Antes de su regreso al Teatro Coliseo de Buenos Aires (el 11 de octubre), el aclamado gaitero Carlos Núñez está realizando varios conciertos en la Argentina y Chile. Dentro de la provincia de Santa Fe su único show será el viernes 4 de octubre en el Centro Cultural Parque de España (Sarmiento y el río ) de Rosario. El gallego propone, en una sola noche, sonido de instrumentos celtas como gaitas, violines, acordeones, arpas y bodhran, invitando a todo el público a viajar, musicalmente, por Galicia, Asturias, Bretaña, Irlanda, Escocia y Gales.
Antes de su paso por la región, El Litoral dialogó con el artista para adentrarse en un mundo tan misterioso como vital.
—¿Cuál es la propuesta de esta gira latinoamericana? Conocemos la gaita y la música celta, pero de todos modos es algo novedoso para nosotros.
—Fue de los primeros instrumentos en llegar a América Latina: fue el primero que desembarcó en Brasil; hay cantidad de nombres “gaita” en toda Latinoamérica: las gaitas de Venezuela, de Maracaibo. Y por supuesto todo tipo de ritmos que provienen de la gaita, de lo que se llamaba el bagpipe rythm. Cuando la gaita llega a Latinoamérica lo hace en un momento en que el instrumento que estaba ganando terreno era la guitarra. La gaita se destiló en guitarra, por eso muchas músicas que hay en la Argentina en el fondo conectan con la celta.
Es posible que puede resultar exótico, pero debo confesar que el público argentino es uno de los más generosos y más curiosos del mundo hacia la música celta.
—¿Cómo fue tu llegada a esa música?
—Empecé a tocar con ocho años en el colegio la flauta: todos los niños en España la tocaban. Nací en Galicia, el paso natural fue la gaita; si hubiera nacido en Andalucía es posible que hubiera tocado la guitarra flamenca. Me fascinó la energía que tiene, la conexión celta: eso de que hagamos la misma música que otros pueblos que hablan otras lenguas: los irlandeses, los escoceses, los bretones.
La primera vez que llegué a la Argentina, con 24 años, descubrí músicas como el chamamé, o más profundas de las provincias, que no salían en la televisión ni en los medios masivos, pero que sonaban como las celtas. Eso es lo que más me gusta de esta música: que no para de sorprenderte. Y algo muy reciente que acabo de descubrir: que la música celta (como nos dicen los arqueólogos) es una longue durée, una música de larga duración que lleva miles de años en funcionamiento adaptándose a cada momento, a cada moda, siempre para sobrevivir.
En el concierto de Rosario vamos a hacer un auténtico viaje en el tiempo: vamos a poder hacer las músicas celtas como las entendemos hoy (cuando grabamos la banda sonora de “Mar adentro”, o las colaboraciones que estamos haciendo con Gustavo Santaolalla, con León Gieco o el Chango Spasiuk); pero también como la entendía Beethoven (eso va a ser algo novedoso). Vamos a viajar a la Edad Media, con instrumentos medievales del Camino de Santiago: arpas, fídulas (violines de esa época), como el fiddle de los irlandeses. Y vamos a llevar la reconstrucción de una lira de hace 3.000 años que se acabe de descubrir en el noroeste de la Península Ibérica: es de la Edad del Bronce, como las de Astérix y Obélix. Se descubrieron petroglifos y la hemos reconstruido.
Y vamos a cantar y hacer que suene una canción que se descubrió recientemente en la Península Ibérica, y que es uno de los ejemplos de lengua celta más antigua del mundo. La gente va a poder escuchar lengua celta hispánica; no se imaginan que el castellano tiene ecos celtas, como la palabra perro, no es latín; o centolla.
Hace 2.000 años aquellos bardos con las liras aún eran bardos bilingües: hablaban celta y ya un poco del latín de los romanos. Fue dos o tres siglos de bilingüismo; gracias a que los romanos trajeron el alfabeto esas lenguas celtas ibérica se pudieron transcribir. Entonces vamos a recitar uno de los escasísimos ejemplos de lenguas celtas de las más antiguas: no están ni en Irlanda ni en Escocia ni en Gales, sino en la Península Ibérica.
—Los gallegos, los asturianos, como los de las islas Británicas, conviven con una música que está viva, que se toca en festividades, y al mismo tiempo esa posibilidad musicológica de redescubrir lo antiguo.
—Es cierto que para ser un músico intercéltico hoy es un camino muy complicado. Tienes que aprender no solo la música de Galicia, de Asturias; hoy ya estamos reivindicando las raíces celtas de todo el norte de la Península Ibérica. Hasta Madrid y más abajo Toledo se tocaba la gaita, se hablaban lenguas celtas. Toda esa España no sale en la televisión: desde los 80 (con el fin de la dictadura de Franco) quiso borrar el pasado. España se obsesionó mucho en ser moderna, y eso era copiar el rock de los americanos y el pop de los ingleses, y abandonar todo lo que fueran nuestras raíces. Se salvó el flamenco; a veces digo un poco con humor que no sé si es porque Felipe González es andaluz.
No es como en la Argentina donde los músicos como Gieco o Santaolalla están orgullosos de sus raíces: aunque hagan pop, rock, cualquier género, siempre van a tratar de que tenga una raíz propia de la Argentina. Eso en España no lo ves: el pop y el rock no han conectado con la música tradicional.
Para ser músico intercéltico hay que saber de todas esas músicas, son muy complicadas, pero también hay que conocer la de Escocia, Irlanda, Gales, Bretaña; y hoy para hacer música celta ya tienes que empezar a conocer de las músicas de la Argentina y Latinoamérica. Porque de la misma manera en que los escoceses y los irlandeses tienen que aprender la música de Nova Scotia, la música Cape Breton, la country, porque es su ida y vuelta con Estados Unidos y Canadá. Los músicos celtas españoles debemos ir aprendiendo de las músicas de Latinoamérica: creo que constituyen la mayor fuente de inspiración para el futuro.
Una cosa de la que estoy súper orgulloso: en este concierto vamos a estrenar una pieza de los Chieftains, mis maestros irlandeses que nos la acaban de dedicar, compuesta por Paddy Moloney. Es una perfecta combinación de la giga irlandesa y el chamamé. Cuando eso ya llega hasta Irlanda es porque algo está funcionando.
—¿Con qué formación instrumental llegarán?
—Vamos a tener el grupo con el que recorremos el mundo, vienen todos. Y vamos a tener algunas sorpresas: viene una joven irlandesa que se llama María Ryan, un nuevo talento que toca el violín clásico y el fiddle tradicional, y canta al estilo de las voces tradicionales de Irlanda.
María nos va a permitir el poder estrenar eso que llevo 15 años preparando: las músicas celtas de Beethoven: más de la mitad de todas sus obras son celtas. Durante sus últimos 15 años, en los que hizo sus grandes sinfonías, él mantuvo una estrecha colaboración con grandes de Escocia, Irlanda y Gales que le pasaban músicas de esos lugares. Él tenía muchísima curiosidad, porque aunque esas músicas celtas estaban fuera del sistema de la música clásica (que es la que mandaba) a él le servían para mejorar sus melodías, para aprender otros sistemas: los modos (mixolidio, dórico) que generan un estado de ánimo, tan propios de lo celta. El final de la Séptima Sinfonía está tomado de allí.
Él, que era el number one de la música clásica, tuvo que trabajar con esas fuentes fuera del sistema, y ahora dices: “Pero si esto es el upbeat, el backbeat del rock, del country”. Beethoven lo puso en las cuerdas y el piano. De pronto escuchas blue notes, como las del blues y el rock, pero cien años antes. O puede parecer bossa nova, o una canción latina de Juanes. Al tener que trabajar con esas formas modales se adelantó cien años a lo que pasó en Estados Unidos y que nos han vendido tan bien los americanos.
—Compartiste escenarios con los artistas argentinos, con los Chieftains, con brasileños, israelíes; con músicos clásicos y de otros géneros de raíz. ¿Hacia dónde querés hacer crecer tu búsqueda?
—El flamenco es de España; otros te venden que su música es la de Alemania. La música celta tiene ese sentido de hermandad, de conexión con otros países; y además existe esa cultura de respetar la diferencia: está claro que un escocés no es como un irlandés, ni un gallego es como un asturiano. Hemos ido avanzando tanto en estos últimos 20 años que hoy hemos conocido los contactos milenarios de la música celta con el flamenco, con Latinoamérica, una historia no contada y no conocida.
Ahora mismo es importante un cierto reconocimiento científico y universitario. Hay géneros como el flamenco, o como la clásica, o el blues, que gozan de un prestigio del estudio. Todo lo celta es como si hubiera quedado en un mundo de la magia, del oscurantismo. La verdad es que la universidad no se ha puesto aún a estudiarlo. Y tengo que agradecer mucho a los arqueólogos, que son como los Sherlock Holmes de la historia, gente muy habituada a trabajar con gente de otras disciplinas. Han sido mis maestros en estos últimos tres años para hacer el libro “La hermandad de los celtas”: son los que me dieron esta visión de que no es un invento, es una realidad que lleva ahí miles de años, adaptándose y renovándose todos los días.