El Coro Polifónico Provincial de Santa Fe homenajeará al compositor nacido en Santa Fe, con un programa dedicado a su obra dirigido por Mariano Moruja. Los conciertos serán el jueves en la Sala Garay y el viernes en la Inmaculada Concepción de Santo Tomé.
Foto: Gentileza CPPSF El estado profundo de oración y el ponerme a componer es lo mismo: uno entra y está a la escucha, y surgen montones de ideas , afirma Malachesvsky.
El Coro Polifónico Provincial de Santa Fe realizará un homenaje al compositor y director santafesino Eduardo Andrés Malachevsky: será con el primer programa dedicado integralmente a su obra, con dirección de Mariano Moruja. Los conciertos serán el jueves a las 20.30 en la Sala Garay del Colegio Inmaculada (San Martín 1540) y el viernes a las 20.30 en laparroquia Inmaculada Concepción y Santo Tomás de Aquino de Santo Tomé (Obispo Gelabert 2051). En ambos casos la entrada será libre y gratuita.
“La mitad de los coreutas me va a querer matar y la otra mitad va a estar contenta”, se ríe el compositor en diálogo con El Litoral. “Hay obras que un coro medianamente entrenado (soy director también) las agarra y las saca. Mis obras hay que que estudiarlas. El Polifónico es un coro profesional, pero no las va a resolver de taquito”.
Complejidad
—¿Qué se puede decir de este programa 100% Malachevsky?
—Estoy sumamente agradecido con (Mariano) Moruja y el Polifónico. Soy santafesino, tengo toda mi familia acá, soy el único Malachevsky que partió a los 24 años: estudié en el Instituto de Música y fui 14 años monje.
—Trapense. ¿En Azul?
—En Azul y en Estados Unidos. Gané muchos premios, mi música se canta más afuera que en la Argentina. Y creo que esto resuelve una deuda pendiente: nadie es profeta en su tierra. El Polifónico hizo hace poco una de estas obras en Rosario, pero nunca hizo obras mías, premiadas y cantadas por todo el mundo. Lo interesante es que es la primera vez un repertorio íntegramente con obras mías en el mundo.
Mariano quiso tomar el desafío, le pasé una selección y él eligió. En el programa hay un ciclo de cinco obras sobre textos de Rabindranath Tagore: Premio Nobel de Literatura, sabio, músico, artista de la India. Me fueron comisionadas en distintas partes del mundo, pero nunca se hizo completo: primero me comisionaron tres, en el Primer Festival de Música Sacra en Nueva York (un coro buenísimo, con solistas); agregué una comisionada por otro coro de Estados Unidos y la completé con otra para el Philippine Madrigal Singers de Filipinas. Son complicadas: mínimo ocho voces, con solistas (mezzosoprano, bajo), hay oboe. Ese es el núcleo del concierto.
Después Mariano eligió una obra que escribí para su coro, Grupo Vocal de Difusión (que la estrenó), y para Philippine Madrigal Singers, que se llama “O Magnum Mysterium”. En el mundo de la dirección coral en la Argentina Mariano es palabra mayor, y el GVD también. Es una persona profunda en todo lo que hace, y apasionado por el repertorio contemporáneo.
Hay otra obra, “De Profundis Magnificat”. En 2005, mientras vivía en París, la Catedral de Berlín cumplió 100 años. Hizo distintas celebraciones, incluyendo un concurso internacional de composición. Venía con una sucesión de premios, y dije “seguirá la suerte”. Se me ocurrió algo cuyo significado sea “Desde lo profundo te agradezco”. Uní dos salmos muy contrastantes, y resultó una de las obras premiadas: estuve en el estreno en la catedral, con su coro estable imponente. (Felix) Mendelssohn escribía para ese coro... no son los mismos coreutas (risas).
Esa obra la agarró Philippine Madrigal Singers, que es un coro único en el mundo, de una calidad más allá de lo bueno. Son 24 coreutas que cantan sentados, el director está sentado. Como son embajadores de Unesco de la paz y giran por todo el mundo, llevaron la obra por todas partes, después se entusiasmaron y me comisionaron otros trabajos.
Hay una última obra, que no sabían si la iban a hacer, sobre Juan L. Ortiz, “Los ángeles bailan entre la hierba”. Generalmente abordo temáticas con cierta profundidad, pero uno se carga energéticamente. Entonces necesito matarme de risa: mi lema es “de lo sublime a lo ridículo”, para tener cable a tierra. Esta obra es irónica, distinta a las otras.
Mirar hacia adentro
—¿Cómo se da este ecumenismo de trabajar un perfil sacro sobre Tagore que era hinduísta?
—Más que sacro es profundamente espiritual. Fui monje de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia (comúnmente llamada Trapense), una orden muy abierta a aquel que busca, no importa la etiqueta. El monasterio de Azul es una construcción tradicional, en el centro hay un pasillo rectangular con un jardín interior donde los monjes dan vueltas y rezan: bueno, ese jardín es budista zen, en un monasterio católico. Los trapenses siempre tuvieron la virtud del ecumenismo: la verdad la tienen todos, y mientras más profundo entro más me doy cuenta de que las barreras caen.
Aprendí que hay belleza en todo. Hay una conexión profunda en lo que escribe Tagore, como un católico o un musulmán, cuando entra en una verdad profunda. Y mi música refleja eso.
—¿Cómo se encuentra esa profundidad cuando se trata de una obra por encargo?
—Cada compositor es distinto, puedo hablar de mi experiencia. Philippine Madrigal Singers celebraba un aniversario, y 50 años antes había hecho un concierto llamado “Première”, con obras estrenadas. Decidieron celebrar comisionando a compositores de todo el mundo unas obras. Yo fui uno, y le pregunté a Mark (Carpio), el director, qué quería. “Quiero un texto que sea un agradecimiento”, me dijo. En ese momento vivía la fundadora, muy amada en su patria, Andrea Veneración: querían homenajearla ya viejita. Empecé a pensar qué textos, y me vino uno de Tagore.
Un 9 de julio me salieron los primeros 20 compases, Tagore dice: “Oh, mi maestro, he pasado mi vida alabándote”. Al otro día me llega un mail de Mark que decía: “Ayer murió Andrea”. Después lo centraron en esa obra, era como un mensaje de ella.
Trato de conectarme mucho con lo que me piden. Uno entiende lo que otro no te dice, es una captación espiritual. El estado profundo de oración y el ponerme a componer es lo mismo: uno entra y está a la escucha, y surgen montones de ideas. Yo le llamo inercia del corazón: te dice “andá por este camino”. Si voy por ahí, cuando termino me doy cuenta de que la obra tiene una lógica que si la hubiese querido pensar no puedo. No haciendo caso a esto terminan siendo un bodrio.
Blaise Pascal decía: “Le cœur a ses raisons que la raison ne connaît point” (“El corazón tiene sus razones que la razón no conoce”). En la intuición hay una verdad y una inteligencia que nos supera.
Isla para el arte
—¿Cómo es estar a cargo del Camping Musical Bariloche?
—Estoy desde diciembre de 2016. Es un lugar ideal para la cultura: siete hectáreas, una isla de arte en unlugar bellísimo, rodeado del Lago Moreno; diez pianos, un Steinway, dos claves. Estos últimos tres años compuse menos, porque mi creatividad está ahí: es mucho trabajo pero me apasiona. Hay actividad permanente: conciertos, seminarios. Mi intuición me dice que vaya por ahí, para mí es un privilegio no solo ser el presidente, sino la dirección artística y programación. La semana pasada vinieron dos italianas de música clásica; en dos semanas viene Javier Malosetti: antes era solo de música académica, ahora es todo tipo de música pero con nivel medio para arriba, jazz, folclore. Y otra propuesta es abrir el Camping al teatro, la danza, que sea un lugar para el arte. Y el que va no lo puede creer.
Un día fue el Negro (Carlos) Aguirre, que le gusta el río, con su grupo. Llegaron de noche al centro y se fueron a comer con amigos, y se alojaron en las cabañas del Camping, frente al lago, en un bosque, pero no se veía nada. Al otro día, domingo, fui a verlo, sale con cara de dormido y ve: se quedó como un minuto sin palabras. El lugar es bello, la misión del arte es comunicar la belleza. Es como que dos enamorados se encuentran, esa es la magia del lugar. En diciembre estuvo Hugo Fattoruso, la sala está vidriada y da al lago. En un momento para de tocar y dice: “No se puede. Con esta vista...” (risas).