Algunos dicen que fue un encuentro informal y que es normal y habitual que se haga. Esta semana ocurrió. El martes hubo un almuerzo de camaradería del que los mismos dirigentes se retiraron muy satisfechos. Estuvieron todos: el cuerpo técnico, los jugadores, la dirigencia y el secretario deportivo. Hubo también una charla de Lavallén con los dirigentes. La derrota con Patronato había calado hondo. Máxime porque más allá de la derrota, se jugó realmente mal y ante su público.
Este sábado, ese mismo encuentro se repitió. Las caras largas que se vieron en el vestuario después de la derrota, también fueron el corolario de un momento muy particular por el que atraviesa el club desde lo deportivo. Por un lado, las mieles de disfrutar de un momento histórico en la Sudamericana, a punto de jugar una instancia como la de cuartos de final. Por el otro, dos derrotas consecutivas que, como consecuencia del arrastre que se trae de las campañas anteriores, ponen al club en una situación difícil en la tabla de los promedios, máxime con “rivales” de cuidado en esa lucha como Central, Newell’s y Gimnasia.
Los resultados generan reacciones espontáneas y muchas veces de “calentura”. Pocas veces Vignatti, por ejemplo, ha resuelto destituir a un entrenador en el vestuario y luego de un partido. Generalmente se tomó un tiempo, aunque más no sea 24 horas. Quizás haya habido algún caso que confirme esta “regla”.
Es evidente que Colón tiene que sacarse el “chip” de la Superliga y ponerse el “chip” copero. Resulta raro decirlo de esa manera, pero la única referencia válida desde lo futbolístico que tiene Colón para tomarse de algo y fundamentar esperanzas futuras, al menos en la Copa, es el partido revancha con Argentinos Juniors. Allí hubo concentración, planificación y raptos de fútbol que no se habían visto antes —en el partido de ida— ni después en los dos encuentros que se jugaron por la Superliga, donde la imagen de equipo aburguesado, confundido, lento e impreciso, fue la que gobernó durante casi la totalidad de los 180 minutos, sacando algún ratito inicial del cotejo con Huracán que permitió alentar alguna esperanza, rápidamente desvanecida luego con el decaimiento generalizado y la derrota con muy pocos atenuantes.
En El Litoral, luego del partido, escribí que la dirigencia tiene dos caminos. O entiende que el DT necesita un poco de tiempo para lograr que las piezas se acomoden como él desea (hay jugadores que trajo y que todavía ni siquiera debutaron) o se toma lo que ha pasado en estos cuatro partidos (los dos con Argentinos más los de Patronato y Huracán) como decisivos y condicionantes de cara a los dos choques que se vienen, que justamente son los dos partidos con el Zulia de Venezuela (ya que el fin de semana que viene no habrá Superliga debido a las elecciones nacionales).
Lo que “se dice” es que la resistencia interna es tan grande y suficiente que los partidos con el Zulia son decisivos para Lavallén. Más todavía, hasta hay algún “run run” que señala que aún pasando esta fase, no tendría asegurada la continuidad, algo que cuesta entender teniendo en cuenta que el paso siguiente es semifinales y nada menos que a tres partidos de conseguir lo que sería un logro histórico ciento por ciento para la institución.
Pasa que posiblemente en el seno de la dirigencia se esté asimilando lo que pasa en la calle. Y la opinión de la gente es muy crítica, no sólo hacia el entrenador sino también hacia las decisiones que se tomaron en los últimos tiempos, a nivel directriz, que no fueron correctas ni positivas desde lo futbolístico, sobre todo en lo que concierne al rubro entrenadores.
Esa “toxicidad” que se vive en el mundo Colón no le hace bien a nadie. Ni al cuerpo técnico, que naturalmente percibe esa inestabilidad; ni al plantel, que asimila todo lo que pasa a su alrededor, ni tampoco a la dirigencia, a sus allegados y a la gente en general. Se pasa con mucha prontitud de un estado de ánimo al otro, de las alteraciones que preocupan a la alegría que, por ejemplo, se manifestó luego de la clasificación —para muchos inesperada— en la revancha con Argentinos Juniors en La Paternal, cuando se logró revertir una imagen totalmente desteñida del partido inicial.
Lavallén sigue, pero la pregunta no sólo es hasta cuándo sino también con qué respaldo, con qué garantías y con qué confianza. Pancho Ferraro, el secretario deportivo, es el hombre que mejor puede opinar al respecto. No sólo se lo debería escuchar como sentencia casi decisiva porque se lo trajo para eso, sino porque es el que mejor puede entender si Lavallén está ubicado, si el camino elegido es el correcto, si está bien rumbeado y si por esa senda se puede cambiar el cuadro de situación.
Esto que ocurre cuando apenas se jugaron dos partidos de la Superliga, es el arrastre de una muy mala campaña anterior. Estoy completamente seguro que Colón estaría disfrutando de otra manera —aún con responsabilidades que son innegables— si la tabla de promedios no se presentara de la manera amenazante como lo muestra esta realidad. Nadie estaría pidiendo la cabeza de Lavallén si Colón tuviese un promedio desahogado y sin el compromiso y la urgencia de ahora. No se disfruta lo otro, lo de la Sudamericana, porque nadie quiere pelear el descenso. En esto, Lavallén la tiene clara y está bien ubicado. Lo dijo la semana pasada, cuando antes de Huracán referenció a la Superliga como “la prioridad”. Eso fue lo que dijo, pero no fue lo que el equipo hizo en la cancha. Por eso la preocupación, las dudas, el fastidio y el disconformismo de muchos.