Un “artista total” trata de forjar su autobiografía para intentar la trascendencia, mientras la muerte le pisa los talones. Descubre que el mejor camino es el teatro y a partir de allí inventa un universo a partir de fragmentos de su vida. Los recuerdos se mezclan con construcciones presentes que les otorgan nuevos sentidos. Desanda ese camino y empieza a sospechar que, tal vez, todo lo que construyó a lo largo de la vida es más bien precario, como de cartón pintado. Toda una reflexión respecto del quehacer artístico que propone la obra “La extraordinaria vida de Jorge Valente”, que se estrenó el año pasado y ahora retorna en versión renovada a La 3068, donde realizará funciones todos los viernes de julio, a las 22.
Con interpretaciones de Sergio Abbate, Camilo Céspedes, Sofía Kreig y Lautaro Ruatta, la puesta cuenta con la dirección de Javier Bonatti, quien también se ocupó de la dramaturgia. Bonatti, de amplio desarrollo como actor, indagó por primera vez en el rol de director en “La extraordinaria vida de Jorge Valente”, donde asumió una serie de riesgos estéticos, amparado por un grupo de intérpretes experimentados, capaces de afrontar con soltura el desafío de componer personajes complejos. En una charla con El Litoral, Bonatti brindó detalles del proceso que vivió la propuesta desde su estreno y adelantó las características que tendrán las nuevas funciones a partir de las transformaciones que se introdujeron.
—En el proceso previo al estreno de la obra, planteabas que los ensayos fueron fundamentales como una especie de “usina” de ideas que después se llevaron a escena. ¿Cómo incidió en este sentido, el año de rodaje por los escenarios?
—Incidió tanto que la obra cambió muchísimo. Lo que se va a presentar ahora es una versión nueva. Uno durante un año o dos de proceso creativo se va dando cuenta de que hay cosas con las que ya no concuerda, que cambiaría, achicaría. Y tiene que ver también con haber tomado a las funciones como momentos de creación y disparadoras de otras cosas. Las mismas funciones nos llevaron a plantear que la obra también tendría que poder hacerse en una plaza o en la calle. No como teatro callejero, sino como teatro de sala en un lugar donde no hay una sala de teatro. Entonces, después de la gira de febrero, durante marzo y abril estuvimos diseñando y armando una sala itinerante. Un delirio, pero motivado por esta necesidad de mover la obra y de plantear al posible error como una usina generadora de conflictos. Tiene que ver también con el origen de la obra, que siempre estuvo pensada como un trabajo que apostaba a lo imprevisible. A que ocurra en función lo que los propios actores no saben que puede ocurrir. El mismo Valente, al intentar hacer su autobiografía, transforma la obra en algo caótico. La idea es jugar con eso a nivel actoral.
—Y es lógico que si se habla de un personaje con todas estas complejidades, la puesta refleje eso.
—Exactamente. Que refleje la posibilidad de lo impredecible y que los actores tengan que lidiar con eso. Algo que, como director, no concibo de otra manera. Me parece que es la única forma de mantener la obra viva: que a los actores les sigan pasando cosas que no vean venir.
—Es un riesgo modificar la obra, sobre todo al tenerla probada ante el público.
—No sólo está probada, sino que funciona. Nos fue muy bien, tuvimos muy lindas devoluciones y comentarios. Pero no se trata de decir: “Listo, este aparatito funciona, que siga funcionando así”. Es ver cómo hay que hacer que esto, que ya sabemos que habla un montón, siga hablando pero desde otro lugar.
—En la puesta aparecen reflexiones sobre las distintas expresiones artísticas ¿Cuál es el mensaje central que pretenden trasladar al espectador?
—La obra habla de Jorge Valente, un tipo que es un artista total. Baila, canta, actúa dirige. Además inventa, es científico. La obra habla de él y del terrible legado que dice que tres días después de cumplir 59 años morirá. Y cómo decide embarcarse para escribir su autobiografía para poder dejar justamente un legado. Me parece que el arte tiene que ver con esto. Con dejar algo, con trascender. Todos los artistas, cualquiera sea la rama, viven para eso. Para que alguien los recuerde por su obra. Lo que le pasa a Valente es que, cuando empieza a abrevar en ese pasado, se empieza a dar cuenta de que lo que había construido, que él pensaba que era tan grandioso, grandilocuente y extraordinario, es de cartón. Que todo es bastante precario y austero, que en su vida las luces y marquesinas no dejan de ser placas truchas de un mar pintado.