Juan Bautista Bulgarella | [email protected]
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Hay una pieza de música clásica cuyo título es “La Máquina de Escribir” del Compositor Leroy Anderson. Tuve la oportunidad de escuchar y ver por televisión ejecutar a la Orquesta dirigida por el mismo Leroy esta pieza musical única. Algo llamó mi atención, entre tantos instrumentos, en el centro del escenario sobre un taburete, una Máquina de Escribir en la que uno de los músicos, de espalda al público, tecleaba con armoniosos movimientos de un lado a otro y por momentos daba vuelta la cabeza y con una sonrisa cómplice dirigía su mirada al público, provocando la risa entre el numeroso público. El “tecleteo” de la máquina, con su característico sonido, se integraba al de los instrumentos convirtiendo el espectáculo en un gran “Show Musical”.
Haber disfrutado de ese programa, en el que la Máquina de Escribir fue la nota destacada, provocó en mi una gran emoción ya que “ella” fue mi compañera de trabajo durante la mayor parte de mi ya larga vida. Esto me ha motivado a escribir estas líneas que tienen por fin narrar hechos y lugares de trabajo donde hemos compartido momentos inolvidables.
A los 15 años de edad me decidí a realizar el curso de Dactilografía en la “Academias Pitman”, decisión que tomé tal vez influenciado por una publicidad de la época que aparecía en todos los medios gráficos y hasta en las carteleras callejeras. Dado el tiempo transcurrido no serán muchos los que la recuerden; se trataba de la imagen de un joven dando un salto con su brazo en alto y en su mano un rollo adherido con una cinta Argentina con el slogan “Los triunfadores del mañana estudian en las Academias Pitman”.
La Academia estaba en un 1er. piso de un edificio de calle San Martín 2171, un gran salón con piso de madera, donde tres profesoras, dado el número de alumnos, dictaban el curso. Las primeras lecciones fueron mediante un símil de máquina de escribir con teclado ciego, se tipeaba mirando el ejercicio ubicado al costado del alumno. Después de un determinado número de lecciones se pasaba a las máquinas de escribir cuyas marcas entre las que recuerdo eran Underwood, Olivetti, Remington, Olympia, Royal. A partir de ahí el curso se tornaba más exigente, se iniciaba con el ejercicio Nº 1 el cual no debía tener errores para poder pasar al siguiente y así sucesivamente hasta el ejercicio final. El que llegaba a esa instancia debía rendir el examen final que consistía en escribir en tres minutos 150 palabras, mirando un texto, el que no debía tener errores, lo que logré satisfactoriamente obteniendo así el preciado Diploma con “Mención Especial”, el cual enmarcado, luce como un “trofeo de mi Juventud” en una de las paredes donde escribo estas líneas.
En los primeros meses de 1950 ese título me abrió las puertas para obtener mi primer empleo, e ingresar a un Estudio Económico Financiero, que era uno de los más acreditados de Santa Fe y localidades vecinas. La Máquina de Escribir desde ese momento fue mi compañera, copiaba contratos de sociedades, pasaba en limpio los Balances Generales, Inventarios, declaraciones juradas del ex -Impuesto a los Réditos, hoy Impuesto a las Ganancias, entre otras tareas afines. Trabajaba en dos turnos, por la mañana y por la tarde, lo que no fue un problema para poder cursar al mismo tiempo la carrera de Perito Mercantil Nacional, en el turno noche de la Escuela Nacional Superior de Comercio “Domingo G. Silva”, donde en 1954 obtuve el título de Perito Mercantil Nacional.
Al año siguiente mi empleo se interrumpió por 12 meses al cumplir con el Servicio Militar Obligatorio. Mi destino fue el Regimiento 6 de Caballería en Concordia (Entre Ríos), donde también tuve por compañera a la Máquina de Escribir. Fue mi herramienta para elaborar el Orden del Día, que debía escribir cumpliendo órdenes emanadas de la Oficina del Jefe de Regimiento, tarea que debían cumplir los distintos sectores del Regimiento.
Valga una anécdota: el 16 de septiembre de 1955 la Revolución Libertadora derrocó al Presidente Juan D. Perón, a los pocos días desde Buenos Aires llegó una delegación de Oficiales con el fin de llevar un informe sobre la situación de los distintos cuadros y por ese motivo fui convocado para su confección a máquina, informe que se terminó después de más de cuatro horas de trabajo, lo que me valió la invitación para almorzar en el Casino de Oficiales.
De baja del servicio militar me reintegré a mi primer empleo pero no fue por mucho tiempo, ya que me interesaron para ingresar a Contaduría de la Caja Forense de la 1ª Circunscripción Judicial, lo que acepté, teniendo otra vez por compañera a la Máquina de Escribir y una Máquina Audit 513 marca Olivetti.
Terminado mi ciclo en la Caja Forense debí incorporarme a la Empresa de la cual mi padre era socio fundador: “El Cóndor S.R.L.”, dedicada al Transporte Automotor de Pasajeros, en la cual siempre con la máquina de escribir estuve vinculado a través de escritos con las autoridades del sector.
En 1980 la Máquina de Escribir dejó su lugar a la computadora, que es la que me facilita escribir esta nota. Mientras, ella quedará en un merecido descanso en el Museo de Antigüedades, aunque he visto, con gran alegría, que aún persisten por ejemplo en algunas Gestorías del Automotor ya que facilitan el llenado de los formularios que la computadora todavía no ha sabido solucionar.
Mi vieja máquina Olivetti está en un lugar especial de mi estudio cubierta por una funda y guardada en un rincón de mi corazón.
Pasado el tiempo, retirado de la actividad, nobleza obliga, quiero expresar mi satisfacción por haber podido escribir estas líneas sobre la entrañable “Máquina de Escribir” que ha representado en mi larga trayectoria un medio de vida, como seguramente lo ha sido para muchos dactilógrafos/as a quienes les hago llegar mis sinceras felicitaciones por haber sido partícipes de tan noble actividad, que se podía llevar a cabo gracias a la “Máquina de Escribir”.