El certamen Hugo Padeletti, que impulsa el Ministerio de Innovación y Cultura a través del Museo Provincial de Bellas Artes “Rosa Galisteo de Rodríguez” se basa en el estímulo a la investigación en el campo de las artes. Este año el jurado decidió premiar el proyecto “Figuraciones del crítico. Los retratos de la colección Mujica Lainez en el museo Rosa Galisteo como dispositivos de memoria”, desarrollado por Juan Cruz Pedroni, quien recibirá una asignación de 120.000 pesos y trabajará durante un año en el desarrollo del trabajo.
Nacido en 1992, Pedroni es licenciado y profesor en Historia del Arte por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Pese a su juventud posee numerosos pergaminos y vasta experiencia. Por ejemplo, entre 2013 y 2014 participó en la catalogación de las colecciones patrimoniales del Congreso de la Nación. En una entrevista concedida a El Litoral, brindó detalles de su iniciativa.
—¿Por qué elegiste desarrollar tu proyecto sobre la colección Mujica Lainez del Rosa Galisteo?
—Son muchas las características que singularizan a la colección retratos de Mujica Lainez. Además de escribir ficción, Manucho fue crítico y coleccionista de arte. Esas tres facetas se entrelazan en cada momento de su producción escrita. Por ejemplo, para preparar algunas de sus novelas, como “Bomarzo” o “Un novelista en el Museo del Prado”, se documentó exhaustivamente sobre los objetos de arte que recorren sus páginas. En contrapartida, sus artículos periodísticos sobre artes visuales solían tener un alto grado de construcción ficcional; me refiero concretamente a que inventaba datos que no tenían un correlato empírico. Además, tenía una fascinación algo anacrónica por el coleccionista como personaje literario; un motivo que probablemente heredaba del siglo XIX francés, de los hermanos Goncourt o de Balzac, pero que en su caso suponía, además, una experiencia afectiva de los objetos que terminaba proyectándose a la escritura.
Ahora bien, en la colección de retratos son las imágenes mismas las que permiten estudiar estas distintas figuras que convergen en el sujeto Mujica Lainez. Es como si invirtiéramos el punto de observación habitual. Ya no es el escritor el que representa al artista por medio de un texto crítico o novelístico, sino que es el artista el que modela una cierta pose del escritor. Aunque le imputemos al retratado la mayor de las vigilancias sobre las imágenes que aspiraban a designarlo, son los pintores los que miran y pintan a ese crítico que había evaluado muchas veces su manera de mirar y de pintar. Entonces esa oportunidad de entrar por otro lado a una escena que tal vez conocíamos de antes la vuelve extraña y en esa interrupción se produce un efecto de conocimiento.
Todavía más interesante es el hecho de que Mujica Lainez haya percibido esa colección como un conjunto y que lo haya ido transfiriendo al Rosa Galisteo. Desde ese momento el entramado imaginario se enreda un poco más: no se trata solamente de una auto-figuración una representación de sí que el escritor en este caso realiza de forma vicaria, a través del artista, sino también de una voluntad de inscribir su figura de donante en la esfera pública. Ese gesto me interesa especialmente: el de un coleccionista que lega parte de su acervo al Estado pero que, al hacerlo, hace también una criba muy fina: lo que elige de un patrimonio inmenso son nueve retratos que lo señalan directamente. Es un gesto ambiguo porque imposta una cierta solemnidad patriótica y altruista pero, a la vez, ese énfasis en la propia persona tiene mucho de provocación. Manucho tenía un entrenamiento cultural que le permitía leer el valor irónico implícito en esa ambivalencia, una vacilación que remite al estilo y las estrategias de intervención del dandismo. Como investigador, esa operación de sentido me resulta desafiante porque exige ir a buscar en la conformación de una colección patrimonial las marcas dejadas por otras experiencias: la performance social de un escritor, sus formas de sociabilidad con los pintores y la puesta en escena de un mito en el espacio público.
—¿Qué es lo que resaltarías de esos retratos en relación a su valor patrimonial?
—Hay investigadoras, como Talía Bermejo, que sostienen que hacia la década del ‘40, el coleccionismo de arte argentino se transforma en un acto patriótico para el discurso social. Ese proceso se puede leer muy bien en la historia patrimonial del Rosa Galisteo. El mismo Manucho escribió en El Litoral una semblanza sobre Luis León de los Santos, principal donante de la institución, en la que lo presenta como un alma bella que con su acto desinteresado lo dejó todo por el país. En esa reseña, que el crítico escribe dos años antes de hacer su propia donación, hay además una valoración positiva de la circunstancia puntual de que haya elegido destinar esos cuadros a un museo del interior, y no de la capital. Subrayo este argumento porque creo que la colección Mujica Lainez, al igual que la colección de los Santos y la de obras ingresadas al Museo por medio del Salón, tienen un valor como documento de las relaciones imaginarias entre la capital y el llamado “interior” a mediados de siglo. Lo que no inhabilita otros criterios de valoración. En lo personal lo que me interesa es cómo la historia de las colecciones permite leer operaciones de otro orden en el espacio social.
—¿De qué modo funcionan como ‘dispositivos de memoria’ como planteás en tu proyecto?
—En el gesto del coleccionista que dona sus cuadros hay una voluntad de ser recordado. En el acto de dar prepara el monumento en el que será nombrada su propia persona. Cuando esos cuadros además son retratos hechos por encargo, ese llamado que busca el recuerdo de un porvenir parece más transparente, gana todavía mayor evidencia. Las pinturas de las que hablamos suponen un intento por parte del escritor de controlar la manera en la que será mirado y leído en el futuro. Ese dispositivo opera por medio del ingreso a la institución con la cual se asegura la transmisión en el tiempo de las imágenes, pero está ya en la génesis misma de los cuadros. Nos queda dilucidar si fueron hechos con la perspectiva de ser donados. En cualquier caso, en su origen hay un cálculo de lo que habrán sido en el futuro. Es una idea algo escurridiza pero a la vez muy concreta desde el punto de vista de la experiencia histórica. La estructura de sentimiento que está atrás de esa donación es la que marca la definición del arte como profecía. Desde otra perspectiva, hay una memoria diversa a esa memoria planificada. La podemos localizar en las marcas materiales, involuntarias o por lo menos ajenas a esa voluntad de control. Si Mujica Lainez trató de estabilizar una cierta imagen suya a través de esos cuadros, los retratistas tuvieron un margen táctico para desobedecer y para hacer otra cosa. Insisto en que el retrato es un espacio de negociación y de acuerdos burlados, de contiendas y estratagemas entre actores diferentes, con umbrales de percepción también movedizos durante el tiempo en el que se pinta un retrato.
La colección “Retratos de Mujica Lainez” está integrada por nueve retratos del escritor y crítico de arte Manuel Mujica Lainez (1910-1984), realizados en diversas materialidades (óleos, tintas y grafitos) por Jorge Luis De la Vega, Antonio Berni, Leopoldo Presas, Luis Seoane, Luis De Figueroa, Bob Gésimus, Mariette Lydis, Marcos Tiglio y Héctor Basaldúa. Fueron donados al Museo Rosa Galisteo por el propio Mujica Lainez en los años 1954 y 1955. Junto a sus retratos también donó una obra con la figura de su esposa la Sra. Ana de Alvear, interpretada por la artista Mariette Lydis.
El Litoral mantuvo una estrecha vinculación con Manuel Mujica Lainez, cuya firma apareció con frecuencia en sus páginas. “La relación -evocó Gustavo Vittori- comenzó con un viaje de cinco periodistas, organizado por la embajada de Gran Bretaña en la Argentina para recorrer Inglaterra y Escocia en 1946, apenas terminada la Segunda Guerra Mundial. Mi padre, Enzo Vittori, viajó por El Litoral; y Manuel Mujica Lainez, por La Nación. En los seis meses compartidos en tierras británicas se hicieron muy amigos, relación que continuó en la Argentina, hasta la muerte de Manucho en 1984, y se intensificó a nivel de familias a partir de la radicación de Manucho en La Cumbre, donde teníamos una casa”.
Desde el regreso de Gran Bretaña hasta su muerte, la relación de ambos se tradujo en periódicas colaboraciones de Mujica en El Litoral, así como a la publicación de entrevistas con él y comentarios del propio Gustavo en los ‘70 y ‘80. “Como consecuencia de esta relación, Manucho viajó varias veces a dar conferencias en Santa Fe, contribuyó con su expertice para la compra de cuadros con destino a la pinacoteca del Club del Orden, y un mural de contenido histórico que está colocado en el Museo de Sitio del Parque Arqueológico de Santa Fe la Vieja. Fue un vínculo periodístico y cultural, que impulsó iniciativas y publicaciones beneficiosas para Santa Fe”, aseguró Gustavo.
Patrimonio en crecimiento
La Subsecretaria de Espacios Culturales, Huaira Basaber, señaló que desde el Ministerio de Innovación y Cultura sienten un “gran orgullo” por este sistema de estímulo a la investigación. “En el contexto nacional, es una gran oportunidad para las personas que se dedican a conocer, poner en práctica e investigar sobre diferentes temas vinculados al Museo Rosa Galisteo. Esto genera la ampliación de un material que está en nuestras reservas, archivos o biblioteca y que en el proceso de la investigación se sistematiza con líneas de pensamiento, hipótesis, construcciones de sentido nuevas y reflexiones que hacen crecer el patrimonio”, remarcó.
La funcionaria recordó a su vez que cada persona que se presenta al certamen Padeletti sabe que existe un comité de selección que elige cual es el proyecto que se va a llevar adelante y que hace crecer la mirada local sobre las propuestas. “Y lo que permite también a los santafesinos y santafesinas es reconocer desde miradas prismáticas el acervo cultural. Hay mucha gente que siempre esta interesada desde un expertice y una especificidad, en reflexionar y ampliar sobre las formas de conocer el arte y la cultura. Para nosotros es un honor contar con cada persona que se presenta que arma su proyecto. Y, por supuesto, felicitamos a las personas premiadas”.
La directora del Museo Provincial de Bellas Artes “Rosa Galisteo de Rodríguez”, Analía Solomonoff, resaltó que el certamen Padeletti adquiere relevencia porque permite que la institución se proyecte no sólo como un espacio que resguarda y exhibe patrimonio, sino como un ámbito que también acompaña la producción artística y el pensamiento crítico. “Que quiere acompañar también a historiadores, curadores, artistas y escritores interesados en la crítica de arte, de la escritura en el campo del arte. Nos interesa abarcar no sólo la producción como acción de generar una obra, sino también acompañar y estimular la escritura crítica, que es el espacio de reflexión de la producción artística. Son dos cosas que tienen que ir de la mano”, remarcó.