Raúl Emilio Acosta
Raúl Emilio Acosta
Estaba esperando un vuelo en el Aeropuerto de Barcelona y recordé un reportaje, nada amable, con un charlista de moda que venía a Rosario. Cuando le dije que las charlas filosóficas con esta inflación, estos sueldos, este porcentaje altísimo de desocupados, sub ocupados y definitivamente famélicos no parecía una necesidad tremenda, se fastidió. Contestó que la falta de humildad de gente como yo era uno de los motivos de sus charlas, que eran como el Aleph.
Me acusó, en buen romance, de falta de humildad. Antes hubiese estallado. Elmer Gantry, Billy Graham, todos los charlistas ocupan la atención de quienes van y pagan una entrada para escuchar. Sortilegio. Milagro. Escape. Evidente la necesidad. Visible el resultado. A más de mil pesos en la zona central del teatro, las butacas llenas indican que el Siglo XXI aún permite cuestiones tan extrañas e inasibles como la magia del charlista que sostenía que preguntarle por sus charlas en mitad del vendaval, muy bien pagas, era una falta de humildad. Ha venido varias veces este año a Rosario, por algo será.
Darío, el charlista, mencionó el Aleph, ese punto que es todos los puntos, acaso el misterio más cercano a las entrañas, ese entrañable misterio borgiano. Aconsejo imperativamente leerlo. No está vencido. Darío, en sus charlas difícilmente sea ése punto pero... quien sabe qué.
Charlista. Aeropuerto. Borges. Sentado esperando un cruce de aviones, los idiomas, tan babélicos, cruzan dialectos pakistaníes, entonaciones de un castellano bien sudaca, sazonado con ese rebote en el paladar de algunas tribus españolas, el inglés y el japonés que sonríe. Todos juntos, todas las Voces.
Cada uno con su telefonito que lo aísla, según se juzgue con el siglo XX en las neuronas, o le permite que se integre a una civilización universal, según se mire con las neuronas en el siglo XXI. Es otro idioma. El que no sabe es como el que no ve, decía la abuela Josefa Tuells.
Parejas caminando como se debe, pero cada una con el pulgar aleccionado contestando o transmitiendo (nunca mejor usado el gerundio, un verbo en tránsito, que en un Aeropuerto).
Cada habitante del Aeropuerto es, por un momento, parte de un punto universal que se desvanece, se multiplica, desaparece. En cada momento demasiadas vidas se cruzan, sus alientos, olores, costumbres, esos pequeños gritos de la soledad entre tantos.
En un Aeropuerto no hay democracia, hay otra medida del tiempo, de la estadía, del viaje. No hay piedad para la democracia. Nada decide el voto y todo está muy bien organizado.
En el Aeropuerto de Barcelona vi otro costado del Aleph, un infinito punto de infinitos donde comienza el mundo a cada instante. Se define el universo, como ya lo había dicho Borges.
Un paquete olvidado, un avión perdido, una comida diferente y todo el equilibrio se convierte en otro. Todas las casualidades juntas y prontas a desaparecer.
ATADOS AL ALGORITMO
Todos los mundos, todos los idiomas conectados en esas cajitas negras, que a veces pierden calidad en sus baterías y el Aeropuerto, esto es obvio, presta energía. El mundo nuevo tan conectado entre sí, tan aislado de lo cercano y unido virtualmente a cualquier parte, debe continuar. Quedarse fuera es escapar. El que se fuga no llega al porvenir diseñado, llega a otra parte.
No se puede imaginar un paisano de pulpería, un universo de mensajes sin palomas, chasquis, líneas, correos. Nada de eso.
En mi teléfono, yo soy uno de ellos, con 9 miembros de la familia compartiendo una mesa casi ni hablarnos y no puede ser pero es, estamos hablando a tantos sitios diferentes a la vez. La mesa de 9 familiares tiene muchísimos contertulios.
En mi teléfono ofertas de otros viajes. Ocasiones inmejorables, por estas horas, para un “Sale” y un “Nice Price”. Ofertas ya y al mejor precio. Saben dónde estoy y qué hago allí.
Ya está dicho, Orwell era un inocente adelantado. Los teléfonos saben qué comemos, dónde dormimos, con quién nos acostamos, qué tipo de bebida usamos y a quién le decimos te quiero a la distancia. Los teléfonos tienen nuestros más interesantes y apretados secretos, y nosotros, como a un oráculo, a un libro gordo de Petete o a una enciclopedia Británica, le requerimos, al telefonito, respuesta a todas nuestras dudas.
No es un telefonito. Es una computadora externa, integrante de otra y otra. Es el idioma del siglo. Quien no lo usa está lejos del día, anclado en un mar donde no hay playa cercana, ni Aleph. Estar con el telefonito en la mano es pertenecer al idioma universal.
DENDRITA, AXON, DEFAULT
La vieja neuroanatomía hablaba de la conexión de axón y dendrita para pasar el impulso, el mensaje, la configuración del mensaje en el cerebro.
Visto desde la lejanía que permite el periodismo, se agrega que la computadora actúa como la Naturaleza. Por default. Un programa no responde y pasa al siguiente. Está programada. No hay fallas.
En esa nube donde duermen los Geo localizadores hay un programa, un proyecto, una prueba. La realizarán en las próximas elecciones del mes de agosto, en las PASO y en un distrito.
Si cada teléfono manda impulsos y los algoritmos descifran la repetición de la palabra Coca Cola allá, en la nube, saben si es con fernet, si es light, chica, mediana, grande, Zero, con ron, con odio, cuánto odio, con tolerancia para el que la toma, cuánta tolerancia. Todo. Doy el ejemplo de la gaseosa porque no es un aviso y no le hace daño a la marca. Se puede usar Mauri, Alicia, Revolución, porcentaje. O muchas combinadas.
En ese punto de la nube donde se sabe todo de todos, con otro gran Aleph de los sucesos, se decidirá de qué modo decir lo mismo de muchísimas maneras, cada una particular, direccionada. Decir para convencer.
Vamos al barrio “La Mondiola” que fue donde perdimos. Cuántos varones, cuántas mujeres, cuántas cuestiones de género, cuántos que nos odian, qué reclaman, a quién quieren, razones del cariño, del odio, y la palabra mágica. Todos tenemos palabras que abren la puerta de la confianza.
Sabemos quién es cada uno. Necesitamos que lea el mensaje 12 veces. El bombardeo lleva más de 200 entradas por día. Lecturas reales pocas. Es un bombardeo de ofertas, precios, viajes. Cancún, cremas, autos. Se debe colar el mensaje específico. Poco, solo 12 veces. Son 12 veces al desnudo entre axón y dendrita y lo cambiamos. Logramos su adhesión.
Vamos a probar en un distrito electoral en agosto. Prueba sin costos. Total discreción. Absoluta reserva.
Si desde el punto que reúne a todos los puntos se consigue cambiar el futuro, Borges está condenado “in absentia”, porque es desde el Aleph que se arreglarán las indecisiones electorales en agosto, en un distrito. Para probar. Después hablamos de costos. De costos y beneficios. Después.
Orwell era un inocente adelantado. Los teléfonos saben qué comemos, dónde dormimos, con quién nos acostamos, qué tipo de bebida usamos y a quién le decimos te quiero a la distancia. Los teléfonos tienen nuestros más interesantes y apretados secretos, y nosotros, como a un oráculo, le requerimos respuesta a todas nuestras dudas.