Si algo es —o debiera ser— innegociable e irrenunciable, en Unión o en cualquier equipo de fútbol del planeta, es la entrega, el sacrificio, la rebeldía ante la adversidad. Se puede jugar bien, regular o mal. El que juega bien, generalmente gana. El que no juega bien, pero se esfuerza, a veces también gana. Pero el problema grande es cuando se renuncia a lo otro, cuando el equipo contrario es superior en todo. Y con Unión, en la mayoría de las veces, esto no pasó. Que un equipo lo supere en todo no ha sido moneda corriente con Madelón de entrenador, aún en aquellos partidos donde el marcador final dejó al margen cualquier tipo de excusa o de discusión que se pudiera entablar. O sea, Unión ha perdido muchos partidos y seguirá perdiendo, pero hay algo en lo que Unión nunca ha fallado y es en la entrega, en no claudicar, en luchar y hacérsela difícil al rival. Newell’s jugó bien. Por momentos muy bien. Pero en gran parte se debió a que Unión lo dejó jugar. Le dio libertades. Y esas libertades de las que gozó Newell’s, fueron las que le negó a Unión cuando tuvo que recuperar la pelota. Y allí aparecieron las limitaciones, los desniveles de rendimiento individual y colectivo de un equipo al otro.
Unión no fue a Rosario, se quedó en Santa Fe o vaya a saber uno en qué lugar del planeta. Y a veces, las estadísticas sirven para explicar cómo se dio un partido: el primer tiempo terminó 0 a 0 (eso fue lo único positivo para Unión), pero en córners, Newell’s había tenido 9 y Unión sólo 1. Detalle que a veces no sirve, que puede pasar desapercibido o ser producto de una casualidad, pero en este caso fue todo causalidad. Newell’s tuvo 9 córners a favor porque fue mucho más que Unión. Y sólo no ganaba el partido, al cabo de ese primer tiempo, por mala puntería, por alguna atajada de Moyano o por esa salvada providencial de Méndez sobre la línea después del brillante cabezazo de Albertengo, apenas iniciado el partido.
Sin la intención de meterse atrás y priorizar el libreto defensivo, como ocurrió ante Racing en Avellaneda y por necesidad, la idea de Madelón fue la de dejar que Newell’s saliera desde el fondo y achicar los espacios del medio hacia atrás. Una idea que Unión desarrolló muchas veces, saliendo con rapidez por los costados (cuando estaban Zabala y Fragapane) o buscando a alguno de los delanteros en campo defensivo contrario naturalmente ampliado por dejarlo venir.
Newell’s se vino, lateralizó muy bien el juego por el sector derecho y le llevó muchos problemas, algunos insolubles, a Corvalán. Metió muchos centros y también demostró que podía ganar de arriba. Pero la gran diferencia la marcó en la actitud y el juego de los mediocampistas. Julián Fernández (una apuesta de Kudelka) y Cacciabue apretaron sobre cualquiera de los volantes de Unión que se ofreciera como receptor. Elías y Méndez estuvieron ahogados siempre y tapados. Por afuera, ni Ríos ni Bonifacio pudieron encontrar espacios ni gravitación en el juego. Y cuando Newell’s tuvo la pelota, la movilidad permanente de los dos Rodríguez (Maxi y su primo Alexis), más Formica, se encargaron de complicar muchísimo a un Unión estéril en la recuperación de la pelota y sin capacidad para tenerla, aunque más no sea por un ratito.
Estas cuestiones anecdóticas que tienen los partidos de fútbol, llevan a decir que en el único momento que Unión había equilibrado medianamente las cosas, justo en esos primeros minutos del segundo tiempo, llegó el gol de Nadalín. Y ahí se terminó la historia, porque Unión no tuvo respuestas. Ni adentro, ni tampoco afuera. No encontró profundidad con Troyansky (la pelota le llegó muy poco a los delanteros), tampoco aportó mucho Milo cuando se buscó más apertura del juego por izquierda y Acevedo demostró que por algo no juega todavía en este equipo: estuvo lento, impreciso e impotente, muy lejos de aquél que en su momento descollaba y que llevó a decir que “cuando Acevedo juega bien, Unión juega bien”.
No preocupa sólo el nivel futbolístico, porque esto puede explicarse como una mala tarde. Preocupa que se haya dejado una imagen tan floja, sin reacción. Si algo no se negociaba, nunca, era eso. ¿Motivos?, ninguno que sirva como excusa. Newell’s hizo lo que Unión habitualmente hace. Se lo “comió” para recuperar la pelota, lo ahogó, le quitó espacios, pelota y corrió más. O quizás corrieron lo mismo, pero Newell’s lo hizo mejor. Y a la hora de jugar, el equipo de Kudelka desplegó esa otra parte del libreto, con movilidad, con variantes, con algunos rendimientos realmente buenos y empujados por un público tan fervoroso como lo que transmitía el equipo adentro de la cancha.
A simple vista se pueden buscar atenuantes. 1) La sentida ausencia de Carabajal; 2) un mediocampo nuevo que todavía está en proceso de conocimiento, ya sin jugadores que fueron clave en otros tiempos; 3) jugadores que todavía deben encontrar su nivel y que son muy importantes, como Acevedo. Unión jugó prácticamente dos años con una base de jugadores que hoy ya no están: Zabala, Fragapane, Mauro Pittón, Soldano y agrego a Acevedo. Es medio equipo que se fue y los que llegaron saben cómo tienen que jugar, saben cuál es la identidad de juego y el funcionamiento que pretende Madelón, pero necesitan un lógico proceso de adaptación y conocimiento.
El retroceso fue muy claro y eso molestó mucho al técnico después del partido. Hubo autocrítica. Pero más que eso, hubo enojo. Y es entendible. Unión no negocia ni renuncia a ciertas cosas. En el Coloso lo hizo. Y frente a eso, no hay excusa ni explicación que valga.