora de toda creación del registro visual entendido como lenguaje vinculante.
No obstante ello y sin las presunciones de muchos “creadores adelantados”, el signo visual coherente, geometrizado o sensible, en el marco de un ordenamiento expresivo vinculante, ha permanecido como registro desde tiempos prehistóricos, superando hipótesis superadoras como símbolo y signo de la inteligencia humana por expresar-se. La apetencia por diferenciarse del entorno presumiendo “avances superadores” no supera el tono de manualidades prolijas y autosuficientes. El arte visual, el lenguaje expresivo de las formas vinculantes y significativas: ausente.
En mérito a la verdad, una desordenada acumulación de proposiciones visuales plana y de volumen de diverso calibre y calidad de ejecución, plagadas de estereotipos a la vista. De suyo se interpreta que el “lenguaje visual” es un vínculo perceptible, cognoscible y comunicable capaz de tener lazos de pertenencia e identificación, y posee estructuras y resoluciones que superan las circunstanciales modas y modos pronto superados. El arte visual a lo largo de las centurias ha superado banalidades circunstanciales que hacen de la hermeticidad de su discurso, cuando no de su ausencia de proyección comunicacional alguna. No se trata, quede claro, de avalar el “academicismo” y la reiteración ordenada y preestablecida, sino de expresar, en el marco del lenguaje específico, las razones de su “ser y estar”. En tanto el objetivo subyacente de ésta, y de otras propuestas, se estructure en torno a lo insólito, lo disperso y contradictorio en busca de “lo nuevo”, intentando convocar y ser distinguido como “artista plástico/visual” estamos en problemas. Digo, es un decir.