Rogelio Alaniz
Rogelio Alaniz
Tres o cuatro motivos explican las razones y sinrazones del paro general lanzado por la CGT este miércoles: la inflación, las obras sociales, el hambre y el cierre de listas del peronismo en provincia de Buenos Aires. La Biblia y el calefón, diría Discépolo. Los sindicalistas peronistas -así se definen sin rubores- consideran un tema menor que la huelga le salga a los argentinos alrededor de cuarenta mil millones de pesos, un precio demasiado alto para una Argentina empobrecida que no debería darse el lujo de producir estos gastos para satisfacer la lujuria de poder, las ambiciones corporativas, las miserables ambiciones electorales o las turbias diferencias internas de los burócratas peronistas.
“Un éxito, la huelga”, se ufana Hugo Moyano. “Las adhesiones son masivas”, repiten, mientras leen orgullosos los índices de acatamiento. Efectivamente son altos. Pero hasta Macoco Álzaga Unzué convocaría a huelgas masivas si le aseguran que no van a funcionar los colectivos, los subterráneos y los trenes. Para ser precisos, lo que habría que decir es que no son las adhesiones las que garantizan el “éxito” de estas huelgas, sino las imposiciones.
Respecto de las obras sociales, habría que preguntarse alguna vez por qué los sindicatos administran estos recursos multimillonarios que más que defender la salud de los trabajadores defienden la salud de los bolsillos de los gremialistas y son las fuentes de financiamiento de sus campañas electorales, sus “planes de lucha” y sus planes de enriquecimiento corporativo.
Si de declamar contra las dictaduras militares se trata, habría que recordarles a sus voceros que la decisión de entregar las obras sociales a la burocracia sindical la otorgó la dictadura militar del general Juan Carlos Onganía a través del por entonces ex titular de la AFA por lo que si alguna vez se decidiera retirarle las obras sociales a los sindicatos, la iniciativa justiciera muy bien podría encuadrarse en el programa de derogación de leyes promovidas por dictaduras militares. Mientras tanto, habrá que resignarse a convivir con el privilegio. Onganía, Vandor y San Sebastián. Militares, sindicatos y fútbol. Esa santísima trinidad de nuestro ser nacional y popular.
No deja de ser una cruel ironía de la historia que los sindicalistas paren contra la inflación. La humorada tiene su toque patético, ya que los actuales críticos de la inflación fueron los inventores de este hábito nacional y no conforme con ello llegaron a ponderar sus beneficios para los trabajadores.
Por último -o tal vez en primer lugar- la decisión política del peronismo de instrumentar un paro como parte de la campaña electoral de la fórmula Fernández-Fernández. No deja de ser previsible, pero sobre todo sintomático, que en la conferencia de prensa brindada por Hugo Moyano, después de ponderar los beneficios del paro y estrujarnos el corazón con el hambre de los trabajadores, haga uso de la palabra el señor Gustavo Menéndez en nombre del partido peronista de provincia de Buenos Aires y de los crónicos intendentes peronistas.
Más claro echarle agua. Y por si alguna duda quedaba, Menéndez convocó a derrotar al neoliberalismo en las elecciones de octubre y prometió que para diciembre una intendente peronista -Verónica Magario- será la nueva vicegobernadora de la provincia, de esa provincia que el peronismo gobernó durante casi treinta años, aunque pareciera que solo en los últimos tres años llegaron el hambre, las inundaciones, la corrupción policial y política, la mano de obra esclava, el narcotráfico, la trata de blancas. A decir verdad, y en homenaje al humor, realmente habría que felicitar a María Eugenia Vidal por haber precipitado tantos males en la provincia que hasta 2015 era lo más parecido al paraíso terrenal, gracias a las brillantes gestiones de los gobernadores e intendentes peronistas.
Hugo Moyano, que nunca se sabrá si lucha por los trabajadores o lucha por su libertad, acusa a la ministra Patricia Bullrich de ser de ultraderecha. Que el hombre es audaz hasta la temeridad, no caben dudas. ¿O es necesario recordarle al señor Moyano que la ultraderecha, es decir la derecha autoritaria, la derecha criminal, la derecha que actúa pistola en mano y que secuestra y asesina, es aquella que cogobernó en la Argentina bajo el liderazgo del ministro peronista José López Rega y que en la ciudad de Mar del Plata lo contó a él como militante entusiasta y convencido?
Moyano y sus compañeros de oficio son los personajes más desprestigiados de la vida pública. Mucho más desprestigiados que los jueces, los políticos, los motochorros y los “trapitos” que “cuidan” autos alrededor de las canchas de fútbol. El Gordo Valor, sin ir más lejos, tiene más aceptación social que ellos.
¿Por qué ese rechazo? ¿Porque son feos, como dice Moyano? ¿Porque defienden a los trabajadores, como repiten a cada rato? No sé ni importa si son feos, aunque serían los actores preferidos de un guión al estilo “Feos, sucios y malos”, filmado en Italia hace unos cuantos años. Pero el problema no es la fealdad física sino la fealdad moral. Son corruptos, violentos, tramposos. Por eso los rechaza la gente. Moyano es quien mejor los representa. La mayoría de ellos no solo que no soporta una rinoscopia, sino que tampoco soportan una declaración de bienes, es más, se ponen furiosos como yararás a la hora de la siesta cuando alguien se atreve a sugerir que expliquen por qué los supuestos representantes de trabajadores hambreados y explotados viven como millonarios.
¿Todos son así? No, por supuesto que no. Pero los más visibles y los más poderosos, sí lo son. Todavía en los sindicatos se acercan jóvenes trabajadores que aspiran a defender limpiamente los intereses de su clase, pero nadie ignora que es cada vez más notoria la presencia de lúmpenes, trepadores sociales, granujas, pillos y atorrantes que encuentran en el sindicato una posibilidad real de enriquecerse, cuando no de impunidad para sus fechorías. Las siniestras patotas sindicales se nutren de barras bravas y toda esa runfla de rufianes, chorros, cuenteros, sicarios, matones y toda esa escoria social que se reproduce como moscas en las cloacas de la sociedad. Investigar las relaciones entre el hampa y los sindicatos, es una tarea pendiente, es el libro que nos falta para conocer en detalle la profundidad de las cuevas que constituye esta sórdida Corte de los Milagros que hemos sabido procrear.
No le falta razón a la ministra Patricia Bullrich cuando declara que “estamos hartos de los paros”. Claro que estamos hartos. Son inútiles, caros, manipuladores y fraudulentos. Estos burócratas sindicales no son defensores de los trabajadores, son sus explotadores. Viven de los recursos de los trabajadores, invocan sus derechos para enriquecerse. También para no ir presos. Lo de Moyano y sus hijos es escandaloso. Una dinastía, un linaje, una “familia” que se comporta como insaciables vampiros del mundo del trabajo. En realidad sus comportamientos más que los de un sindicalista o un político, son los de un hampón. Y cuando las papas queman, los hampones se juntan.
Las siniestras patotas sindicales se nutren de barras bravas y toda esa runfla de rufianes, chorros, cuenteros, sicarios, matones y toda esa escoria social que se reproduce como moscas en las cloacas de la sociedad. Investigar las relaciones entre el hampa y los sindicatos, es una tarea pendiente.
No deja de ser una cruel ironía de la historia que los sindicalistas paren contra la inflación. La humorada tiene su toque patético, ya que los actuales críticos de la inflación fueron los inventores de este hábito nacional y no conforme con ello llegaron a ponderar sus beneficios para los trabajadores.
Todavía en los sindicatos se acercan jóvenes trabajadores que aspiran a defender limpiamente los intereses de su clase, pero nadie ignora que es cada vez más notoria la presencia de lúmpenes, trepadores sociales, granujas, pillos y atorrantes que encuentran en el sindicato una posibilidad real de enriquecerse, cuando no de impunidad.