Por Manuel Alvarado Ledesma (*)
Desde hace más de veinte años, la producción de soja viene mostrando mejoras sustanciales en el rendimiento por hectárea.
Por Manuel Alvarado Ledesma (*)
Desde hace más de veinte años, la producción de soja viene mostrando mejoras sustanciales en el rendimiento por hectárea. Pero, lamentablemente, este hecho tan positivo por cierto, está acompañado por una gradual y persistente caída en la calidad del grano.
¿Más claro? Al comienzo de la década pasada, el porcentaje de proteína de la soja, en la zona núcleo, superaba el 39%. Y, en los últimos tres años, apenas logró el 36%. La tendencia a la baja es patente.
Con estas características, a la industria de harina de soja, le resulta extremadamente difícil cumplir con los estándares internacionales de comercialización. El tenor proteico exigido por el mercado global se ubica en el rango de 47-48%. Claramente, estamos lejos.
Las alertas se han encendido. Sin embargo, poco es lo que se está haciendo para resolver este problema.
Al paso que vamos, las consecuencias sobre el complejo sojero y, por ende, sobre nuestra economía, a la hora de exportar serán graves. ¿Cuáles son éstas?
En primer lugar, algo que está a la vuelta de la esquina. Se trata de los descuentos que los importadores deben aplicar a los precios, a resultas de la baja calidad proteica de la harina de soja. En otras palabras: al entregar un producto de menor calidad que los ofrecidos por los competidores, el precio pasa a ser más bajo.
Esto golpea directamente, en su recorrido por la cadena de valor, a los productores agrícolas, que son los grandes afectados.
En segundo lugar, el golpe sobre el complejo sojero va creciendo a medida que pasa el tiempo. Se trata de la gradual caída en la participación de la harina de soja argentina en el mercado internacional. Ya lo estamos viendo. Y es por la baja calidad.
Nuestro país no debe perder su posición en el mundo, frente a la superior calidad del producto en la región. Es marcada la preferencia de los demandantes por la soja de nuestros vecinos, como es el caso de la procedente de Brasil y Paraguay.
Es palpable la creciente demanda mundial. Desde hace aproximadamente 30 años, la demanda de los productos del complejo sojero ha estado en permanente aumento, por el explosivo crecimiento de los países de Asia, como China y la India.
Es previsible que este proceso continúe por el ascenso de gran parte de los sectores más humildes al segmento de la clase media. Porque más que un fenómeno de cantidad se trata de un proceso de aumento del PBI por habitante, en buena parte de Asia.
La expansión del consumo de harina de soja viene seguida por una mayor demanda en las características nutritiva de la harina ya que los consumidores siguen incorporando mayores exigencias en términos de proteínas.
Es crucial despertar de este letargo. Si no lo hacemos, uno de los pilares de nuestra economía irá quebrándose.
Al comienzo de la década pasada, el porcentaje de proteína de la soja, en la zona núcleo, superaba el 39%. Y, en los últimos tres años, apenas logró el 36%. La tendencia a la baja es patente.
Con estas características, a la industria de harina de soja, le resulta extremadamente difícil cumplir con los estándares internacionales de comercialización. El tenor proteico exigido por el mercado global se ubica en el rango de 47-48%. Claramente, estamos lejos.
(*) Profesor en la Maestría de Agronegocios de la UCEMA.
Las opiniones expresadas son personales y no necesariamente representan la opinión de la UCEMA.