Juan Sagardía
Juan Sagardía
A pocas semanas de las elecciones primarias nacionales, tenemos la posibilidad de analizar a los candidatos de las fórmulas presidenciales para el período 2019/2023. Quienes tenemos el concepto del valor de la moral, nos quedamos estupefactos frente a la cantidad de ciudadanos que adscriben a una fórmula cuya candidata a vicepresidente ha gobernado a nuestra Nación durante ocho años y quien, en la actualidad, enfrenta una cantidad de procesos ante la Justicia por acciones “non sanctas” como son los hechos de corrupción acaecidos durante su gobierno. Sin embargo, son muchos los ciudadanos educados, con niveles altos de alfabetización, que no pueden ser señalados como ignorantes y que, sin embargo, se suman a su campaña electoral, como si la ex presidente representase la honestidad y probidad de una buena persona.
¡Qué desesperados estamos como pueblo para que el concepto de honestidad que nos legaron nuestros mayores, los docentes, la universidad, sea representado por esta candidata! Estamos reemplazando nuestros conceptos y nos asemejamos al pueblo bíblico que, en busca de su tierra, desfalleció en la desesperanza y adoró al “Becerro de Oro”, cuyo significado metafórico señala que se venera al poder de la abundancia en el brillo refulgente del oro, pero que no se logró a través del trabajo.
La Argentina de nuestros próceres, de nuestros abuelos inmigrantes que con su trabajo de sol a sol hicieron grande a nuestra patria, no creció rezándole al Becerro de Oro para que le otorgara riquezas malhabidas sino que lo hizo a través de la consigna del trabajo, cuyo premio era el valor de la honestidad. Nos encontramos frente al siguiente dilema: el cincuenta por ciento de la población dudando de los conceptos de nuestra moral patriótica y el otro cincuenta por ciento, aplaudiendo y vivando la conducta inmoral y unipersonal de una ciudadana que pone en vilo a todo un pueblo trabajador. Lo que uno opina tiene como fuente la información periodística y judicial: todavía no existe una pena por tantos desaguisados y deberemos cuidarnos, porque al ritmo que van los procesos judiciales, no vaya a ser que tengamos que pedir disculpas. En nuestro país esto no es nuevo, esto es como decir sobre llovido mojado. A fines del año 1934 se presenta en Buenos Aires el tango Cambalache, creado por Enrique Santos Discépolo, y letra, que parece un parte periodístico de la época, dice: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador”; y más adelante afirma “Los inmorales nos han igualao”... “¡Qué falta de respeto, qué atropello a la Razón! Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón”... “El que no llora, no mama y el que no afana es un gil”.... para terminar diciendo: “A nadie le importa si naciste honrao. Es lo mismo el que labura, noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley”.
Para concluir podemos afirmar que estamos los que respetamos los principios de la moral y están los que adoran al Becerro de Oro. Definir a qué lado se pertenece nos pone ante la situación de que la grieta que supieron implantar se transforme mañana en carne de leones, o sea, una guerra entre hermanos. Esto es una metáfora, pero podría ser una realidad.
En las escuelas se enseñan las virtudes de nuestros próceres y en la calle aplaudimos la inmoralidad. Hoy, los candidatos a presidente están llevando al pueblo a una separación entre dos bandos y ellos son responsables de esta grieta por no hablar con la verdad. Señores candidatos: ¡hagan patria! Digan concretamente qué plan de gobierno proponen, dejen que el pueblo bruto va a saber definir el futuro de nuestra patria. Basta de amagues y de mentiras. El pueblo merece respeto.