Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)
Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)
Agradablemente entumecido, horizontalidad de senectud absolutamente mullida, acariciada de almohadones y cojines, mis breves piernas cruzadas, manos entrelazadas detrás del cuello, sempiterna sonrisa de rictus giocondesco, ojos bien cerrados. Presto a dormir, es la calma chicha que precede a la tormenta onírica de peisadillezcas consecuencias.
Marchando a P.A.S.O. cerrado, mis sueños políticamente incorrectos me llevan lenta e inexorablemente hacia la recurrente fórmula que preside la materia gris de sueños embebidos de confusa realidad alternativa. Mezclados y confundidos, miro con creciente incredulidad la danza de los lobos, el baile de nombres y hombres, donde lo que nada podía ser ahora es y lo que era, puede llegar a no ser más; donde la marchita no se canta pero cantan otros que te la cantaban “de frente, march”; el aceite se hace agua, y lo que nunca se mezclaba ahora son de inseparable esencia; donde los hechos nos demuestran que el movimiento se hace andando, y andando se van acomodando, y la rosca se hace trenza, donde el centenario partido lo mira con la ñata contra el vidrio, como a esas cosas que nunca se alcanzan... Argentina es invencible, pareciera que quienes detentan u ostentan el poder, atentan para joder. Nos, los habitantes del pueblo de la Nación Argentina, desunidos en espanto general constituyente... a no... ¿no era así el Preámbulo?, es que ante tanta grieta y ante tanto golpe al estómago, uno ya no sabe qué pensar.
Las encuestas que tanto cuestan y que con todos se acuestan, no nos cuentan mucho y nos acuestan más. A ellos les encanta dejar contentos a sus contratistas, y algunos medios con miedos publican lo que sus lectores prefieren leer, todos felices, en el país de las sombras. Yo me río de Janeiro, pero quien no se ríe tanto es el presidente del vecino país que quedó en la luna de Sevilla (la luna de Valencia se mira con otros ojos), ya que con apenas 39 kilitos de cocaína en un “bolsonaro”, un militar que viajaba con la comitiva diplomática del presidente se quedó sin poder entregar las bolsitas de regalo, sus planes se hicieron polvo, se pasó de la raya, ¡durísimo!
Mientras mi sueño se materializa en párrafos que ustedes están leyendo, y entretanto las voy escribiendo, me enteré, felicitaciones mediante, que el 27 de junio se celebra desde hace algunos cortos años el “día del boludo”. Asumiendo mi condición de consuetudinario votante, reconozco que muchas veces me tomaron de boludo, pero como siempre cuento, uno de mis ejercicios preferidos es el de buscar etimologías de las palabras, significados, sinónimos, detalles, y todo lo que refiera a los juegos de la lengua bien jugados. Entonces me puse a buscar algunas acepciones, la más común: “Que hace o dice tonterías, se comporta como un estúpido o no es responsable. Es de uso coloquial y está permanentemente presente en cualquier charla, sin importar clase social o estrato”. Pero la historia de esta palabra tan argentina tiene sus raíces justamente en la emancipación y la autodeterminación de nuestro suelo, y no es boludeo. Nos cuentan los que escriben sobre los que hicieron historia, que los gauchos argentinos, carnes de cañón de las guerras de la independencia, eran muy duchos en eso de revolear las bolas o pelotas -experiencia adquirida por la caza- y eran enviados al frente en la línea de fuego contra las tropas de la artillería española. Los criollos, los negros y los indígenas se ubicaban en tres líneas, los “pelotudos”, quienes eran los más adiestrados en el revoleo de pelotas grandes, que estaban unidas a un tiento de cuero, luego en la segunda fila, venían los “lanceros”, armados con humildes cañas tacuaras y facones unidos a manera de lanza, y por último, los “boludos”, ellos iban provistos de sus boleadoras. El ejército independentista se enfrentaba a uno de los mejores y más disciplinados ejércitos del mundo, calzados con corazas, armas de acero toledano, caballería y armas de fuego, pero enfrente tenía a los hombres con más cojones de la tierra argenta. Pura supervivencia, de boludos, nada. Pero cosas de la historia y del proceso que sufren los significados de las palabras, nos cuentan que antes que finalice el siglo XIX, un diputado en plena exposición, hizo una analogía que terminó siendo finalmente la definición de la palabra con la que el “Negro” Fontanarrosa, poco más de un siglo después, abriría el Congreso de la Lengua Española; el político en cuestión dijo, palabras más, palabras menos: “no hay que ser pelotudo”, como diciendo que no había que ir al frente para hacerse matar. En el 2009 un grupo de diseñadores tuvieron la idea de crear el “Día del boludo”, con el propósito de masificar un mensaje muy simple, que en la Argentina hacer las cosas bien, comportarse correctamente ante cualquier tipo de situación moral o espiritual, te deja del lado de los boludos. Su premisa es directa y sencilla: “Somos una nación de boludos. Millones de ilusos que aspiramos a vivir en paz, construyendo un futuro próspero y una sociedad justa. Sin embargo, los ‘vivos’ nos demuestran a diario que confiar en las promesas, mostrar respeto por los demás y actuar dentro de la ley es una estupidez. Algo que sólo hacen los tontos, los fracasados, los boludos”.
Mi admirado Tato Bores, en su extensa y larga verborrea, nunca utilizó lenguaje grosero o crudo, y supo decir muchas cosas, pero sí utilizó la palabra “Boludo” en contables monólogos.
Es una palabra muy argentina, exageradamente utilizada, tanto para atacar como para ensalzar una cualidad, para denostar, o simplemente porque es “nuestra palabra” y que sirve para todo. “Che boludo, te extrañé”, “¿qué hacés boludo?”, “es un boludo”, son algunas de las más escuchadas.
Felicitaciones a todos. Porque en este hermoso país hacen falta cada vez más boludos que luchen por hacer las cosas bien, ir al frente y con las pelotas bien puestas. A lo Tato me despido... Cerveza con maní, y good dreams.