(Enviado Especial a Belo Horizonte, Brasil)
Hay que asistirlo ya, antes de que sea tarde. La suerte en esta Copa América se asemeja a la del año pasado en el Mundial. Pero sea como fuere el final de la historia en este torneo, el bloqueo adentro de la cancha y la sensación de improvisación afuera, merecen decisiones fuertes y maduras. ¿Habrá claridad para tomarlas?
(Enviado Especial a Belo Horizonte, Brasil)
Es feriado también en Belo Horizonte, se celebra Corpus Christi. Le cuesta desperezarse a la ciudad, duerme, se aletarga. Cualquier parecido con la realidad de la selección argentina, es pura casualidad. Pero este último, el del fútbol argentino, es un sueño que nos está quitando poderío, respeto futbolero ante el mundo. Aún con el mejor de todos en la cancha y con la cinta de capitán en su brazo. La estadística es contundente: de los últimos 11 partidos oficiales, por los puntos, que ha jugado la selección nacional, sólo ganó dos. Uno fue en las Eliminatorias frente a Ecuador, con aquellos tres goles de Messi en un partido que se inició con sufrimiento (Ecuador abrió la cuenta y allí nos quedábamos afuera del Mundial); y el otro, en el Mundial ante Nigeria, también con ese halo de angustia que lo transformó, en ese momento, en algo épico y que se festejó como hacía mucho tiempo no se lo hacía.
Esta es la reencarnación de la tristeza de haber sido y el dolor de ya no ser. Y acá confluyeron todos, no hay un solo culpable. Confluyeron la falta de proyecto, la falta de seriedad dirigencial que se ha transformado en una enfermedad a la que se debe atender y pronto (no olvidarse que en medio de toda esta debacle futbolera, también estuvo el famoso 38 a 38), los errores cometidos en la elección de los conductores, los que fueron tentados y dijeron que no porque quieren evitar la “hoguera pública”, la historieta creada en torno a que esta selección está compuesta por “los amigos de Messi” y que es él quien digita quién entra, a quién se convoca y a quién no. En fin, una historia que no es de ahora, que no es actual, que arranca hace tres años en aquella famosa noche de New Jersey, cuando el Tata Martino quería encontrarle alguna respuesta a la nueva derrota por penales (la segunda ante Chile en otra final de Copa América) y se pasaba la palma de la mano por la frente, queriendo que esa conferencia se termine lo más rápido posible para irse a casa.
Cuando uno habla de identidad de juego, habla no sólo de estilo y de saber a qué jugar, sino que también habla hasta de refugio y creencia cuando las cosas no salen bien. Es decir, si se tiene en claro el camino, una piedra se esquiva y a lo sumo se puede pegar algún “volantazo”, pero nunca descarriarse ni marchar a la banquina ni tomar otro atajo u otra ruta.
Este es un equipo desamparado de esa identidad. La perdió hace mucho tiempo. La perdió después de Sabella y de Martino. En ese momento, las quejas giraban en torno a cuestiones totalmente menores, intrascendentes. Y era así, porque en el fondo había un plan, una estrategia, una forma. Eso ahora no existe. Hay una clara evidencia de plan ausente. Y también de tiempo perdido, porque en tres años se produjo una deformación tal que realmente cuesta entenderla y preocupa, no sólo para lo que pueda pasar el domingo y, si seguimos, en el resto de esta Copa, sino para las Eliminatorias y los tiempos que se vienen para el fútbol argentino.
El bloqueo es doble: mental y futbolístico. El grupo de los históricos se acorraló en aquella sentencia de no haber podido ganar algo con la selección. Ya muchos de ellos no están. Y quedan exponentes fuertes como Messi, Agüero, Di María y Otamendi, que ya contemplan un cercano final, sobre todo los últimos tres. Cuando el laberinto se hace grande, la salida no se puede encontrar. Y también se falló en aquellos que se eligieron como conductores de este proceso, sobre todo el último, el actual, este Scaloni confundido hasta el límite de lo grotesco, porque realmente cuesta entender que después del segundo partido de la competencia y habiendo tomado las riendas del equipo hace casi un año, salga a decir que al equipo le falta equilibrio porque no tiene un jugador de marca para que sea el volante tapón que cualquier selección que tenga sed de grandeza debería tener.
Scaloni no lo tiene porque no quiso tenerlo. Como tampoco pudo darle identidad de juego al equipo, seguramente porque no tiene la capacidad, los conocimientos ni mucho menos la experiencia, al menos hoy, para lograrlo. El ejemplo de que se puede, es el de Tité. Tomó una selección caída, derrotada, “planchada”, perdida y mancillada por la derrota cruel de ese 7 a 1 que todavía en ese momento (cuando asumió Tité), dolía hasta las entrañas. Y la dio vuelta, le devolvió esperanza, confianza, vigor y juego. Todo junto y casi al mismo tiempo. Nosotros necesitábamos ese baño reparador, pero la ducha nunca se prendió.
Y acá estamos, esperando un milagro y añorando una reconstrucción que no se ha dado y difícilmente se dará. Podemos clasificar, las chances siguen intactas y hasta podría decirse que depende de nosotros. Pero lo que realmente preocupa es que ya cualquier selección nos ha faltado el respeto, cualquiera nos moja la oreja, cualquiera nos da vuelta el cartelito de “candidato” que hasta hace poquito tiempo nos colgábamos sin dudar. Con esta pobreza y con esta mandíbula de cristal que nos pone al borde del nocaut en cualquier momento, Argentina no es “banca” para nada, salvo por historia. Y el propio Messi lo dijo, que ya hoy con la camiseta no se le gana a nadie.
Como el año pasado en Rusia, la sensación es que sólo los jugadores tienen la palabra. Del banco no se puede esperar nada y a ellos, a los que salen a jugar, hay que reclamarles actitud y juego. La imagen final del miércoles en el Mineirao, con tanto estatismo, sin solidaridad, sin sociedades, con miradas perdidas o buscando respuestas en el cielo brasileño, reflejan el desconcierto y las dudas que embargan a un plantel que está perdido y desorientado.
La tristeza de haber sido y el dolor de ya no ser. Habrá que convencerse de que si el milagro no nos asiste (el milagro sería que Argentina llegue a la final y mucho más que la gane en esta Copa América), el futuro se presenta aterrador y sin base ni sustento. No hay proyecto, no hay rumbo ni tampoco hay algo en qué apoyarse. Messi lo fue durante mucho tiempo. Pero hasta él cayó en esa telaraña de improvisación, impotencia y sensación de “sálvese quién pueda y cómo pueda” que es la selección. Un reflejo del fútbol argentino… Quizás, en parte, un reflejo del país.