Por Néstor Vittori
Por Néstor Vittori
El siglo XX corto, como define Eric Hobsbawm al período que va desde la Revolución Rusa de 1917 hasta la implosión de la Unión Soviética en 1989/1991, ha tenido como factor ordenador, primero la confrontación de los sistemas económicos capitalista y comunista y, luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, el equilibrio de la Guerra Fría entre Rusia y Estados Unidos, comprendiendo a sus respectivas aéreas de influencia.
En medio de la confrontación sistemática entre el capitalismo desarrollado en contextos republicanos liberales o monarquías constitucionales con instituciones democráticas y el comunismo de gestión central y economías planificadas sin libertad económica ni política; surgió el Tercer Mundo o la tercera posición representada en la mayoría de los casos por liderazgos carismáticos y regímenes populistas, que medraron con la no alineación, aprovechando ventajas y debilidades de uno y otro lado.
El fin del comunismo, a partir de la implosión económica y política de la Unión Soviética, terminó con esa confrontación desapareciendo la motivación política de los no alineados, los que tuvieron que encontrar ubicación en un contexto dominado por la globalización en torno de un único sistema económico, el capitalismo, que comenzó a desarrollarse en los contextos no democráticos conducidos por el autoritarismo comunista.
La economía de mercado, de tradición liberal democrática, ha comenzado a mudarse a regímenes autoritarios, no democráticos, como China o Rusia, quienes en su evolución claman hoy por la libertad económica, aprovechando las ventajas competitivas de poblaciones laborales, condicionadas por el autoritarismo de sus regímenes políticos, que resultan incomparables en términos de costos con el capitalismo desarrollado en las democracias liberales.
Ésta, y no otra, es la razón por la que en los países capitalistas democráticos han comenzado a fortalecerse los movimientos nacionalistas, reclamando políticas proteccionistas, cerrando sus fronteras a la competencia de los ex comunistas que arruina sus salarios y la competitividad de sus economías, cuando no la mudanza de buena parte de su industria a aquellos países.
El proceso de modernización en Rusia primero implicó, durante el gobierno de Gorbachov con su Perestroika y Glasnost, la exposición del desastre de la economía soviética, para luego dar lugar a la liberalización indiscriminada y sin programa protagonizada por Boris Yeltsin, así como el nuevo rumbo adoptado por China luego de la muerte de Mao por Deng Xiaoping; silenciosamente fueron generando avances económicos, aprovechando las ventajas competitivas de una mano de obra muy barata y obediente, para situarse frente al mundo desarrollado en condiciones ventajosas, habiendo avanzado en el dominio de las nuevas tecnologías, al punto de competir por el liderazgo mundial, particularmente China.
Un mundo que se abre y acepta los desafíos de la competencia y un mundo que se cierra temeroso de esa competencia; son los signos de este tiempo, que encuentra a los colosos del siglo XX cambiando sus roles de cara al futuro.
La China de Xi Jinping proyecta su ampliación al mundo a través del ambicioso proyecto de “la ruta de la seda”, mientras los Estados Unidos de Trump se cierra detrás de su slogan “América First” (América primero) que tiende a aislar a la economía americana del impacto demoledor de la competitividad china, pero también de Europa, por calidad, y otros países emergentes.
Este cambio de escenario, ha tomado de contrapierna a buena parte del mundo emergente, porque sus alineaciones teñidas de ideología, se desencuentran en el cambio del ex mundo comunista, hoy campeón del libre mercado, y el mundo capitalista occidental que se repliega al proteccionismo.
La izquierda nacionalista, el sindicalismo, buena parte del peronismo en la Argentina, hoy denostan a Estados Unidos con la remanida atribución de imperialismo, cuando este país y su presidente, hoy representan el nacionalismo aislacionista, que busca proteger a su economía de la competencia, frente a la expansión del otrora mundo comunista que avanza competitivamente hacia el máximo desarrollo tecnológico del siglo XXI.
Cuando se dice que esas expresiones de las ideologías político económicas en la Argentina presente “atrasan”, se está indicando esa realidad: la de un accionar defensivo, cerrado a un mundo de 44 millones de habitantes, cuando el desafío -como ocurre con el potencial acuerdo Unión Europea - Mercosur, y otros que vendrán- nos coloca en el umbral de producir y comerciar con un mundo de 8 mil millones de habitantes.
En realidad, muchos empresarios, sindicalistas, políticos -entre otros dirigentes-, apalancados con soportes ideológicos que atrasan, prefieren conservadoramente alambrar con alambre de púas el pequeño territorio de sus intereses, perjudicando intelectual y materialmente a la mayoría de los argentinos, a los que cautivan dentro de ese cerco.
El gran desafío de la Argentina presente es el de aceptar abrirse al mundo como lo han hechos otros países exitosos de la región.
Un mundo que se abre y acepta los desafíos de la competencia y un mundo que se cierra temeroso de esa competencia; son los signos de este tiempo, que encuentra a los colosos del siglo veinte cambiando sus roles de cara al futuro.