(Enviado Especial a Montevideo)
El plantel de Colón debe ser el primero en saber que quedó en deuda con el hincha. Los uruguayos conocedores a fondo del estadio, aseguran que había muchísimos más que los casi 6.200 boletos que se vendieron.
(Enviado Especial a Montevideo)
Cuando Colón le ganó a San Pablo en el Morumbí, quedó fija esa sensación de que se había escrito un capítulo más para la historia. Fue en lo deportivo y también por la movilización. Las dos cosas estuvieron a la par. Lo deportivo, porque San Pablo es un equipo con gran historia, campeón de Copa Libertadores y campeón del mundo ganándole al Barcelona. Era el Morumbí, escenario testigo de grandes batallas futboleras. Y allí se dio todo. Salió redondo y por eso, el 2 de agosto de 2018 es una fecha para el grato recuerdo sabalero. Sin ninguna duda. Y como para dimensionarlo con aquellas grandes epopeyas vinculadas, sobre todo, a victorias internacionales (incluyendo la del Santos, obvio, más allá de que en este caso, la magnitud la dio el nivel en ese entonces de un rival que llegó a Santa Fe en 1964 convertido en el campeón del mundo y con el mejor jugador de la Tierra).
El 21 de mayo de 2019 también pesará en el archivo de recuerdos de Colón. Pero será por la extraordinaria concurrencia que desbordó por completo las expectativas, algo que generalmente viene ocurriendo. Los propios uruguayos comentaban que una sola vez, Boca había llenado la tribuna Olímpica (la del costado). Porque en realidad, cuando iban los grandes de nuestro país se le daba alguna cabecera (la Colombes o la Amsterdam). Y ahí entran menos de las casi 19.000 que entran en la Olímpica del mítico Centenario.
Los uruguayos no lo podían creer. Como tampoco se puede creer que la venta de entradas sólo haya superado cifra de 6.000. Si la capacidad es la establecida, en esa tribuna había mucho más que esa cantidad. Los propios uruguayos, conocedores de la capacidad de convocatoria en el Centenario, afirmaban que a simple vista la cifra trepaba mucho más allá y llegaba a los 9.000. “Creemos que la mitad de la tribuna está colmada, así que no es difícil darse cuenta de que allí hay mucho más que 6.000”, que fue la cifra oficialmente informada por Colón, en medio del partido, seguramente a partir de un dato también oficial que se brindó desde la empresa que vendía los tickets.
Comentaban los hinchas de Colón que resultaba imposible el ingreso al estadio sin el ticket correspondiente. Desde ya que algo tan arraigado en nuestro país, como puede ser el hecho de “colarse”, hay que descartarlo en un estadio como ese. Es cierto que la barra ingresó en el entretiempo —estuvieron demorados en el ingreso a Montevideo— pero eso no quiere decir que se hayan “colado”. Para nada. Y también es cierto que ese grupo que llegó tardíamente al estadio —absolutamente reconocible por el ruido de bombos y trompetas—, tampoco era tan importante en comparación con la multitud que, desde la propia apertura del Centenario, comenzó a poblar esa tribuna.
Esa es una parte de la historia, la de la gente, la de las colas interminables en la frontera, la del banderazo en la puerta del hotel, la de la concentración en el Parque Batlle que provocó también la admiración de los uruguayos que poco entendían lo que estaba pasando, la que se mojó, sufrió el frío y alentó. La otra parte, es lo que el equipo produjo adentro del campo de juego y durante 90 minutos para el olvido.
En otras circunstancias, el empate hubiese cotizado muchísimo, porque hay empates y empates. Pero con tanta hibridez futbolística y sin una respuesta que motive a la gente, no se produjo una despedida con reprobaciones a los jugadores porque tampoco quisieron amargar su propia fiesta, la que construyeron en la tribuna. Pero no hubo uno solo de los miles que estuvieron allí, que haya quedado ni siquiera medianamente satisfecho con el flojísimo partido que jugó el equipo.
Desde que llegó Lavallén, la sucesión de partidos obligaba a esperar algún respiro competitivo. Colón lo tuvo y no fue corto. Casi un mes pasó desde aquel 24 de abril en el que superó a Acasusso por la Copa Argentina a este 21 de mayo. Es cierto que había muchas cosas por recomponer y que no había posibilidades de cambio (léase incorporación de jugadores). Pero si alguien pensaba que algo nuevo se podía ver, se equivocó.
Tampoco es cuestión de caerle al técnico. El partido que pensó fue el que se dio. Pero lo que entrenó, no fue lo que se cumplió en el campo de juego. Imprecisiones, estatismo en varios jugadores, sin cambio de ritmo, sin entender de qué manera había que jugar el partido, Colón ofreció una imagen que no distó demasiado de lo que se vio a lo largo del año. Esas honrosas excepciones como el primer tiempo ante Tigre en Buenos Aires, parecen oasis o ejemplos muy alejados de una realidad que Colón ha sufrido durante todo el año: la mediocridad individual y colectiva, que sumado a una mala preparación ha confluido en este presente en el que no hay uno solo, ni adentro ni afuera del club, que no quiera que se termine la temporada de una buena vez para “barajar y dar de nuevo”, como dijo Lavallén.
Pero antes queda un partido decisivo ante River de Montevideo, un equipo que juega como equipo chico pero que se siente cómodo en ese lugar. Es ordenado, tiene un juego aéreo respetable, son rápidos para el contragolpe y saben que deben aprovechar al máximo las situaciones que se le presenten, que no serán muchas. Cuando retroceden, son capaces de juntar rápidamente 10 hombres en su propio terreno, dejando sólo a uno para marcar al “5” y allí iniciar la etapa de presión para la recuperación de la pelota. Por eso, Colón tuvo libertades para salir jugando desde atrás con Ortiz y Olivera, tremendamente imprecisos y muchas veces sin opciones de pase. En esto último tendrá que trabajar el técnico, en que haya muchas opciones de pase, que haya movilidad, que los que tengan que aprovechar los espacios lo hagan, que se imite un poco más lo que hace Esparza en el mano a mano y, naturalmente, poner otro delantero para ser más agresivo en los metros finales.
“Con Peñarol vendimos menos entradas”
Willie Tucci, el presidente de River de Montevideo, reveló que “vinieron más hinchas de Colón a ver a su equipo, que los que llevó Peñarol el día del encuentro ante nosotros por el torneo uruguayo. Acá se vendieron 6.192 entradas de acuerdo a lo que nos informaron y la gente de Peñarol que llegó al estadio ese día, fue 4.160. Yo me sorprendí un poco al ver tanta gente de Colón, pero esta vez la decisión de cambiar el estadio estuvo totalmente justificada, algo que no lo fue tanto ante Peñarol”, dijo el dirigente a El Observador.
Sólo por la venta de las entradas para la gente de Colón, River se alzó con 115.000 dólares. De allí habrá que deducir el alquiler del estadio (se habla de alrededor de 40.000 dólares), el operativo de seguridad, boleteros, árbitros y veedores.
Todo el operativo de seguridad quedó enmarcado en el convenio “Tribuna Segura” que existe entre los dos países.
Se informó que hubo sólo 50 hinchas que no pudieron ingresar porque se les hizo un control de espirometría. “Muchos estaban tomando fernet con cola pero no hicieron lío. La cantidad de autos y ómnibus fue impresionante. Lo único que hicieron fue hacer asado en los alrededores del estadio y después, en la tribuna Olímpica, se robaron la bandera de River que estaba en el mástil, a un costado de la torre de los homenajes”, dijo Servetti, el encargado del operativo de seguridad.
En micro
El plantel de River viajará el domingo a las 12 con destino a Santa Fe en micro y se alojarán en un hotel de calle San Jerónimo de nuestra ciudad, a la que tienen previsto arribar alrededor de las 20. Por su parte, los hinchas emprenderán el viaje en un solo micro.