Se llama Guillermo Rodolfo Pérez Roisinblit. Conservó Guillermo de sus apropiadores y agregó Rodolfo porque ese nombre es el que había elegido su madre, Patricia, desaparecida en la ex ESMA en 1978, donde tuvo su parto.
Esta semana vivió la felicidad de estar con su abuela Rosa en el Senado de la Nación, donde se celebró su lucha. Para hablar con El Litoral postergó la charla por teléfono en un par de oportunidades, es que está con su abuela y repasan los goces del día anterior.
“Fue una caricia para el alma”, dice Guillermo que describió la emoción y la alegría que vivió la mujer que “lucha desde 1978, cuando salió a buscarnos” y que “de haber sido una de ‘las viejas locas de la Plaza’ que ‘hacían una campaña antiargentina’ hoy recibió un homenaje en el Senado de la Nación... imagináte que hay todo un trecho”, subraya.
“Soy hija de desaparecidos. Estoy buscando a mi hermano. Creo que podrías ser vos”, ese fue el mensaje que, en un papel, en medio de un libro de Abuelas recibió Guillermo de su hermana (criada por sus abuelos).
Ocurrió hace casi 20 años. Hoy tiene 40 y ha vivido casi la mitad de su vida como Guillermo Gómez. Saca cuentas sobre ese pasado y su presente. Sobre lo imposible que sí le pasó: ser un bebe apropiado.
“Lo de ayer fue emocionante. Rosa es muy convocante, ella estuvo rodeada de muchos afectos. Faltó alguna gente, pero también fue mucha gente”, comenta.
Se reconoce admirador de su abuela, y dice “me cuesta mucho disociar que soy el nieto de Rosa y no ser también una persona que admira mucho su lucha”.
Como todo nieto se ocupa de las cuitas que traen tantos años. Tiene que haber gente con Rosa todo el tiempo, pero “como trabajo a tres cuadras de su casa, por cualquier cosa estoy cerca, ella necesita deplazarse una silla de ruedas, está un poco sorda pero muy lúcida”.
“Mi vida está bien. Los primeros años fueron complicados, pero si me tengo que definir, creo que hoy estoy lo más cerca de la persona que tendría que haber sido si no me hubieran secuestrado los militares. Lo siento así”, dice.
Hay un silencio, y cuando nota que el periodista no puede hablar el que habla es él. “Mirá, la mayoría del tiempo soy un tipo muy feliz, tengo una vida que comenzó con una tragedia, pero con eso uno hace los cimientos. Si tuvieramos la posibilidad de conocernos te darías cuenta que estoy siempre con una sonrisa, que estoy jorobando... No soy un tipo depresivo, trato de disfrutar la vida, de mi familia, estudie una carrera de grado después de todo esto...
Estoy bien, tengo una militancia, cosas que antes para mi era impensado. Representé durante tres años seguidos a mis compañeros de trabajo como delegados, también algo que era impensado en mi otra vida”.
“Ahora todo pasa en un colectivo, con otros compañeros. Mi vida tuvo un buen cambio. La desgracia que nos sucedió no me cambia el optimismo del día a día”.
De sus apropiadores, Guillermo distingue a Gómez -un agente civil de la Fuerza Aérea que sigue detenido- de Dora, cuando se le pregunta si conserva afectos “de su otra vida”.
Para el militar no hay ninguna palabra que pueda siquiera parecerse a papá. “Me generó miedo, era sumamente violento, le pegaba a su esposa”. Para ella, en cambio, aclara: “Sigo mi relación, no tengo por qué ocultarlo: es lo que siento. Para mí es siempre difícil porque lo que ella también llama afecto, cariño, amor, también está teñido de una brutal mentira. No voy a tirar por la borda lo que de mi parte es un cariño genuino y auténtico. Me costó mucho tiempo de análisis y terapia pero la sigo viendo. No le digo mamá. Mi mamá es Patricia; mis hijos no le dicen abuela, su abuela es Patricia. Con lo que tengo es con lo que pude construir”, enseña.
“Viví tantos años como Guillermo Gómez, que todavía pesan tanto, que recién cuando tenga 42 voy a haber vivido la misma cantidad de tiempo que como Guillermo Pérez Roisinblit”, resume.