(Enviado Especial a Belo Horizonte, Brasil)
Cargan sobre sus espaldas las últimas frustraciones. Brasil llega mejor, aunque haya eliminado por penales a Paraguay; Argentina espera por ese “fuego sagrado” que muchas veces aparece y por Messi, que en cualquier momento puede despertar.
(Enviado Especial a Belo Horizonte, Brasil)
Dejamos atrás la calidez de Río en un domingo de playa, sol, actos a favor de Bolsonaro en pleno Copacabana y los argentinos ávidos por encontrar un medio que los movilice desde aquella ciudad a esta Belo Horizonte que ya nos resulta tan familiar desde hace tiempo. Movilidad y también entradas, porque ahora sí parece que la cosa viene en serio y que esos 60.000 lugares del Mineirao pueden ser insuficientes para contener el desbordante entusiasmo de brasileños y argentinos por este partido.
No exagero si digo que estamos ante un hecho histórico y que puede resultar memorable. Este es “el partido” para Argentina y Brasil. Ninguno de los dos puede soslayar los beneficios y perjuicios que vendrán de la mano con el resultado final. Brasil tiene una pesada carga que, justamente, se materializó en el mismo Mineirao en aquélla semifinal del Mundial de hace cinco años. Y Argentina carga con la otra pesada mochila: la de los 26 años sin éxitos y toda una generación, con Messi incluido, huérfana en logros.
Argentina llega a esta instancia dando vuelta la historia, al menos en la comparación con el resto: fue la única selección que no necesitó de los penales para seguir en carrera. Ya se fueron Colombia y Uruguay, que por juego estaban por encima nuestro y se retiraron invictos del torneo; y dio la nota Perú, recuperándose rápidamente del 5 a 0 con “precio” que le propinó Brasil. Pero la vuelta de tuerca a la historia que dio Argentina, fue que, de los “grandes”, resultó ser el que más problemas tuvo para clasificar pero el que mejor la pasó en los choques de cuartos. Un dato más, que puede ser relevante si se acentúa la leve recuperación que hemos tenido.
“No estoy haciendo mi mejor Copa América”, dijo Messi. “Leo está haciendo las cosas muy bien. No hace goles, que es lo que siempre hace, pero está haciendo un gran trabajo. Corre, se sacrifica por el equipo. El, más que nadie, sabe que en la Copa América se tiene que correr y después pensar en lo demás”, indica Scaloni. Cuando ganamos a Qatar y nos sacamos el primer gran peso de encima (habría sido un fracaso rotundo no clasificar y un papelón, también, si quedábamos afuera ante Venezuela), escribí en El Litoral que estamos viendo un Messi “terrenal”. Le agrego otro calificativo: estamos viendo un Messi “testimonial”. En ambos casos, ya sea porque aún no tuvo una actuación “galáctica” o porque estamos ante un desempeño “presencial” de un jugador ultra desequilibrante como ninguna otra selección cuenta, el Messi que ha jugado esta Copa América, hasta ahora, es un Messi “dormido”.
El gran problema de los brasileños, es ese, que Messi está “dormido”, y se preguntarán: ¿qué pasa si se despierta y justamente ante nosotros?. Porque si Argentina está adónde está sin el aporte de Messi, la pregunta que se harán todos es: ¿qué va a pasar con Messi en toda su dimensión?
De todos modos, hay que ser muy cautos en el análisis. Argentina no hizo las cosas suficientemente bien hasta ahora. Se fortaleció un poco en los últimos dos partidos, el técnico encontró una base titular (podría repetir formación por primera vez después de 40 partidos en los que siempre hubieron cambios) y rendimientos realmente interesantes y, en algunos casos, inesperados: el sacrificio y fútbol de De Paul, el orden de Paredes en una posición que no es la que aparece como más ventajosa para sus características, la capacidad goleadora y el esfuerzo de Lautaro Martínez, la mejoría de Agüero, el gran partido que hizo Armani ante Venezuela y la respuesta de Foyth para marcar en el mano a mano duro con Machis, algo que se repetiría con Everton, uno de los mejores jugadores que tiene esta Brasil de Tité, que se para con un 4-2-3-1, o sea, sumando mucha gente en el medio con ese don preciado que tienen los brasileños cuando disponen de la pelota.
Si Scaloni escondió la formación para enfrentar a Venezuela, mucho más lo hará ahora. Pero si hay algún retoque, se supone que podría darse en el medio. ¿Acaso Di María por Agüero, para tener más presencia en el medio?. Es sólo una posibilidad. Scaloni estará preguntándose cuál es la relación costo-beneficio. Tampoco estaría sacando un delantero neto por un volante de contención, porque Di María puede ser tranquilamente un atacante. De hecho que sus condiciones lo acercan a un jugador de ataque y no tanto de defensa. Ganaría un poco más de retroceso. Agüero y Lautaro Martínez hicieron un gran desgaste ante los venezolanos, retrocediendo hasta más allá de la mitad de la cancha para dar una mano. Igualmente, el equipo tuvo pasajes de complicaciones, de ausencias en ese medio juego que Venezuela supo poblar y desequilibrar.
El duelo Foyth-Everton, los cuidados por la subida delos laterales, las apariciones fantasmales de Casemiro, la generación de juego que tienen Artur y Coutinho en el medio más la potencia ofensiva de Gabriel Jesús y Firmino. En estos nombres y en el juego, Brasil parece tener más. Pero Argentina es Argentina. Hay algo, tenemos algo que a ellos los perturba. Es Messi, claro. Sobre todas las cosas. Pero también ese “fuego sagrado” que en tantas epopeyas de la historia ha fluido desde la más profunda de las entrañas.
Estamos ante el gran partido que esta Copa América podía brindar. Los dos lo cargan con mucho peso sobre sus castigadas espaldas. Después de este martes, cuando el Mineirao apague definitivamente sus luces, ya nada será igual para los dos.