Por el Prof. Martín Duarte
Por el Prof. Martín Duarte
Tratar a las noticias con A.M.O.R
En tiempos de “fake news”. En tiempos en que estas “noticias ensambladas a medida” de innumerables objetivos (injuriar y amedrentar a un candidato opositor; generar desconcierto en un sector de la población; promover indirectamente un producto comercial; dañar el prestigio de una empresa rival; filtrar y publicar escenas de la vida privada para escrachar y ridiculizar a una persona; etc) se esparcen como reguero de pólvora por las redes sociales. En tiempos en que la producción de contenidos “informativos” audiovisuales está al alcance de innumerables y variados seudoperiodista. En estos tiempos, resulta significativo tratar a las noticias con A.M.O.R. Estas siglas fueron propuestas por el santafesino Maximiliano Macedo (Analista en Informática Aplicada y especializado en Seguridad de la Información, matriculado en el COPITEC) en su charla TEDX como una manera inteligente y responsable de contrarrestar el efecto pernicioso de estas “informaciones truchas” que se divulgan y replican a través de Whatsapp o Facebook. A.M.O.R: “A” de AUTOR (¿Quién la escribe? ¿Quién la firma? ¿Es anónima? ¿Está publicada en algún medio de relevancia, de prestigio? ¿Cita alguna fuente externa?); “M” de MENSAJE (¿Es algo urgente? ¿Nos incita a la acción inmediata, casi impulsiva? ¿Tiene una fecha precisa?); “O” de OPORTUNIDAD (¿Ocurrió algún hecho relacionado con esa información que nos llega? ¿Quién se beneficia con esto?); “R” de RESPONSABILIDAD PERSONAL (¿Es real y lo podemos compartir?). La “R” es vital: si es falsa la info recibida, me toca actuar concienzudamente porque puede tener consecuencias impredecibles; puedo reportárselo al que me la envió para prevenirlo de su peligro; y, también, reportarlo en las redes sociales para no ser cómplices de esa cadena de desinformación.
Tratar a las noticias con ética
Para García Márquez, el periodismo es la mejor ocupación del mundo (¿mejor que la literatura, señor Premio Nobel creador de Macondos?), una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Lo ejerció y se encargó de marcar el camino a futuras generaciones de periodistas.
En sintonía con lo que planteamos en la primera parte de este escrito, para Gabo, hay tantos malos periodistas que cuando no tienen noticias se las inventan. Alguna vez, ante la 52a. Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa, SIP, en Los Angeles, U.S.A., octubre 7 de 1996, sostuvo: “El empleo desaforado de comillas en declaraciones falsas o ciertas permite equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones malignas y tergiversaciones venenosas que le dan a la noticia la magnitud de un arma mortal. Las citas de fuentes que merecen entero crédito, de personas generalmente bien informadas o de altos funcionarios que pidieron no revelar su nombre, o de observadores que todo lo saben y que nadie ve, amparan toda clase de agravios impunes. Pero el culpable se atrinchera en su derecho de no revelar la fuente, sin preguntarse si él mismo no es un instrumento fácil de esa fuente que le transmitió la información como quiso y arreglada como más le convino. Yo creo que sí: el mal periodista piensa que su fuente es su vida misma -sobre todo si es oficial- y por eso la sacraliza, la consiente, la protege, y termina por establecer con ella una peligrosa relación de complicidad, que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de la segunda fuente”. En síntesis, para ser periodista -según el padre de Macondo- hacen falta una base cultural importante, mucha práctica, y también mucha ética, que no es una condición ocasional sino que debe acompañar siempre como el zumbido del moscardón.
Gabo nos presenta un ejemplo aleccionador de esta cuestión en su texto: “Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre”. Esta obra que camina entre el periodismo gráfico y la literatura nos anticipa en su título (intencionalmente extenso por cierto) la historia de las idas y vueltas en torno a una noticia. Para el propio autor, este texto es una reconstrucción periodística de un naufragio publicada en el diario “El Espectador” de Bogotá durante la década del ‘50.
En la introducción titulada “La historia de una historia” (firmada por G.G.M, Barcelona, febrero de 1970) nos enteramos de lo siguiente:
a) Primero: el 28/2/55 se publicó que ocho miembros de la tripulación del destructor Caldas, de la Marina de Guerra de Colombia, habían caído al agua y desaparecido a causa de una tormenta en el mar Caribe; la nave viajaba desde EEUU -donde había sido reparada- hasta Cartagena, adonde llegó sin retraso dos horas después de la tragedia. La búsqueda de los náufragos se inició de inmediato, con la colaboración de las fuerzas norteamericanas del Canal de Panamá. Al cabo de cuatro días se desistió de la búsqueda, y los marineros perdidos fueron declarados oficialmente muertos.
b) Segundo: una semana más tarde, uno de esos marineros dados por muertos apareció en una playa desierta del norte de Colombia, después de permanecer diez días sin comer ni beber en una balsa a la deriva. Se llamaba Luis Alejandro Velasco.
c) Tercero: paulatinamente, Velasco fue convertido en un héroe por la prensa aliada a la dictadura militar del general Gustavo Rojas Pinilla; las fuerzas armadas lo habían “secuestrado” varias semanas en un hospital naval, y sólo había podido hablar con los periodistas del régimen, y -excepcionalmente y a escondidas- con uno de la oposición que se había disfrazado de médico. En poco tiempo, el náufrago fue condecorado y convertido en modelo publicitario de relojes y zapatos; profirió discursos patrióticos por radio; fue mostrado en la TV como ejemplo para las generaciones futuras; y fue paseado entre flores y músicas por medio país para que firmara autógrafos y lo besaran las damas. En esa rauda fama inflada por los medios aliados a la dictadura, el sobreviviente logró amasar una pequeña fortuna.
d) Cuarto: cuando esa fama se había opacado, Velasco apareció en el diario donde trabajaba García Márquez para vender su historia que -en apariencia- estaba “gastada”; a causa de la dictadura de turno, la prensa estaba censurada y los periódicos de la oposición tenían el problema de encontrar asuntos sin contenidos políticos con los cuales entretener a los lectores y no ganarse el “castigo” de los fuerzas militares; por ese motivo, Velasco pudo ser oído por el staff del “El Espectador” con el fin de rellenar algunas páginas de color.
e) Quinto: García Márquez desnuda la verdad de la historia del náufrago y la farsa montada por los medios aliados al régimen dictatorial; Velasco contó a Gabo -ya sin guion dictado por esos medios oficialistas- que el Caldas no había sido afectado por una tormenta; que había sido -irregular e irresponsablemente- usado para cargar mercaderías de contrabando; y que este sobrepeso generó la inestabilidad de la embarcación, produjo la caída de los ocho tripulantes al mar e impidió -finalmente- las maniobras de rescate. En palabras simples, la confesión de Velasco ponía en evidencia el modo en que el estúpido, inescrupuloso e irresponsable proceder de los marinos colombianos se había convertido en un acto de heroísmo por obra y gracia de la varita encantada y encantadora del periodismo funcional al régimen de turno.
f) Sexto, “El Espectador” publicó el relato del náufrago por entregas que -en principio- fueron celebradas por el gobierno. Pero, cuando la bitácora del sobreviviente se empezó a distanciar de la versión oficial de los hechos, se inició un “tire y afloje” que derivó en presiones, amenazas y sobornos infructuosos para acallarla y frenar la publicación. Velasco tuvo que abandonar la marina y Gabo tuvo que huir a Europa para salvar su pellejo.
Concretamente, este “Relato de un náufrago” pone en evidencia -como el mismo Nobel lo creía- que el periodismo puede considerarse como un género literario al mismo nivel que la novela, la poesía, el cuento y el teatro; un género literario con los pies puestos sobre la tierra: la literatura permite evadirse, pero con la formación periodística un cable lo retiene a uno en el suelo. Y, principalmente, resalta -esto nos devuelve al principio de este escrito- que la mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor.
El periodismo puede considerarse como un género literario al mismo nivel que la novela, la poesía, el cuento y el teatro; un género literario con los pies puestos sobre la tierra: la literatura permite evadirse, pero con la formación periodística un cable lo retiene a uno en el suelo.