Por Antonio Camacho Gómez
Por Antonio Camacho Gómez
Níjar era un pueblo de la provincia de Almería, en cuya cercanía funcionaban unas minas de oro que eran explotadas con mano de obra deprimida, en las que trabajó mi abuelo y, también, mi padre, que lo acompañó en su adolescencia. Él me proporcionó un material inestimable para uno de mis cuentos -“El esclavo”- publicado en una revista mundial que se edita en Alicante en portugués y en español, con el título “Aristos Internacional”, en la que sigo colaborando con poemas y artículos, según efemérides, o no. Asimismo apareció en “Las sirenas del odio”, del que soy autor y del que se hizo cargo una conocida editorial de Buenos Aires.
Contaba mi progenitor que uno de los más famosos, si no el mejor cirujano de Almería, el doctor Monroy, que me atendió en varias oportunidades, había obtenido su notable capacidad atendiendo -no pocos mineros perdieron brazos y piernas- a esos esforzados trabajadores. El caso es que se cerraron las minas con el tiempo y la localidad vivió una época difícil entregándose sus gentes a tareas agrícolas y a otros menesteres, como el tejido de alfombras y de diferentes prendas que hoy son motivo de atracción turística. Ya ciudad, es muy visitada, en un ámbito paisajístico que hace años motivó el interés de un escritor de la talla de Juan Goytisolo, que nos dejó su obra “Campos de Níjar”.
El meollo de la cuestión estriba en que en el viejo pueblo se produjo un hecho de sangre que fue la base del drama “Bodas de sangre”, de Federico García Lorca quien, pocos lo saben, en su preadolescencia estudió en el colegio de los escolapios en Almería -ciudad en donde fueron filmadas numerosas películas norteamericanas, francesas, inglesas y todos los western spaghetti- y en la que contrajo una infección a la garganta que lo tuvo a las puertas de la muerte. No obstante escribió un poema humorístico satirizando al obeso rey de Marruecos. Aunque, no está de más aclararlo, pensaba ser músico y no poeta.
Con respecto a las circunstancias que provocaron el sangriento desenlace, en la iglesia de Níjar iba a contraer enlace una pareja que, como ocurría en aquellos tiempos eran no sólo conocidos por todo el pueblo sino de largo compromiso. Pero hete aquí los dedos del destino. Cuando se apersonó el novio para la ceremonia, la potencial contrayente no estaba. ¿Qué había acontecido? Pues que huyó, cabalgando, con el hombre que realmente quería. El despechado no se anduvo con vueltas. Tomó un caballo o una jaca -vaya uno a saber- y los persiguió hasta encontrarlos. Y ciego de ira mató a su rival en amores. La mujer sobrevivió muriendo muchos años más tarde.
Como final de esta nota corresponde puntualizar que el templo en donde iban a tener lugar las fracasadas nupcias, siguió funcionando un tiempo hasta que, como ha sucedido en tantos casos, fue abandonado y, actualmente, se encuentra en lamentable estado de conservación. Más allá de la visita de cultos o avisados turistas que se acercan con lógica curiosidad, al margen de los intereses que tengan al visitar la pintoresca ciudad. Cabe preguntar, ¿cómo las autoridades tan atentas al mantenimiento de ciertos edificios históricos -aunque la piqueta también, como en tantos lugares extrahispanos, practicó torpes demoliciones- no cuidaron tan famoso patrimonio? He aquí la cuestión diría el Hamlet inmortal.