Prof. Martín Duarte
JUNIO: DÍA DEL LIBRO Y DEL ESCRITOR
Prof. Martín Duarte
El texto empieza con una anécdota y terminará con otra. Días atrás, una amiga licenciada en biodiversidad y docente universitaria contaba -con sorpresa y risa- una escena que presenció en un aeropuerto: un niño pequeño trataba de hojear un libro con su dedo índice como si estuviera frente a una pantalla táctil de un Smartphone; arrastraba una y otra vez su dedo en múltiples direcciones pero el libro no se “encendía”. Para ella, la circunstancia ilustraba a una joven generación que ponía en diálogo y que experimentaba con: viejas (el libro nacido de la imprenta) y nuevas tecnologías (las pantallas táctiles) forjadas por nuestra historia humana. El pequeño se esforzaba con curiosidad por “leer el mundo”; tenía las herramientas en la mano y las exploraba; tácitamente, reclamaba la presencia de un mediador (un adulto) que lo socorriera y lo orientara mínimamente. En definitiva, se trataba de una escena que destacaba el papel transcendental de la transmisión cultural: desde que nacemos hasta nuestra vejez, a veces, necesitamos la mano de un tutor que nos ayude a entender “cómo funciona el mundo” y, otras tantas, tomamos el rol de “ayudantes” y “guías” de otros que reclaman nuestra generosa y oportuna asistencia para poner a funcionar nuestro entorno.
Dice Petit en “Leer el mundo” (2015) que la tarea de los mediadores (padres, docentes, bibliotecarios, editores, escritores y demás adultos responsables de niños y jóvenes) es fundamental para concretar la transmisión cultural entendida como presentación del mundo: “El sentido de nuestros gestos, cuando les contamos historias a los niños, cuando les proponemos libros ilustrados, cuando les leemos en voz alta, tal vez es ante todo esto: te presento el mundo que otros me pasaron y del que yo me apropié, o te presento el mundo que descubrí, construí, amé... te presento a aquellos que te han precedido y el mundo del que vienes, pero te presento también otros universos para que tengas libertad, para que no estés demasiado sometido a tus ancestros. Te doy canciones y relatos para que te los vuelvas a decir al atravesar la noche... Para que puedas poco a poco prescindir de mí, pensarte como un pequeño sujeto distinto y elaborar luego las múltiples separaciones que te será necesario afrontar. Te entrego trocitos de saber y ficciones para que estés en condiciones de simbolizar la ausencia y hacer frente, tanto como sea posible, a las grandes preguntas humanas, los misterios de la vida y de la muerte, la diferencia de los sexos, el miedo al abandono, a lo desconocido, el amor, la rivalidad. Para que escribas tu propia historia entre las líneas leídas”.
La mediación cultural (que arranca en la panza de mamá) nos ayuda a leer el mundo como si fuera un texto vivo y, por consiguiente, nos ayuda a leernos a lo largo de nuestra existencia; de a poco, surge la posibilidad de tartamudear, garabatear, de escribir palabras, de escribirnos y -¿por qué no?- reescribir nuestro entorno social que no es otra cosa que un producto de la historia y no, algo determinado e inalterable (como diría Freire en “El grito manso”).
Leer y escribir son derechos culturales inalienables del ser humano. Según Yolanda Reyes, escritora y experta en la formación de lectores desde la primera infancia: “La experiencia de sentirnos parte de un conglomerado humano que comparte y reestrena los símbolos para descifrarse y habitar el territorio del lenguaje es la que otorga sentido profundo a la literatura y esa revelación se hace patente en los primeros años de la vida. En esa arista que mezcla lo universal con lo particular y que nos permite reconocernos, diferenciarnos y construirnos mediante el diálogo con las páginas de la cultura, encuentro una justificación profunda para incluir la formación literaria en la canasta familiar de nuestros niños, como alternativa de nutrición emocional y cognitiva y como equipaje básico para habitar mundos posibles, a la medida de cada ser humano”.
Sabemos que el contacto temprano con los libros repercute en la calidad de la alfabetización del niño. Sin embargo, la tarea del mediador implicaría mucho más que -simplemente- alfabetizar. Afirma Yolanda Reyes en “La casa imaginaria”: “No fomentamos la lectura para exhibir bebés superdotados sino para garantizar, en igualdad de condiciones, el derecho de todo ser humano a ser sujeto de lenguaje: a transformarse y transformar el mundo y a ejercer las posibilidades que otorgan el pensamiento, la creatividad y la imaginación”. En esta sintonía, Gianni Rodari dice -en su “Gramática de la fantasía” donde recupera las experiencias de su propuesta didáctica con sus estudiantes- que se trata de “convidar” la experiencia de la lectura y la escritura con el fin principal de que nadie sea “esclavo”.
Ya a principios de este siglo, Emilia Ferreiro advertía en “Pasado y presente de los verbos leer y escribir” que existen países que tienen analfabetos (porque no aseguran un mínimo de escolaridad básica a todos sus habitantes) y países que tienen ilestrismo (porque, a pesar de haber asegurado ese mínimo de escolaridad básica, no han producido lectores en sentido pleno). Es decir, estar “alfabetizado para seguir en el circuito escolar” no garantiza el estar alfabetizado para la vida ciudadana. Por ende, no es posible seguir apostando a la democracia sin hacer los esfuerzos necesarios para aumentar el número de lectores plenos -no descifradores- que tengan la capacidad de circular entre diversos tipos de textos de manera selectiva y crítica. Y en este “baile” está danzando el libro: un objeto en busca de un lector que lo complete y que le permita realizarse como objeto cultural (sólo se convierte en patrimonio cultural cuando encuentra una comunidad de lectores intérpretes). Como Petit y Reyes, Ferreiro resalta la responsabilidad y el desafío que les competen a los mediadores para propiciar la inmersión en la cultura letrada de las nuevas generaciones: “todos los objetos (materiales o conceptuales) a los cuales los adultos dan importancia son objeto de atención por parte de los niños. Si perciben que las letras son importantes para los adultos... van a tratar de apropiarse de ellas”.
La anécdota de cierre. Mirábamos con mi hija más pequeña, Catalina de 5 años, una película de ciencia ficción por segunda vez. A ella le encanta anticipar lo que viene y preguntar sobre el rol de los personajes: “¿Papá, quién es el bueno y quién, el malo? ¡Esa chica linda y con los labios pintadas no puede ser mala, Papi!” Mi respuesta un tanto rebuscada: “¡En esta película las apariencias engañan! ¡Como pasa en la peli y el cuento de Rapunzel: la que decía que era su mamá, en realidad, se hacía la buenita pero era la malvada mujer que la había raptado del castillo del rey! ¡Además, Cata, vos ya viste esta película y ya sabés que esa mujer linda está engañando a los niños y que...!”; Catalina otra vez mirando la pantalla de TV: “¡Sí, papá!¡Silencio¡ ¡Eso pasa varias páginas después!”.
Te presento a aquellos que te han precedido y el mundo del que vienes, pero te presento también otros universos para que tengas libertad, para que no estés demasiado sometido a tus ancestros. Te doy canciones y relatos para que te los vuelvas a decir al atravesar la noche... Para que puedas poco a poco prescindir de mí”.