Por Bárbara Korol | El Litoral
¿Qué querés hacer? Me pregunta al oído con voz ronca y ahogada.
Por Bárbara Korol | El Litoral
¿Qué querés hacer? Me pregunta al oído con voz ronca y ahogada.
Estoy muy cerca de él. Mis labios rozan apenas su mejilla y se van deslizando hacia la comisura de los suyos. Siento ese cosquilleo lleno de delicia y de emoción y entonces me animo. Quiero hacer el amor, le contesto en un susurro. No sé si alcanza a escucharme, pero siento su boca buscando, tímida la mía y sus manos inventando una caricia que me estremece a fondo. Él me desgaja la piel y me deja desnuda, en alma, inevitablemente expuesta a su deseo y a mi amor.
“¿Qué querés hacer?” La pregunta sigue sonando en mi interior mientras estoy sumergida en el éxtasis de su aroma y de sus besos. “¿Qué querés hacer?” Y quiero tantas cosas... quiero hacer cosas imposibles...
Quiero verlo al despertar en las mañanas. Tocar su pelo despeinado. Saberlo desnudo bajo las sabanas. Poder acurrucarme en su pecho y quedarme ahí, refugiada del mundo que cada vez entiendo menos, con los ojos cerrados, saboreando la ternura de tenerlo conmigo.
Quiero poder compartir unos mates mientras charlamos de política o nos peleamos por temas futboleros. Notar como sonríe, un poco de lado, mientras finjo fastidio porque trata de hacerme enojar. Quiero tomar sus manos y enredar sus dedos con los míos, jugando, con esa complicidad y esa intimidad que casi nadie entiende, que casi nadie tiene.
Quiero cuidarlo cuando esta triste o enfermo o contrariado. Morderle la oreja si esta chinchudo hasta hacerlo sonreír otra vez. Quiero abrazarlo de repente. Decirle lo mucho que lo quiero, que siempre voy a estar para él, aunque no siempre esté presente. Quiero escucharlo, cuando habla, cuando llora, cuando la vida lo amarga y no sabe dónde esconderse. Deseo ser su refugio contra las penas y el dolor. Ansío apagar sus quejas con mi boca amante y que se anime a ser feliz conmigo.
Quiero soñar con él cada noche de mi vida y que todo lo que nos separa se derrumbe por efecto de la magia o del infinito amor. Anhelo que el destino nos dé una chance, nos deje mirarnos a los ojos cada día y olvidarnos de lo diferente que somos. Que nuestros rumbos desencontrados puedan rendirse ante el sentimiento más puro que brota del corazón.
Quiero tener esperanza.
Pero no la tengo.
Lo despido con un beso dulce y lo veo alejarse caminando por la despareja vereda con las manos en los bolsillos. Me dice: hasta pronto. Sé que no volveré a verlo y sé también que no volveré a sentir lo mismo por nadie jamás. Él se lleva consigo lo mejor de mí: mi amor, mi confianza y mi ingenua promesa de algo mejor. Él se queda con mis ganas calladas de ser su mujer, su compañera o simplemente su amiga... Me duele algo adentro. Debe ser esa prisión que se consume nuestra oportunidad de amarnos de verdad. Y lloro. Lloro de tanto amor y tanto desamparo mientras lo veo alejarse, con las manos en los bolsillos, por la despareja vereda... Se me caen las lágrimas porque sé con certeza que no lo voy a olvidar. Y cierro la puerta.
Quiero abrazarlo de repente. Decirle lo mucho que lo quiero, que siempre voy a estar para él, aunque no siempre esté presente. Quiero escucharlo, cuando habla, cuando llora, cuando la vida lo amarga y no sabe dónde esconderse. Deseo ser su refugio contra las penas y el dolor.
Quiero soñar con él cada noche de mi vida y que todo lo que nos separa se derrumbe por efecto de la magia o del infinito amor. Anhelo que el destino nos dé una chance, nos deje mirarnos a los ojos cada día y olvidarnos de lo diferente que somos.