Federico Aguer | [email protected]
En el kilómetro 14 de Arroyo Leyes, Abel Pappini apostó por un sistema productivo circular: frutas y hortalizas abonados por los desechos de codornices, conejos y cerdos. Manejo agronómico y circuito comercial para empezar a vivir del campo de una manera distinta.
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“Déjenme ser lo que quiero, que yo sabré con el favor de Dios: ser lo que debo ser o no ser nada, y ser libre o morir en la ocasión. Vale la pena ser corto en palabras, pero sabio y sencillo en la opinión; tener como maestro el cuero propio y leer el libro de la creación. No se puede olvidar la tierra-Madre, la cuna, la querencia, la emoción de saber que no existen las fronteras pero sí el compromiso de ser yo”.
La poesía de Julián Zinni fue musicalizada por los de Imaguaré, y describe como nadie a Abel Pappini, en cuya casa cuelga un cartel que dice: “Déjenme ser”, con el que le da la bienvenida a todo aquel que quiera aprender su historia.
“A mí siempre me gustaron la huerta y los bichos. En 1989 me invadió la civilización y decidí a venirme al Leyes, para hacer lo que realmente me gusta: criar animales y trabajar la huerta orgánica”, confiesa Pappini.
Es que luego de más de 20 años en la función pública y la música, Pappini se encontró viviendo en un Colastiné que se iba urbanizando demasiado rápido para su gusto. Decidió entonces irse un poco más lejos: vender donde vivía y comprar una parcela de casi 9 hectáreas en Arroyo Leyes, en aquel entonces una zona netamente rural.
Casi sin querer
En medio de ese proceso de constante aprendizaje, se fue volcando a la producción orgánica, aunque se dio cuenta que la transición no sería sencilla, ya que este sistema productivo está lejos de ser el idilio que muchos imaginan desde la ciudad. Requiere trabajo, y mucho.
“Primero hice 4 hectáreas de huerta convencional, pero me fue mal. Entre las plagas, el agua y los precios del mercado, el negocio no cerraba”. Tuvo que replantearse todo, y se decidió a emprender un sistema 100 % orgánico. “Como me habían quedado las herramientas, al principio empecé con una pequeña producción para la familia, y luego pasé a 3/4 has de huerta. Me ayudó mucho el apoyo del Ministerio de la Producción y del INTA, quienes me supervisan el trabajo una vez por semana”.
Un puro
Pappini enfatiza que no es un productor “en transición”, como la gran mayoría que trabajan sistemas mixtos. “Soy orgánico porque a las tierras las vengo trabajando hace dos años, sembrándole abonos verdes, y preparando el suelo con mucha planificación. Es muy difícil hacer orgánico, no se puede implementar de un día para el otro”, agrega. Y explica que “hay que tener el suelo bien preparado (con mucho abono verde), para implementar un sistema rotando cultivos, incluyendo leguminosos (como la avena), para echar abajo de los fertilizantes, con bosta de vaca. En mi caso, después preparo productos Bio, que me enseñaron en INTA y el Ministerio”.
En relación a la producción específica, afirma que siembra una asociación de diferentes verduras para evitar las plagas, con productos y preparados bio, y que de a poco su sistema productivo se ha ido transformando también en un predio de aprendizaje compartido, donde la gente que va a comprar también se va capacitando.
“Me gusta compartir con la gente, a la que le enseño sobre las cosas naturales que utilizo. Por ejemplo, como fertilizante: bosta de vaca, cenizas de asador, etc. A todo aquel que viene a comprar le doy un cuchillito para que se corte la verdura que le guste y que vea de qué se trata”, cuenta.
Para la foto
En relación a otra de las características de la producción orgánica, Pappini enfatiza en la presentación. “En cada planta van a encontrar bichos: vaquitas de San Antonio, etc. La gente busca de comprar la verdura vedette, pero la certificación del orgánico te la da un repollo con agujeros, o un pimiento con picaduras. La gente tiene que aprender a comprar orgánico con sus características. Inclusive algunos hongos en la base de un repollo es normal”.
Además, su imaginación no tiene límites. Al punto que desde hace unos años incursiona con un cultivo atípico para la región: la mandioca. “Somos pocos los que hacemos en Santa Fe. Yo hace 3 años que lo hago, se trata de una variedad que se cocina ligero y que rinde bastante”, asegura a un cultivo que ocupa un lugar preponderante en su quinta, y que goza de una gran aceptación por parte de sus clientes.
En cuanto a la venta de su producción, explica que se realiza por fuera del circuito comercial de las verdulerías de Santa Fe. “Estoy yendo a mercados que me invitan, donde no van verduleros sino productores orgánicos. Hay Ferias en Barrio Candiotti Sur, en el Parque Federal y en La Redonda. Son lugares donde la gente está teniendo buena respuesta, cada vez compran un poco más y aprenden sobre esta metodología que se puede producir y comer sano”.
Cambio de hábitos
Abel recuerda que toda su vida crió animales. “Tuve un criadero grande de codornices y de conejos, inclusive en el año 1989 llegué a tener 1.600 conejos, e hice cursos de producción y de inseminación artificial. Las gallinas siempre fueron mi hobby y hoy conservo las que más me gustan, mayormente de especies ornamentales. A las codornices como a los conejos los utilizo con un doble propósito: carne y huevos, y abono mayormente. Son un gran complemento para la granja”.
La producción orgánica muchas veces es idealizada, sobre todo en ámbitos urbanos. Pero Pappini destaca que implica un compromiso full time con la quinta. “Para pasar al orgánico tenés que aprender de forma constante, porque es otra la forma de producir. Tenés que tener un muy buen suelo, porque no lo podés remediar con nada, y de mi poco conocimiento (estoy aprendiendo constantemente), aprendí que uno de los aspectos más importantes es aportar Nitrógeno a la tierra”, afirma. Y agrega que en 5 meses no se alcanza, porque “lleva más de un año para poder arrancar con un suelo apto para hacer todo orgánico”.
Finalmente, anticipa que el mercado cada vez lo va a exigir más. “Y tarde o temprano todos terminarán haciendo este tipo de producciones, porque los mercados se van a ir cerrando a los químicos”. Por ahora, reconoce que la renta económica es prácticamente nula, y que inclusive ha llegado a perder plata en ocasiones, por lo que se respalda en la venta ocasional de algún lote. Su apuesta es al largo plazo, y mientras se escurre la vida, hacer lo que le gusta. Si lo dejan ser, él es feliz de esta manera.