El 7 de junio fue lanzado en plataformas digitales el octavo disco de estudio de Estelares. “Las lunas” continúa con el artículo femenino de su antecesor (“Las antenas”), referencia que dialoga con el núcleo familiar de un Manuel Moretti que hace unos años canta para agradecer la “sobrevida” después de la crisis. En diálogo con El Litoral, el músico juninense se explayó sobre el repertorio emocional fundacional (¿re-fundacional?) de la idiosincrasia estelar.
Frescos como uvas
“Fue una manera de entrar al estudio, habiendo escuchado las canciones y trabajándolas, pero no obsesivamente”. De ese modo, Moretti explica la satisfacción que le produce (a él y al resto de la banda) “Las lunas”. “Había algo en el audio de la banda en vivo que empezó a tener color en la sala de ensayo y desde la producción de Germán”. Wiedemer fue una pieza clave en el sonido orgánico que exhibe el conjunto de canciones reunidas en la placa. La pincelada del productor se percibe, con las diferencias debidas a la dinámica de cada compositor, en otro álbum que lo tuvo como protagonista: “Cargar la suerte” (Andrés Calamaro, 2019). Justamente, Calamaro fue el primero que entendió e interpretó el disco de Estelares. “Fue hecho con dulzura y con amor, planeado desde la soltura emocional. Una cosa importante que lee Andrés es la voz. Es un disco muy cantado, armado para cantar”.
Manuel elige tres adjetivos para orbitar en torno a “Las lunas”. Empecemos por “directo”. “Me parece un disco bastante directo, algo que buscamos en la manera en que lo trabajamos, sin ser muy enroscados. Tomamos las estructuras, las memorizamos un poco, pero dejando que todo ocurra en el estudio con cierta frescura, sin estarle muy encima”. Luego de los demos, fueron unos pocos ensayos y resolver en el estudio. También tuvo un rol preponderante la seguridad como intérprete. “Esta cosa nueva con la que me copé a partir de trabajar mi voz con Raúl Cariola (N. de R.: ex Santos Inocentes), jugando, soltándola y aprendiendo. Cuando se escucha el disco, me parece muy cantable y emocional”.
Como ir caminando
A pesar de ser una obra que dialoga con la naturaleza (fundamentalmente, con el río), “Las lunas” se presenta como un disco intimista por su fuerte componente melódico. Manuel decide sumar otros dos atributos al álbum. “Yo lo siento matinal porque todos los demos surgieron entre las 9 de la mañana y las 2 de la tarde”. El tercer adjetivo está estrechamente ligado con el carácter directo antes mencionado, la síntesis. “No quería repensar una frase de ninguna manera. Fue como ponerme a improvisar las palabras que fuesen saliendo y, después, hacer retoques. Los chicos escucharon las canciones y tocaron de esa forma, buscando pero no de un modo obsesivo”.
Aquí reaparece la figura de Wiedemer: “Germán tiene una lectura muy rápida, entonces las estructuras que hubo que reacomodar, enseguida las interpretamos todos”. En términos de duración, la síntesis se traduce en 38:45 minutos luego de un disco de más de una hora (“Las antenas”, 2016). “Siempre me ha resultado bastante complicado sentirme entendido por mi personalidad, incluso conmigo mismo. Y éste es el primer disco orgánico mío y de Estelares. Yo quería que sea breve, precisamente para no quedar enredado en hablar de más”.
Según el cantante, “la síntesis que se siente en el disco tiene que ver con el hecho de esa emocionalidad. Aunque sea muy intimista porque tiene cosas de mi infancia, yo lo siento fresco y liberador. Es como ir caminando y tarareando las melodías”. La niñez de Manuel Moretti, filtrada por los recuerdos, dispara un nombre de mujer: Agustina. Ese pueblito de 300 habitantes al norte de Buenos Aires, que en los ’70 albergaba a los cuatro abuelos, tiñe la atmósfera de “Las lunas”. “La mayoría de los demos fueron hechos mirando a través de ventanales que dan a dos parques. Vivo en un lugar muy rural donde no hay ruido y casi no hay autos. A veinte metros hay un eucalipto gigante, montes y 14 hectáreas libres. Como en Agustina, donde los ruidos matinales eran los ruidos de la siesta. Las mañanas son los horneros cantantes”.
Rescates
A lo largo de ocho discos, la obra de Estelares tiene como una de sus marcas el rescate de al menos una canción inédita (cuando no la reinvención de una pieza incluida en una grabación previa). En “Las lunas” esa no fue la intención dominante, sin embargo hubo algunos hallazgos. “Ha habido discos donde iba más a la búsqueda de algunos sentimientos que habían quedado atrás”. En cambio, la última producción es muy homogénea, “y lo que fui a buscar o me encontré (porque tenía que ver con estar trabajando en el libro) fueron melodías que por ahí estaban en casete puestas en el marco de los nuevos demos. En ningún momento, sentí que algo de eso era viejo, por más que algunas melodías o palabras lo hayan sido”.
Entre los rescates, Manuel nombra “Hecho un mono”, “Este misterio” y “Se rompe el pasto”. Las dos primeras tienen en común el año de nacimiento (1987), aunque en el caso de “Hecho un mono” “el estribillo es del año pasado”, mientras que “Este misterio” (que llegó a integrar el demo junto a “América”) cuenta con una letra nueva a partir de armonía y melodía de aquella época. En ésta última, se tiende un puente a Juan L. Ortiz, como en discos anteriores fue a Rimbaud y Cocteau. “Me acuerdo de haber leído varios versos de Juanele que me han hecho bien”. En este sentido, el saludo “funciona como algo liberador. El problema es cuando uno nombra estas referencias y alguien lo confunde con intelectualismo. En realidad, lo hago como un homenaje, porque han sido muy útiles para mí”. Por su parte, “Se rompe el pasto”, la última canción de “Las lunas”, fue compuesta en el 2000. “La hice cuando vivía de favores de amigos, en la casa de Tito Viedma y los correntinos. Tiene el mismo tinte dramático de las canciones que cierran los discos de Estelares”.
Aviones y autobuses
“Sistema nervioso central” (2006) es el disco que tomando el envión generado por “Ardimos” (2003), sirvió para empezar a posicionar a Estelares como uno de los exponentes de la canción popular argentina. Allí habita “Un show”, pieza en que los músicos recolectan y exponen las diapositivas del post-recital. Lo escenifican. Trece años después, aparece una canción que se ocupa de escenificar el momento previo a todo: el proceso de composición. En “Una guitarra”, el instrumento se posa en el ventanal y trae canciones “de otro tiempo que aún no logro descifrar”. Lo interesante es detenerse en la historia que encierra la letra. “Era un 24 de diciembre a la noche. Estaba en Mendoza rumbo a Bahía Blanca para juntarme con mi familia. Me subí al avión, pensando en la melodía de esa canción que sabía que se iba a llamar ‘Una guitarra’. Cuando iba volando, vi desde arriba la guitarra que un tipo le hizo a su amada con montes en Córdoba. ¿Estoy loco? Porque estaba pensando en esa canción. Así que saqué la foto y cuando llegué a Bahía, con mi cuñado investigamos y encontramos en Internet que era un hecho real. Esa frase la tenía de antes, pero combinó también porque una mañana se posó en mi ventanal, que era la ventana del avión”.
El carácter de “Las lunas”, más cerca del encuentro que de la búsqueda, permite sin embargo otras indagaciones. “Siempre estás buscándote, preguntándote: ¿qué sos? ¿adónde vas? Me gusta no cerrar nada y estar en constante aprendizaje. Tratando de ver qué hay de nuevo, cómo son las nuevas composiciones”. Para muestra basta un botón. Hace unos meses, el cantante, letrista y compositor Hernán “Cucuza” Castiello publicó junto a su banda “Menesunda: Tangolencia Rockera”. Dicho material reversiona en clave tanguera clásicos del rock argentino, como “Confesiones de invierno”, “Yendo de la cama al living”, “Imágenes paganas”, “La rubia tarada” y “La hija del fletero” junto a canciones que se han ganado un lugar de privilegio en los últimos veinte años, tales como “Bocanada”, “Bohemio”, “Irresponsables” y “Autobuses”. Esta última canción forma parte de “Una temporada en el amor” (2009). En palabras de Moretti, “fue un gran honor” compartir la experiencia con “estos pibes de la vertiente tanguera que nunca murió, como Cucuza, La Chicana y el Chino Laborde”. “Autobuses”, reconoce el cantautor, “es un valsecito tanguero” que establece lazos con el ADN del grupo. “Siempre fuimos tangueros, tuvimos una relación muy íntima con el género a partir de algunas melodías medio románticas y de letristas del tango. A veces, soy consciente y lo tomo, y otras veces se me filtra. Pero éste podría decir que es el disco menos tanguero de todos. Es un disco más melódico, por lo cantable, y la palabra busca darle frescura, no cargar la melodía”.