Por Martín Duarte
Por Martín Duarte
Se han cumplido cien años del nacimiento del historietista Héctor Oesterheld (23/7/19). No quería dejar pasar la fecha sin escribir brevemente algunas consideraciones en torno a su máxima creación: El Eternauta (la primera parte particularmente); guionado por Oesterheld y dibujado por Solano López, este es un personaje clave de nuestra cultura argentina que ha sido leído -incansable e inagotablemente resignificado- desde múltiples puntos de vista. Empecemos por su padre...
Como una especie de súper héroe con doble identidad, usó varios seudónimos a lo largo de su carrera como guionista: HGO, H. Sturgiss, C. de la Vega, Francisco G. Vázquez, Germán Sturgiss, Héctor Sánchez Puyol, Joe Trigger, Patrick Hanson. Podría decirse que Oesterheld es una especie de Stan Lee del Cono Sur: creó una nutrida galería de personajes de ficción (Bull Rocket, Sargento Kirk, Mort Cinder, Ernie Pike, Sherlock Time, Ticonderoga, entre otros); estuvo al mando de una importante editorial como “Frontera” que publicaba la revista del mismo nombre y “Hora Cero” (de hecho el Día de la Historieta Argentina es el 4/9 en consonancia con la primera publicación de este cómic en 1957); y se dio el gusto de trabajar con un “dream team” de la época (por citar, hizo dupla con: Solano López, Hugo Pratt o Alberto Breccia). Oesterheld -militante montonero- desapareció durante la última dictadura militar con gran parte de su familia. Pasemos ahora a su hijo: “Juan Salvo, El Eternauta”...
La primera etapa de sus aventuras se publicaron entre 1957 y 1959; en blanco y negro; por entregas apaisadas. Eran épocas de mucha radio y películas en el cine. El hombre no había llegado a la luna aún. Oesterheld se vale de la historieta para contar una invasión extraterrestre que se da cita en Buenos Aires (desplaza a los EE.UU. como escenario privilegiado: desarma un cliché con gesto contrahegemónico); la aventura se hace eco del contexto angustiante de la “Guerra Fría” (¿Qué pasaría si estalla una Tercera Guerra Nuclear?) y del bamboleante clima político, social y económico de nuestro país (idas y vueltas entre democracia y dictaduras).
Ahí está Juan Salvo: un hombre simple, dueño de una fábrica de transformadores (un “laburante” dueño de una PYME), casado con Elena y padre de Martita. De un día para el otro, como sucede en Argentina con las grandes “catástrofes”, su mundo se ve revuelto profundamente: ha comenzado una invasión alienígena. Al principio no se ven naves ni rayos destructores, no hay enemigos a la vista. Todo comienza con una trampa macabra: una nevada mortal. Es más fácil luchar contra un enemigo visible; es más fácil cuando uno puede ver la amenaza cara a cara porque puede dimensionar su poder destructivo (el consuelo es saber “de dónde viene la piña”); es más difícil cuando te toma por sorpresa en la tranquilidad de tu hogar, indefenso, sin preparación (“¡Qué desnudos estamos en el mundo, qué blanco fácil somos!” piensa el narrador de la historia en su versión novelada); es más agobiante cuando uno se siente un “conejito de indias” de un poder “lejano, ajeno, insaciable y despiadado”. Esta línea de lectura de la realidad a través de la ciencia ficción, fue reeditada y profundizada por el dibujante Solano López a principio de este siglo XXI en “El Eternauta: El regreso”: “Estamos echando una mirada sobre la actualidad, basados en una metáfora explícita: el país invadido por extraterrestres, que son en realidad las finanzas internacionales. En esta parte nos interesó mostrar cómo lograron los invasores perpetuar la dominación a través de los mecanismos de la democracia. Tal como pasó en América Latina con Collor de Melo, Alan García o Menem”.
Retomemos el guion. Comienza una batalla entre David y Goliat. Juan Salvo no es Clark Kent: no es un súper hombre con poderes sobrenaturales (por lo menos al principio de la historieta). En su apellido tiene el mandato en forma de verbo en primera persona del singular: “¿Yo salvo? ¿A quién salvo? ¿Me pongo a salvo? ¿Está todo perdido... salvo que...?” Juan no tiene un vestuario de alta tecnología como Batman: se lo fabrica con los recursos que tiene al alcance de la mano en su casa aislada del resto del “mundo” por efecto de la nevada mortal. Se confecciona un traje aislante que le da un aspecto de hombre rana. Trabaja como una especie de MacGyver criollo: saca a relucir la capacidad argentina de reinventarse frente a la crisis, de resucitar de las cenizas, de “atar todo con alambre” para afrontar la dificultad. Juan no tiene sus imbatibles “Avengers”: no hay “tropas de elite” altamente preparadas para confrontar el peligro y auxiliar a la humanidad. Juan tiene un puñado de ocasionales aliados: amigos y vecinos con los que conformará una noble pero endeble resistencia. Aquí resalta uno de los temas centrales de la historieta según afirma el propio Oesterheld: “Ahora que lo pienso, se me ocurre que quizás por esta falta de héroe central, El Eternauta es una de mis historias que recuerdo con más placer. El héroe verdadero de El Eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir íntimo: el único héroe válido es el héroe ‘en grupo’, nunca el héroe individual, el héroe solo”.
La ciencia ficción brinda la posibilidad de hipotetizar en torno a un futuro distópico que nos interpela; la invasión -como señalamos más arriba- se hace próxima y peligrosamente palpable; resulta atractivo y tiene cierto placer “voyeurista” ser espectador de una “amenaza extraterrestre” que acontece en la otra punta del planeta... el problema es cuando el “peligro‘ acecha a la vuelta de la esquina (¿Qué hacer en caso de que una bomba estalle en el Congreso? ¿Qué pasaría si se desata una batalla campal en el estadio de River o en la General Paz? ¿Cómo proceder si nuestros seres queridos se convierten en autómatas al servicio de un poder casi imperceptible?). Las viñetas se vuelven un tubo de ensayo o banco de pruebas “sociológico” de la conducta humana expuesta a situaciones extremas; hoy nos hostiga un peligro de otra galaxia, mañana nos flagela una eventualidad de otro calibre más terrenal pero no menos peligrosa... En tal caso: ¿Cómo reaccionaría la sociedad ante un riesgo inminente? ¿Reinará el “sálvese quien pueda”? ¿De nada vale rezar? ¿Buscamos un mesías o líder prodigioso? ¿Nos salvamos todos o no se salva nadie? ¿Nos desgastamos en disputas intestinas por ver quién toma el control? ¿Nos hundimos en “grietas” excavadas por nuestros propios intereses y oportunismo? ¿¡El héroe colectivo (el trabajo en equipo) es la salida!?
La meta-ficción se da cita en esta obra: Juan Salvo viene del futuro para contarle a un guionista lo que ha visto; el historietista se convierte en personaje de la historieta; la “cocina de la escritura” se tematiza en los cuadritos; las viñetas serán el modo de advertirle al mundo sobre el peligro que avecina (el cómic como denuncia); los lectores también serán los testigos -primero- y los divulgadores -luego- de esta “invasión” que se avecina y puede prevenirse (aún hay una luz de esperanza). El guionista y los lectores son una suerte una suerte de David Vincent (el protagonista de la serie televisiva “Los invasores”): ¿cómo contarle al mundo lo que saben sin que los tomen como locos?
Releídas infatigablemente las desventuras de El Eternauta han hecho correr mucha tinta y debates. Me quedo -para cerrar pero no definitivamente- con la perspectiva de Fernando Ariel García (especialista en la materia) quien sostiene que: “El leitmotiv de El Eternauta es la resistencia. Oesterheld y Solano López sostienen que hay peleas que deben darse aún sabiendo que van a perderse, porque en el dar la lucha está el valor de la vida, la razón de ser del hombre, la verdadera naturaleza de la condición humana. En momentos así (...) se encuentra el domicilio último de la dignidad. Y esa dignidad no se renuncia ni se negocia”.