Este sábado, desde las 21, Massacre se presentará en Tribus Club de Arte (República de Siria 3572). Wallas, vocalista de la agrupación que será teloneada por Nada Más y Nada Menos, Jedy y Búho Radar, mantuvo un diálogo con El Litoral en donde abordó temas como el revisionismo de su obra, la experiencia junto a Lila Downs y Café Tacvba, las influencias extra-musicales, los lazos de sangre con Vicente Cidade y Ramón Ayala, y un adelanto del próximo álbum.
—¿Qué se puede adelantar del recital en Santa Fe?
—Todavía estamos transitando “Biblia Ovni” (2015) y seguimos tocando el show que hicimos en Obras para los 30 años. También este año celebramos un disco que grabamos en los ’90, “Galería Desesperanza”. Lo hicimos entero, respetando el orden, en el auditorio de San Isidro. También estamos con ganas de meter cosas de aquellas épocas. Además de los covers... todos los años hacemos una noche de covers en un evento anual.
—Después de muchos años en el ruedo, muchas bandas atraviesan un período de revisionismo (Divididos decidió regrabar “40 dibujos ahí en el piso”). ¿Cómo leen ustedes “Galería Desesperanza” a 25 años de su lanzamiento?
—La verdad, soy muy simpatizante de nuestros tres últimos discos (“El Mamut”, “Ringo” y “Biblia Ovni”) porque involucran la figura del productor artístico, que nosotros nunca habíamos tenido en nuestra carrera. Los tres fueron votados mejores discos del año. Por eso, cuando me puse a revisitar “Galería Desesperanza” lo hice con un poco de miedo. Es un disco súper conceptual para lo pendejos y amateurs que éramos en ese momento (tanto para tocar como para grabar). Sin embargo, me encantó. Si pensás en el contexto, fue un gesto absolutamente artístico, anticomercial, porque hacíamos las cosas nada más que por experimentar, ¿viste? Me sorprendió gratamente haberme reencontrado conmigo de chico.
—En febrero, fueron parte del festival Únicos, junto a Lila Downs y Café Tacvba. ¿Qué recuperan de esa experiencia?
—¡Ay, sí! Se venía haciendo un ciclo en el Teatro Colón, y el último show fue gratuito en los Bosques de Palermo. Con Cafeta ya sabíamos que somos dos bandas alternativas parecidas. De Lila Downs conocía que maneja dos registros vocales a la vez, pasando de lo agudo a lo grave. El día que nos vimos, nos tomamos un mezcal medio casero que ella trajo de Oaxaca. En esa zona está la chamana María Sabina, se hacen experiencias con hongos alucinógenos y con cactus de San Pedro. Ella tiene un manto bastante sagrado, una personalidad impresionante. Nos pasó una cosa curiosa. Cuando salimos, había un presentador del espectáculo que nos nombró como una banda cuyos orígenes vienen desde el heavy metal peruano. Nos confundió con otra banda. Es parte de lo nuestro, de lo absurdo, de lo bizarro. Después, capitalicé esa información en función de las performances que hago en los shows.
—Antes de ser Wallas, hay una historia familiar marcada por la música. Tu padre, Vicente Cidade, fue folclorista, y tu tío es Ramón Ayala. ¿Creés que hubo una conexión inicial con esos orígenes o se fue dando de grande?
—Hubo una conexión inicial inconsciente. Viéndolo con el tiempo, me doy cuenta de que en mi casa se armaban guitarreadas y peñas folclóricas. Yo vivo entre los dos polos: un padre folclórico bien criollo, y una madre europea bastante germánica. Soy una mezcla de las dos cosas, por eso me gusta lo musical y lo performático, pero también el rock, que es anglosajón. Tengo esa doble influencia.
De grande, me volví a vincular con Vicente Cidade y con Ramón Ayala. Cada vez que Ramón hace un espectáculo, estoy presente. Yo digo que soy parte del rock argentino celebrando 30 años con Massacre... ¡y Ramón Ayala está cumpliendo 90 años de edad! Sigue tocando y hace poco presentó un libro en la cúpula del CCK. Estamos viendo de hacer algo juntos. Me doy cuenta de su influencia, cuando canto una canción y, de repente, freno y empieza un recitado. Eso lo hice siempre con textos propios o de alguien. Ahora me doy cuenta de que viene de mi tío Ramón. En el próximo disco de Massacre viene una cosa así, un poco litúrgica.
—Además de la música, ¿qué influencias recogés de otros campos, como la literatura y el cine?
—A mí me gusta mucho un autor que se llama Nick Hornby. Escribió, entre otros libros, “31 canciones” y “Alta fidelidad”. Es de mi generación. También me encanta un tipo muy parecido, pero que hace ensayos y libros de sociología, Simon Reynolds. Escribe sobre música y coleccionismo: desde una óptica sociológica estudia los mercados de pulga, las ferias americanas, lo retro, lo vintage, lo old school. Es la óptica del que tiene más de 40 años. Estoy investigando bastante a los beatniks de segunda línea. El beatnik, de alguna manera, es lo que dio lugar a lo que somos nosotros: lo alternativo, lo punk.
Todos sabemos de Kerouac o de Ginsberg, pero hay una segunda línea, especialmente de minas feministas, que hacían poesía que involucraba sexo y drogas. Esos libros, que en su momento fueron prohibidos, hoy salen a la luz y hay un montón de figuras. En el cine, una película que me marcó de chiquito fue “El tambor de hojalata”. Divina, hermosa. Me acuerdo de que la veía en función privada, y después la fui releyendo y reinterpretando de grande.
—Volviendo al próximo disco, ¿qué más se puede adelantar del sucesor de “Biblia Ovni”?
—El disco, en lo musical, trata de ir a la simpleza. Nosotros ya hemos hecho tantas cosas complicadísimas, que ahora nos dan ganas de hacer una síntesis. Una especie de trailer de las mejores partes de Massacre. Y en lo conceptual, vengo bastante obsesionado con las nuevas informaciones con respecto a lo paranormal, a los portales dimensionales, la teoría de la tierra plana. Las cosas que nos ocultaron durante la historia y están apareciendo ahora, a nivel antropológico, hallazgos milenarios de tecnología enterrada no sé dónde.
Creo que este disco va a ser un homenaje a algo que pasó hace muy poco y que para mí es muy significativo: que se haya incendiado el templo católico más importante del mundo justo mientras se celebraba la Pascua de Resurrección. Para mí, es algo muy simbólico, y estoy escribiendo mucho sobre Notre Dame. Dicen que se liberaron demonios. Yo digo que se liberaron ángeles. Hay mucho de esa imaginería en lo nuevo de Massacre.
—¿En qué otra banda argentina encontrás ese riesgo o psicodelia alternativa que define a Massacre?
—En el último disco mencionamos a Él mató y a Utopians. Nosotros pertenecemos a un club de bandas que nos asumimos discípulos de la escuela de Sumo. Luca fue uno de los primeros que entraba en situación de riesgo. No era ni de los comerciales ni de los complacientes. Siempre jugaba con el filo, con la crítica, con lo peligroso. Pienso en Sergio Rotman, Carlitos “Boom Boom Kid”, Los Natas, Cienfuegos, Minimal y los Pez. Al igual que Massacre Palestina y Fun People, el guante que recogimos de Luca es lo spanglish. Queremos dar un salto al vacío y jugamos con el riesgo de no ser populares. Ahí se plantea esa dicotomía que está en la película “Birdman”: prestigio vs popularidad. Si bien sabemos que no representamos a la mayoría, le escapamos a ello. Por lo menos, terminamos siendo prestigiosos.
En cuanto a la nueva escena, siempre fui muy fanático de La Perla Irregular. Son maravillosos. Todo ese semillero, que por suerte floreció, yo ya lo vengo metiendo en los compilados que hago. Me gusta más lo vanguardista que lo clásico. Por ejemplo, Perras on the Beach, Usted Señálemelo, Cállate Mark y Mi Amigo Invencible. Los conozco de chiquitos, los he apadrinado, he ido a tocar a Mendoza con Leo García junto a Usted Señálemelo y, perimetralmente, Perras. Hay un semillero buenísimo y, sobre todo, federal.