Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)
Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)
Mis sueños son risueños, jocundos, profundos en jolgorio, de jarana “extra large”, dosificados en su injusta medida, pues para la alegría no hay medida que mensure fehacientemente cuán contento se siente uno. ¿Qué es la materialización de la alegría? La risa, efectivamente.
Tenemos la estentórea carcajada a horcajadas, o la sonrisa sutil cuasi displicente, soslayada de mirada ladeada; está esa risa amplia que es más que sonrisa, que son risas espontáneas, que salen escupidas del diafragma, esculpidas de “jajajaes” acompañando lagrimosos ojos tentados y atentando contra la tristeza. Figuran en mi “catáloco” aquellas “giocondescas” sonrisas, mejillas sonrosadas enmarcadas con cómplice mirada, que realmente te hacen sentir copartícipe de su oculta alegría. Tuve la oportunidad de estar frente al cuadro de la Mona Lisa en el Museo del Louvre, y debo confesar que cuando uno la mira, tiene la sensación, y casi les diría que la ilusión, que de un momento a otro ella te va a guiñar un ojo y explotar en una prístina carcajada llena de goce y satisfacción, no sucede, pero les juro, que te alegra el día.
Tenemos la risa nasal, de sonido ronco, rasposo y hasta mocoso, es la risa juvenil, esa risa que desata automáticamente el compañero payaso de la clase, risa explosiva, involuntaria pese al esfuerzo, hasta subversiva a ojos de la profesora o profesor, ¿Podría decirme qué le causa tanta gracia alumno Peisojovich?; ¿Por qué no comparte con la clase eso que tanta risa le da?
Estoy enfermo de risa, el virus de la risa se me contagió de pequeño, no recuerdo si fue en un “ajooo bebé” o en una caricia bien acariciada en mi profusa mejilla, no recuerdo si el culpable de mi sempiterna sonrisa fue un “brrrrr” en la panza, o si fueron las lágrimas de los tiernos ojos de mi madre, o la satisfecha mirada dulce de mi viejo. Los médicos no dieron con un resultado certero, pues los síntomas eran muy inciertos y variados, así que los facultativos nunca llegaron a ponerse de acuerdo del origen de mi risa incipiente, el desfile de galenos resultó ser cómico, ya que el efecto resultante era tentador. Los métodos utilizados tenían algo de revolucionario, porque ellos no podían entender de qué me reía; muy al contrario de las mamás que se preocupaban porque sus bebés no paraban de llorar, mi madre estaba chocha de la vida porque su nene se reía todo el tiempo. Tuve la dicha de aprender a leer muy temprano, y mi lectura preferida en esos felices años era la sección del “Selecciones de Reader’s Digest” que se llamaba “La risa, remedio infalible”, así que no solamente estaba enfermo de risa, sino que conscientemente buscaba seguir enfermándome de ella, una “risadicción” incurable, estaba perdido en un mar de bromas y carcajadas.
Dicen los neurólogos que la risa realmente cura, a nivel social disminuye la tensión, genera afecto con el otro, acrecienta la atención y unifica culturalmente a los grupos heterogéneos. Cada sociedad se ríe a su manera, si bien onomatopéyicamente la risa es igual en todo el mundo, el tipo de humor cambia en cada sociedad; el humor norteamericano es ácido; el humor inglés es crítico; el humor judío es auto parodiado; el humor argentino es irónico y lleno de doble sentido. También existe el humor que remite a la territorialidad del mismo, como por ejemplo el humor cordobés, el santiagueño, el tucumano, etc.
Los estudiosos del cerebro también nos cuentan que cuando reímos, el cuerpo genera ciertas sustancias que mejoran nuestro estado de ánimo y que la risa nos da múltiples beneficios para la salud, que se van multiplicando, casi como por contagio, como la risa misma.
Dicen que los hombres tendemos a ser felices, que estamos condenados a buscar la felicidad y que el cuerpo está más preparado para la felicidad que para la tristeza, la vida nos llena de ocupaciones y preocupaciones que atentan contra nuestra naturaleza humana, todo nuestro cuerpo está equipado para la risa, y la risa produce beneficios morales, espirituales y corporales; la risa contagia, la risa no se agota, la risa se retroalimenta, se regala, se recibe, se sueña...
Charles Chaplin, nada menos, acuño una vez: “Ríe y el mundo reirá contigo; llora y el mundo, dándote la espalda, te dejará llorar”.