La referencia al tango de los hermanos Expósito despierta sonrisas en el auditorio: “Ahora hay que saber cómo amar y cómo partir”, dice Mario Pecheny, vicepresidente de Asuntos Científicos del Conicet, en la presentación del coloquio “Sufrir. Un estudio comparativo de narrativas sobre vulnerabilidad social en contextos de subjetividades líquidas”, organizado por la carrera de Sociología de la UNL. Pecheny no sólo fue invitado a la inauguración de la actividad sino que expuso, al final de la jornada, sobre “El derecho al no dolor”.
Sobre ese concepto pero también sobre la dimensión política del sufrimiento, la situación en el Conicet y, en general, de la investigación en el país habló con este diario. No sin antes aclarar que no le gusta el lugar del invitado que abre un congreso y luego se va, menos cuando ese invitado -como en su caso- convoca a la audiencia a escuchar los resultados del estudio en cuestión. Así que, prácticamente, termino pidiendo disculpas, pero de ninguna manera resigno la oportunidad de hacer la entrevista.
- ¿Por qué decidió hablar del derecho al no dolor?
- Hace muchos años que trabajo en temas de sociología de la salud. Cuando fue la crisis de 2001 y se declaró la emergencia sanitaria en el verano de 2002, se priorizaron las vacunas para la infancia y los medicamentos para el VIH. Yo trabajaba, entonces, en investigación y una colega que dirigía un servicio de cuidados paliativos en un hospital público me dijo: “sería bueno que hicieras una investigación sobre por qué en este momento de emergencia sanitaria no hay medicamentos que ‘sólo’ evitan el dolor en pacientes oncológicos”, situación que después se restableció.
A partir de ahí se me ocurrió esta idea del no dolor y lo remití a mi propia experiencia: yo no tengo miedo a morirme, pero tengo miedo de que me duela. El planteo era por qué la medicina tenía como meta curar y prevenir, pero el dolor y el malestar no eran prioridad. El dolor paraliza porque cuando te duele no podés trabajar ni pensar, es una disrrupción muy importante en la vida. Y además el dolor físico es algo difícil o imposible de expresar con palabras. Cuando en los hospitales preguntan “del 1 al 5, ¿cuánto te duele?”, no se qué es que duela 4 ó 3. Yo soy varón y no puedo expresar un dolor de parto, ni cómo me pueden transmitir un dolor menstrual. Se puede recurrir a imágenes, pero es una experiencia inefable.
Para hacer política uno tiene que expresar con palabras lo que sucede: entonces, ¿cómo hacer política de algo que es tan íntimo, tan inexplicable como el dolor? Cómo esa experiencia individual e intransferible puede ser compartida por otros u otras en una manera en que pueda politizarse. Que no te duela tiene que ser pensado como un derecho.
En un marco de neoliberalismo, para hablar rápido, hay condiciones que te interpelan para que te vaya bien, para que seas feliz en un contexto donde todo eso es cada vez más difícil. Eso produce depresión, un estrés de no poder estar a la altura, un sufrimiento psíquico y somatizaciones con enfermedades ligadas a esa “locura”. Tengo una postura crítica del gobierno actual que, por un lado, nos dice que seamos meritocráticos y nos esforcemos, pero las condiciones para hacerlo se vuelven imposibles y no podemos estar a la altura de esa exigencia.
- Pareciera que los argentinos estamos acostumbrados a soportar el dolor, no solo el físico. Nos duele hasta ir al supermercado.
- El filósofo Richard Rorty decía que la solidaridad es experimentar como propio el sufrimiento de los demás. Eso es lo que hace la política: ser capaz de entender eso que le pasa a otro u otra. Un tema que me preocupa es el derecho al aborto: nunca voy a estar en esa situación. Soy un varón cis (cisgénero), nunca voy a tener un retraso menstrual o un embarazo no buscado en mi propio cuerpo. Pero puedo, como ciudadano, ponerme en la situación de un sufrimiento producido desde el Estado que criminaliza una práctica y la vuelve riesgosa cuando, en condiciones de legalidad y de seguridad, no produce mayores riesgos. Ponerse en el lugar de otro es una solidaridad activa y política.
Sobre el tema del aborto -sobre el que expuso en 2018 ante las comisiones de Diputados previo al debate por la legalización- , cuando una mujer iba con una práctica incompleta a una guardia, le hacían el legrado sin anestesia y eso producía dolor. ¿Por qué, si era posible evitar el dolor mediante una anestesia, no se hacía? Porque el criterio era que “si se la busca, que pague las consecuencias con dolor, o con la muerte”. La soportabilidad del dolor siempre está en el centro de cómo nos relacionamos socialmente y cómo el Estado se relaciona con nosotros. Por eso, planteo el no dolor como un derecho.
- ¿Desde cuándo es investigador?
- Me recibí en diciembre del ‘90 de licenciado en Ciencia Política y en septiembre del ‘91 me fui a estudiar a Francia. Ahí trabajé para mi tesis de Maestría sobre los indultos a los militares y en el ‘93 empecé mi tesis para el doctorado sobre el aborto y el sida como problemas de derechos humanos o políticos en la Argentina. En ese momento me miraban como a un sicótico: me preguntaban “¿por qué te interesa a vos (el aborto)?” y yo, como buen descendiente de judíos, respondía con otra pregunta: “¿y por qué no?”
En ese momento ninguno de esos temas estaban en la agenda política ni académica, pero yo quería pensar en temas que combinaran sexualidad, salud y género, y en el ‘94 fue la Convención Constituyente y el aborto entró como “el tema” de discusión, se puso de “moda política”. Los movimientos masivos de feministas, disidencias y diversidades sexuales eran mucho más incipientes cuando empecé a trabajar hace casi 30 años. Por eso, uno de los mensajes para los jóvenes es que trabajen sobre lo que les interesa, porque uno nunca sabe qué va a ser de interés público y académico. El mensaje es: si hay algo que te apasiona y te interesa andá para adelante.
- ¿Es posible investigar donde se pueda?
- Creo que hubo una despolítica o una falta de política en materia científica tecnológica del gobierno actual. Para ser justos, no es que veníamos de un Estado argentino que priorizó la investigación, la ciencia y la tecnología: siempre fue una actividad poco valorada y sostenida. Pero en estos últimos años esto fue peor: previamente, desde la educación superior, las universidades nacionales y desde el propio Conicet se iniciaron programas de maestría y doctorado, es decir, la idea de formación que va más allá del grado y orientada a la investigación y políticas públicas.
Este gobierno cerró la puerta y de toda la gente que se fue formando, algunos lograron insertarse en la universidad o en el Conicet, pero la mayoría no. Entonces las condiciones materiales para entrar el sistema de investigación, tanto en educación superior como en el Conicet están restringidas y las condiciones que tenemos para trabajar empeoraron. Dicho todo esto, nos la ingeniamos con lo que tenemos para idear proyectos colectivos y continuar. Y no es menor que la universidad pública, que es gratuita, tenga una masa crítica de estudiantes, de jóvenes investigadores e investigadoras (y más “viejos” también) que hacen que la máquina funcione. Pero cuando uno lo compara con otros países, no saben cómo hacemos.
- ¿Con qué países nos comparamos?
- Obviamente con los países centrales de Europa, Estados Unidos y Canadá, pero también con otros que ahora están en crisis como Brasil, México y Colombia. Los salarios y los fondos que disponen en México, Uruguay o Chile son mejores que las condiciones que tenemos acá. Pero reivindico las universidades cogobernadas que hacen docencia, investigación y extensión integradas a sus comunidades, que son gratuitas y abiertas. Y el Conicet orientado desde lo público también hace que seamos envidiados y envidiadas desde otros países por la posibilidad de mantener, desde la público, la investigación y la docencia por fuera de los valores mercantiles. Es complicado y difícil: la universidad pública está todo el tiempo interpelada para mercantilizarse, pero venimos resistiendo con éxito.
- ¿Con qué se encontró en el Conicet cuando llegó? Que fue un buen tiempo después del que correspondía (el Ejecutivo nacional formalizó el nombramiento de Pecheny y de Kornblihtt en el directorio un año después de ser electos).
- Fue una doble sensación; por un lado era lo que me esperaba con esta crisis complicada, ligada al desfinanciamiento; una situación que podría definir de colapso. En estos años, por cuestiones salariales y de condiciones de trabajo, se fueron centenares de trabajadores administrativos y el sistema se viene sosteniendo con esfuerzo de menos personal para más tareas. No fue una sorpresa, pero sí una comprobación del grado de deterioro y de malestar subjetivo por las condiciones salariales y de trabajo, con esta idea del control biométrico y policiamientos que hacen que exista ese malestar.
Pero hay un lado positivo: en el directorio del Conicet, donde somos 8 miembros más la presidencia, debo decir con franqueza y felicidad que hemos encontrado un ámbito para discutir políticas científicas entre posiciones muy plurales y diversas. Entramos con el Dr. Alberto Kornblihtt, electo por las Ciencias Biológicas y de la Salud, con una posición muy crítica frente a la actual política del Conicet y del gobierno. Y en el seno del directorio hay discusiones que ganamos, que perdemos, que se postergan. Fuimos electos con la idea de que el directorio debía asumir un papel político y rector del Conicet y no un papel burocrático y de firmar resoluciones. También me encontré con la sorpresa de que me propusieran la vicepresidencia de Asuntos Científicos, sabiendo que no milito en ningún partido, pero mi postura era crítica hacia lo que se venía haciendo.
Entonces, están las dos cosas: este malestar y deterioro, pero acompañado con una idea de avanzar en lo que se pueda, reclamando desde el directorio por presupuesto para el sector. Y por la ley de Financiamiento de Ciencia y Técnica para que ese presupuesto sea sostenido en el tiempo porque la investigación no es algo que se hace de un día para el otro. Uno tiene como metáfora la compra en el supermercado y que si te cortan la luz una semana, tenés que tirar todo a la basura y empezar de nuevo. La cadena de frío tampoco se puede interrumpir en la investigación, ni en la biológica ni en la social.
- Fuera del ámbito científico, ¿la gente conoce y apoya la tarea de investigación?
- Uno de los temas que se plantean en el seno del Conicet y, no estoy del todo de acuerdo, es esto de que es necesario que comuniquemos lo que hacemos, que expliquemos. Y la parte en la que no estoy del todo de acuerdo es que no tenemos que justificar. Por supuesto hay estos trolls, esta gente que habla de “ñoquis”, pero cualquiera que ve cinco minutos la vida de los científicos, que trabajamos los fines de semana, que hacemos mil cosas al mismo tiempo, que nos sometemos a evaluación todo el tiempo, que somos los más implacables jueces de nuestros pares, sabe que nadie se enriquece haciendo ciencia. En ese sentido, creo que la sociedad argentina tiene un “a priori favorable” hacia los científicos, salvo esos ataques muy arteros e injustos. El común de las personas sabe que no hay nada en la vida que pueda ser mejorado sin investigación y conocimiento.
- ¿Se van más científicos o están volviendo? ¿Qué espacio les queda a los jóvenes que quieren comenzar a investigar?
- Sobre el primer tema, están habiendo algunos que desensillan hasta que aclare, gente que se ha formado, que tiene una propuesta para irse afuera, pero tiene cierta expectativa a ver si “se vuelven a ordenar los zapallos en el carro o no”. También hay una especie de huida interna; las becas y algunos salarios son tan bajos que si se recibe una oferta en el sector privado, aunque sea menos interesante intelectualmente, se busca una salida por ahí. Pero existe esa estructura, esa masa crítica de recursos humanos en el Conicet y en la red de universidades públicas y no solo públicas. Lo que se logró en estos 15 años es pensar que se puede vivir de una carrera científica, de investigación y docencia. Cuando yo estudiaba, (tengo 50 años, hace 30 que investigo) vivir de la investigación no estaba como posibilidad. Ahora sí aparece la opción de tener un buen promedio en la carrera de grado para entrar en un doctorado y acceder a una beca, y luego seguir investigando. Y eso fue lo más frustrante de la política científica de este gobierno, que cortó ese horizonte porque no sólo bajó los salarios y redujo el número de vacantes, sino que quebró esa ilusión de expectativa. Eso nos pone en este dilema ético de los más “viejos” de incentivar a jóvenes para que hagan su tesis, que les va a llevar varios años, los va a dejar noches sin dormir, los va a angustiar para algo que no saben si les va a permitir insertarse en aquello para lo que se formaron. Pero soy de aquellos que siguen insistiendo en que vale la pena la apuesta y que cuando alguien es bueno, a la corta o a la larga, le va a ir bien.
Es la idea de la poesía de Kavafis cuando plantea “qué te dio Ítaca”: “te dio el viaje”, es la respuesta. El hecho de hacer un doctorado y de investigar, además de llegar a un resultado, te da ese viaje que es valioso para la persona y para los demás.
"Un mensaje para los jóvenes es que trabajen sobre lo que les interesa, porque uno nunca sabe qué va a ser de interés público y académico”.
"El común de las personas sabe que no hay nada en la vida que pueda ser mejorado sin investigación y conocimiento”.
"Lo más frustrante de la política científica de este gobierno fue que cortó un horizonte porque no sólo bajó los salarios y redujo el número de vacantes, sino que quebró la ilusión de expectativa”.