Pablo Benito
El presidente del Tribunal Oral y Federal de Santa Fe habló de la dimensión social de los fallos, del sistema de juicio por jurados y hasta de la revalorización de la ciudad por parte de los santesinos.
Pablo Benito
Minutos antes de iniciar la charla, el Tribunal Oral Federal, había tratado un caso realmente escalofriante desde lo humano. Un juicio sobre conductas deleznables, como tantos otros que pasan regularmente por los estrados judiciales. El presidente del Tribunal, Luciano Lauría, no ocultó la conmoción que le produjo, más allá del estricto cumplimiento de su función. Y dialogó con El Litoral sobre la necesidad de tender puentes con la sociedad, entre Justicia y periodismo, y mucho más allá del magistrado que “habla sólo por sus sentencias”.
- No puedo aprehenderlo ni asimilarlo -explicó. Soy padre, hijo, hermano. Emocionalmente me desborda. Me angustia muchísimo, pero el oficio de comprender, la función, se simplifica con la aplicación de la norma. Aunque no lo puedo negar, me afecta dimensionar no un caso sino una realidad social y cultural que debería tenernos alertas y activos, a todos, desde el lugar que ocupemos.
-Pero está el estigma de que un juez es una especie de Dios impermeable a lo mundano.
- (Sonríe) Tiene que ver con la trascendencia de mis decisiones y con el lugar que la sociedad otorga a los jueces. La sociedad me pone en este lugar y para mí es un oficio. Tengo que tomar decisiones sobre causas que son más importantes, por las consecuencias sociales que representan, para eso me pagan, para eso rendí, para eso concursé y por eso lo debo tomar con la responsabilidad de un oficio. Hacerlo mejor o peor tiene que ver no con mis ideas sino con mi formación en relación al estudio y la actualización de las normas. Por eso, aunque parezca minimizar nuestra función, yo tomo mi actividad. Oficio como puede ser el de un plomero, albañil o carpintero. Debo forzarme por hacer lo que debo y sin fisuras. Siendo juez, eso significa aplicar la técnica de manera impecable o lo más impecable que mi intelecto me lo permita- comprendiendo que un juez no es la ley. El juez, apenas, la aplica. Eso es un oficio.
-De esto se va a tratar también el II Curso de Actualización Jurídica en Materia Federal (el 31 de mayo, el 7, el 14 y el 21 de junio, de 17 a 21).
-Sí. Se trata un poco de salirnos del “oficio” y aportar, principalmente, a la ciudad de Santa Fe. Darnos cuenta que lo que tenemos, de historia, que es impresionante.
El primer orador va a ser el vecino Horacio Rosatti, que es juez de la Corte; ha sido intendente de la ciudad; constituyente del 94; es la pluma de esa reforma constitucional; es docente; fue decano de la Universidad Católica de Santa Fe; recibido en nuestra Universidad Nacional del Litoral; doctorado también en la UNL. Es Santa Fe.
-¿Por qué recalcas eso y con tanto énfasis?
Es que no lo estamos viendo y lo pasamos por alto. La inmediatez, la vecindad, no nos deja ver. Traigo en una frase, brillante, del Papa Francisco que dice: “Creo en la mezquindad de mi alma que busca tragar sin dar”. La mezquindad no nos permite valorar al vecino que tanto nos puede ofrecer. Saber que el propio Ricardo Lorenzetti es otro ministro de la Corte, que se formó acá en esta ciudad.
Rafael Gutiérrez es nuestro también. Él ha gestionado, de manera impecable, las ultimas décadas del Poder Judicial provincial en condiciones, sumamente, adversas ¿Cuándo lo vamos a valorar? ¿Cuándo se vaya? No dejo de preguntarme ¿Llegará el día en que dimensionemos la potencia de nuestra ciudad?
-Ahora, que esto surja desde Santa Fe, no es un “milagro”.
-¡Pero claro! Nuestra ciudad tiene un nivel cultural que se nos envidia. El arte, la música, la literatura. Rosario, tiene lo suyo y es la segunda ciudad, en dimensiones, del país, pero no tiene historia. Sus raíces están difusas. Nosotros contamos con un pasado que es fundacional de la república. Yo creo, verdaderamente, que nosotros tenemos miedo de sacarlo. Me refiero a los hombres y las mujeres santafesinas que sabemos lo que es la ciudad para la Argentina, en términos históricos, y no lo trasmitimos a nuestros vecinos. ¿Cómo vamos a permitir que un santafesino se sienta parte de una ciudad chata y gris? Es ahí en donde juega el orgullo de poner en juego un esplendoroso pasado, pero también un presente plagado de posibilidades.
-Me gustaría detenerme en la necesidad de democratizar el Poder Judicial e involucrar institutos, de la Democracia Directa, como el juicio por jurados.
-Sería importantísimo para nuestro sistema consolidarlo. Yo pude ver el mecanismo del Juicio por jurados en Estados Unidos, en el 2014. La impresión que me llevé fue sumamente positiva. Las personas que van a juzgar, que son personas comunes - comunes como yo- y que, transitoriamente, van a ocupar un rol de decisión sobre la suerte de una persona en relación a un delito. Esa decisión, en la que interviene directamente- el pueblo, lo que está haciendo es darle una dinámica al “contrato social” dentro de las normas vigentes.
Tomo como ejemplo el caso del carnicero que fue absuelto, por unanimidad, por 12 civiles que integraron el jurado. Consideraron que el imputado había actuado en “legítima defensa” cuando atropelló, con su auto, a un ladrón que acababa de robarle en su comercio.
El Código Penal establece que son tres los elementos que deben cumplirse para determinar que existe “legítima defensa”. En primer lugar, que se haya producido una agresión ilegítima. Segundo que la provocación no sea suficiente, por parte del que se defiende. Tercero que exista una proporcionalidad racional del medio empleado para impedir o repeler la agresión.
Los jurados determinaron que no había ni exceso de legítima defensa, ni justicia por mano propia. Yo no puedo dar opinión sobre un caso que desconozco, pero si puedo asegurar que la sensibilidad, ante el caso, tiene que ver con una realidad social que más cerca están de interpretar 12 jurados civiles. Más allá de si la resolución hubiese sido diferente en un sistema u otro. Y, ojo, no es fácil la decisión. No es simple mandar preso a una persona, despojarla de sus bienes o de la relación con su familia.
Es muy importante la participación popular, directa. La sociedad debe involucrarse y salir de su comodidad. Nuestra Constitución nos da esa posibilidad y también esa obligación.
-¿Ante eso no puede haber una reacción de la corporación, judicial, que perdería una importante cuota de poder?
Seguramente, pero debe ser más fuerte el objetivo que las mezquindades. Así no vamos a evolucionar nunca. No hay evolución sin una importante impronta de humildad y generosidad. Aquellos que se aferran a ese poder van a llegar al cenit de su vida, terrenal, preguntándose: “¿Qué hice con mi vida?”. Ahí volvemos a los cuatro pilares de Loyola en donde, el primero, es el autoconocimiento. Aferrarse a ciertos privilegios habla más de las carencias del ser que de su sabiduría.