Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)
Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)
Entre sueños me despertaba cuando asomaba febo en mis sueños risueños, la luz cortaba como navajazos la negrura nocturna y fría de junio. Danzaban como láseres esas luces entrometidas por las hendijas de la persiana americana, hecha en China, obviamente. La oscuridad que hasta ahí era total, se iba contaminando con flechazos de luz nítidos, fisgoneando con tozuda perseverancia los estáticos muebles de la habitación, que se iban corporizando con azarosa calma. Los “runrunes” habituales del hogar seguían siendo tan habituales que no me daba cuenta que seguían estando ahí... Eran las siete de la mañana del domingo pasado, mientras mi cabeza jugaba intentando encontrar formas, lugares y representaciones de esa danza de haces de luz que luchaban, y siempre ganaban, con esa oscuridad en invariable retroceso, la batalla era desigual, pero yo me divertía igual. Es que mis sueños bordean la insanía de los que residen en el pabellón de los soñadores permanentes.
La cabeza orgullosa y altiva de este soñador de Peisadillas que no pican ni saltan, ya presto para comenzar un nuevo día, de esos elevados, día democrático, sintiéndome satisfecho y pleno de orgullo patrio, sumado y potenciado por esa noble sensación de estar haciendo patria con mi humilde acto de votar, gambeteando la ley, ya que por mi edad tengo la opción de no hacerlo, siete de la mañana y de repente... ¡corte general!. Sí señor, todo el país se quedó sin luz, parte de Brasil y Uruguay también se vieron afectados. Las radios informaban de la magnitud del corte y yo escuchaba incrédulo que el corte afectaba a todo nuestro territorio. El cuarto oscuro iba a ser más oscuro todavía, las explicaciones pertinentes, tardías, explicaban lo inexplicable, ellos no tenían idea de lo que había sucedido, pero perjuraban que no iba a volver a pasar... Aún hoy, y ya pasados varios días, seguimos sin saber lo que pasó en realidad, pero tenemos que estar seguros de que no volverá a pasar, nos dicen, porque están buscando las soluciones en eso que no se sabe donde comenzó o por qué sucedió, pero que esa cosa del coso ese que hace que ciertas cosas que transmiten electricidad para que las cosas funcionen, como el coso ese que las hace funcionar... En fin. Sería bueno que los que manejan nuestros destinos ciudadanos sean un faro en la oscuridad. Pero se percibe que hay pocas luces. Aunque me parece que se les hizo tarde que ponerse las pilas.
Las primeras enseñanzas patrióticas y el amor a la bandera y a nuestro terruño se dan fuera de la casa, son las escuelas primarias quienes detentan la potestad de transferirlas e insertarnos, por decirlo de alguna manera, la semillita del amor a la bandera y el respeto a los símbolos patrios, aunque bien, son nuestros padres los que transmiten un concepto básico de lo que es nuestra tierra natal y sus emblemas. Pero me atrevo a afirmar que quien infunde amor y pasión últimamente e insistentemente, es la televisión en tiempo de mundiales, es en ese período de cuarenta días más o menos en que todas las publicidades, sean del servicio o producto que sean, nos muestran toda la sobrecarga moral y espiritual del sacrificio, del amor, la dedicación por nuestra bandera y nuestra patria, patria que alienta en las buenas y en las malas, que llora y se abraza emocionada, que no importa si sos rico o pobre, o si habitás en uno de los límites de la enorme y bella Argentina o sos un porteño de la porteña capital, porque la felicidad y el orgullo de la sufrida y cascoteada patria llega a su apoteosis con un gol; una gambeta desata lágrimas de admiración que corre el maquillaje celeste y blanco; un tiro libre; si saltás más alto que los otros y colocás la testa para mandarla a la red de piola, nos envuelve un entusiástico fervor nacionalista; o si te besas el escudo y la camiseta blanquiceleste, persistentemente y ante la mirada de millones de televidentes, plasmado desde quince puntos de vista, asistido por las cámaras y los flashes de un sinfín de celulares inteligentes. La inteligencia emocional que maman de niños nuestros hijos con respecto a la patria y al pabellón nacional, a “la Argentina”, son esos miles y miles de mocosos que ven a sus padres sufrir y putear por esos representantes de la enseña nacional en un partido de fútbol, que se enfrentan a otros ignotos congéneres, pero de distinto color su camiseta. Y la Publicidad insiste cada cuatro años en meterse en nuestros corazones patrióticos, entonces los balcones y los taxis se llenan de banderas, las camisetas se llevan a pecho inflado, todos nos sentimos más argentinos que nunca y todo lo demás no importa, pasa a segundo plano, todos los de afuera se convierten en enemigos, y sentimos que todos nos odian porque somos los mejores del mundo y el Papa es argentino, ¡Joder!
La historia nos cuenta que nuestra bandera celeste y blanca fue creada el 27 de febrero de 1812 en las barrancas del Rosario. Manuel Belgrano estaba entusiasmado porque semanas antes el Triunvirato había aceptado su pedido de aunar el ejército bajo un emblema unificador, el Triunvirato mandó crear así la escarapela que en su decreto decía: “Sea la escarapela nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, de color blanco y azul celeste...”, con semejante empujoncito Don Manuel Belgrano manda a confeccionar una bandera, jurámentandola con las Baterías “Libertad” e “Independencia” en las orillas del Río Paraná. No cayó bien en los triunviros y la historia es harto conocida, la misiva con la prohibición del uso de la bandera no llegó a tiempo (¿ya existía la mafia del transporte?), y Belgrano, ignorando la orden por desconocimiento, la utilizó y la hizo bendecir en Jujuy.
Hace unos días, científicos del CONICET descubrieron que la primera bandera que flameó identificando al Ejército del Norte, que representaba a las Provincias Unidas del Río de la Plata, no era tan celeste, sino que era azul índigo; escalas de colores aparte, cuando Belgrano fue anoticiado del pedido para que dejara de usar el pabellón que hasta en ese momento no era nacional, responde: “La bandera la he recogido, y la desharé para que no haya ni siquiera memoria de ella; y se harán las banderas del regimiento sin necesidad de que aquélla se note por persona alguna; pues si acaso me preguntaren por ella, responderé que se reserva para el día de una gran victoria por el ejército, y como ésta está lejos, todos la habrán olvidado y se contentarán con la que les presente”.
Nadie la olvidó, y es la bandera más bella del mundo, tan linda que hasta el cielo la puede dibujar.