Emerio Agretti | El Litoral
Al ritmo de los debates presidenciales y los últimos actos públicos, el país define el escenario político y los roles para los próximos cuatro años. En Santa Fe, la transición tomó al terreno legislativo como campo de batalla.
Emerio Agretti | El Litoral
El debate que compartirán esta noche Mauricio Macri y Alberto Fernández, junto a los otros cuatro candidatos presidenciales, renovó el interés del sector más politizado de la opinión pública, en orden a cómo se dirimirán algunas de las disputas verbales que quedaron planteadas o abonadas con el primer encuentro, aquí en Santa Fe.
En cuanto a las propuestas, difícilmente quepa esperar mayores novedades, al cabo de una secuencia en que el actual Presidente protagoniza un raíd diario de anuncios -algunos de ellos desconcertantes- y el ganador de las Paso se dedica más bien a hurtar el cuerpo a las definiciones categóricas. Sin embargo, aún en los acotados márgenes de la mecánica diseñada, podrían aflorar esta vez cuestiones como la corrupción, las contradicciones, las “mentiras” con alguna mayor sustancia que el mero latiguillo y la cuestión de la distribución y el ejercicio del poder.
Lo interesante es que, si se toma como referencia la entresemana de ambos debates, lo que se exponga allí -y por razones formales, estratégicas o falta de reacción de los candidatos, no llegue a replicarse de manera inmediata- será base para nuevos cruces, análisis de fondo o reformulaciones de los guiones de campaña, en sus últimas horas previas a la veda.
En tanto, los espacios públicos también se volvieron espacio de definiciones, no verbales, pero sí profundamente conceptuales. En La Pampa, el peronismo puso en escena su unidad -corolario de la cuidadosa y hasta riesgosa estrategia de Cristina Kirchner- y también su fuerza estructural, en un Día de la Lealtad cargado esta vez de consonancias favorables. Por todo el país, y finalmente ante el Obelisco -y en distintas ciudades del mundo-, Cambiemos acudió a la hasta hace poco desdeñada masividad popular para dejar sentado un firme mensaje: aquí estamos, aún. Si no es para “darla vuelta”, para lo que venga después del 27 de octubre y del 10 de diciembre.
Esos mismos días son fechas de corte en el escenario santafesino. Las elecciones generales son el hito temporal fijado por Omar Perotti para dar a conocer su futuro gabinete y, con ello, habilitar interlocutores para encarar efectivamente la transición en las diversas áreas del Estado, más allá de los encuentros sostenidos hasta ahora fundamentalmente enfocados en lo económico y financiero. El recambio de autoridades, a su vez, pondrá fin al mandato de Miguel Lifschitz y con él a la pulseada desatada en el plano legislativo, corolario y a la vez preludio de otras, pero en este caso claramente anclada en la coyuntura, pero con la mira en el futuro inmediato.
Así debe leerse tanto la intensidad y la premura de la presentación de mensajes y proyectos del oficialismo para consagrar como leyes y políticas de Estado -y a la vez, como estructuras- distintos programas de gobierno que se desarrollaron durante los últimos años, como la decidida embestida del justicialismo para poner en marcha el proceso de reforma de la Constitución, un objetivo emblemático de la gestión del actual gobernador que acabó en frustración, y que ahora se relanza con otros plazos y otros impulsores.
En todos estos temas, que se mueven a varias bandas en los propósitos de “marcar la cancha” al adversario, y en los de proteger acciones en curso o condicionar a las futuras autoridades, también campea una discusión de fondo: la que se mueve entre las vocaciones por ejercer el poder -ejecutivo y legislativo- hasta el último día, y la de establecer hasta qué punto dirigentes que en pocos días no estarán más en su cargo o en su banca -al menos, no en los mismos- son quienes deben definir cuestiones para los próximos cuatro años. Después del 11 de diciembre, las discusiones serán otras.