Los entrenadores siempre hablan de la necesidad de tener dos jugadores por puesto. Nunca se cumple. Es cierto que el cambio en la reglamentación (primero las tres modificaciones y luego la extensión a siete en la cantidad de suplentes) permite pensar en que 22 jugadores es poco para conformar un plantel. Deberían ser 22 en condiciones de jugar y los pibes que a lo largo del año se pueden ir incorporando. ¿Cuántos?, ¿2, 3, 4?, seguramente no más que eso.
A lo largo de la flojísima Superliga en la que Colón salió dentro de los cuatro últimos lugares, se utilizaron ¡35 jugadores! Y estamos hablando de una temporada corta en cantidad de partidos. Fueron 25 de la Superliga más los dos de la Copa de la Superliga. En total, 27 partidos entre ambos torneos, que es una cantidad exigua si nos ponemos a pensar en un año futbolístico, en una temporada completa (eran 38 cuando se jugaban Apertura y Clausura o muchos más si nos remontamos a los tiempos de los desaparecidos Metropolitano y Nacional).
Pero no todo termina allí: a estos 35 jugadores se le deben sumar Chicco, Haas, Aylagas (los tres arqueros que fueron al banco) y Facundo Garcés, quien tampoco debutó pero estuvo alineado en algún banco de relevos. O sea, la cifra se eleva a ¡39 jugadores! Muchísimos, demasiado, por más que algunos de ellos se fueron, otros vinieron y nunca estuvieron los 39 juntos. Pero esa es la cantidad de futbolistas que se utilizó, en una temporada que deja no sólo el saldo negativo en lo futbolístico, sino también en lo económico. En todo caso, si hubo déficit se pudo enjugar con lo que Colón ya ha cobrado de Alario (el presidente Vignatti dijo que está “terminado y cobrado”) y con la venta de Conti (todavía queda una cuota a cobrar) y también la de Javier Correa y la de Jonathan Galván.
Pero a lo que se apunta en este análisis es a lo deportivo. En la mayoría de los casos, el rendimiento de los jugadores ha sido flojo, por debajo de su nivel y, con ese declive futbolístico, también la pérdida de su valor adquisitivo y las dudas que en muchos casos se plantea para la renovación o inclusive para su continuidad. Hay jugadores que tienen contrato vigente y que sus casos serán analizados debidamente por el cuerpo técnico y, en caso de llegar, por el manager o secretario deportivo que ronda por la cabeza de Vignatti, aunque todavía sin concreción alguna ni gestiones firmes en marcha (Sebastián Battaglia, Cristian Castillo y Mario Sciacqua, que seguirá en Patronato, fueron algunos de los nombres surgidos).
Un arquero (Burián), diez defensores (Cadavid, Escobar, Godoy, Olivera, Ortiz, Quiroz, Clemente Rodríguez, Schmidt, Toledo y Vigo), dieciseis volantes (Bastía, Bernardi, Celis, Chancalay, Chávez, Estigarribia, Fritzler, Braian Galván, Santiago Pierotti, Mariano González, Heredia, Mateo Hernández, Moschión, Alan Ruiz, Zuculini y Zuqui) y ocho delanteros (Bueno, Correa, Esparza, Zurbriggen, Leguizamón, Morelo, el Pulga Rodríguez y Sandoval).
El caso de Ariel Chávez es el más sorprendente. Muchos hinchas de Colón se preguntarán quién es, pocos lo recordarán. Llegó de Almagro, lo trajo Domínguez, quizás la apuesta fue como en su momento se hizo lo de Leonardo Heredia, un enganche de Almirante Brown que se destacaba en la divisional y que en Colón lo utilizaron mucho de volante por los costados o de delantero, pero muy pocas veces en el puesto natural en el que brillaba en el ascenso. Chávez jugó un solo partido. Inadvertido para la inmensa mayoría, por no decir para casi todos. O todos.
Esta acumulación de jugadores no es sana, ni deportiva ni económicamente. También le quita el espacio a los que vienen de abajo. Hay jugadores que ya hace años que están en situación de ser tenidos en cuenta alguna vez para saber si pueden o no convertirse en alternativas, pero nadie lo pone (caso Garcés). Otros están demasiado tapados, injustificada y lastimosamente para los intereses del club (caso Tomás Sandoval), perdiendo continuidad, experiencia y cotización.
De esto también se ocuparía un buen secretario técnico, no sólo para evitar que el plantel se llene de jugadores (pregunto: esa acumulación, ¿no termina siendo perjudicial y problemático para el entrenador?) sino para que la política deportiva contemple a los chicos del club. Chicco o Haas deben tener alguna vez su chance de jugar, a Quiroz lo puso Comesaña algunos partidos pero ahora “desapareció”. Alex Vigo es el último que ha tenido cierta continuidad, pero recién ha jugado seis partidos, Moschión apuntaba pero lo relegaron, Galván (el pibe Braian, ahora lesionado) y Mateo Hernández son jugadores a pulir, con buenas condiciones pero en etapa de crecimiento y aprendizaje, al igual que Zurbriggen o Pierotti, por mencionar a estos últimos nombres “nuevos” que aparecieron en la vidriera sabalera.
Acumulación de jugadores, unos que tapan a otros, falta de continuidad, cambios permanentes (no sólo adentro de la cancha sino afuera con los cinco entrenadores que pasaron por la conducción del plantel en estos 27 partidos) y una campaña pobrísima que aumenta la exigencia para la temporada que viene, ya no por pensar en grande sino para volver a fojas cero y mostrarles a todos (plantel e hinchas) que el primer gran objetivo es no sufrir con el promedio. Todo esto empezó con el equipo clasificado para la Sudamericana de este año y participando de la misma copa del año anterior. Ha sido un fracaso deportivo y se ha gastado la reserva de dinero que había en mantener a un plantel voluminoso y sin respuesta adecuada. Balance demasiado negativo.