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Alberto Balbi se jubiló como delegado Provincial de UATRE. Luego de una vida ligada al campo, llegó la hora del merecido descanso.
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“Lo único que no se recupera es el tiempo. Y cuando uno es joven tiene que intentarlo todo”, afirma este hombre nacido hace 75 años en las islas de Victoria, frente a Arroyo Seco. Y recuerda hasta dónde esa vida dura en la isla lo forjó para siempre.
“Éramos 12 hermanos. En ese tiempo no había médico, no había escuela, no había nada”, evoca. Al punto que en el centro de la isla tenían que hacer terraplenes para que no se inunde la precaria casa. Y cada vez que nacía un nuevo integrante de la familia, venía la partera, que llegaba una semana antes y atendía a su madre.
“Nosotros no íbamos al médico: papá y mamá no sabían leer y nosotros tampoco, éramos muy pobres. No había electricidad, tan sólo una radio a transistores que cuando se le gastaba la batería la teníamos que cargar. Se carneaba algún animal y se hacía charque, se extendía en una soga para que se seque y se curada. Hasta los 22 años viví en esas condiciones. En el servicio militar aprendí a leer”, recuerda.
Vida campera
Balbi admite que desde los 6 años aprendió a tratar con los animales. “A los 8 tiré con la escopeta para cazar un ave, porque en el campo a esa edad ya sos un hombre”. Y de yapa, aprendía a tocar la “verdulera”, a escondidas de sus padres, que no querían que sea un vago. Pero el río no los perdonó. Una creciente muy grande les llevó la casa y se mudó a la gran ciudad.
“Me fui a Rosario y empecé a trabajar en un Frigorífico; aprendí a despostar, pero me parecía poco trabajo, y en las horas de descanso me iba trabajar en la construcción. Luego me cambié a un frigorífico porcino otros dos años y medio en el turno nocturno. Después llegó la cosecha de papas, y luego el trabajo cuidando una estancia en Pavón. “Pero vino una nevada y me mató las pocas vacas que tenía, me agarró una desesperación tremenda”.
Más tarde, se trasladó (con un recado como todo equipaje) a la zona rural de Montes de Oca a vivir en un galpón como encargado de campo. “Tuve que hacer hasta el excusado, todo. Y así trabajé 6 años ahí. Pero me pude comprar una casita y me fui a trabajar al sindicato de Almacenaje de Granos durante dos años, y luego me propusieron como secretario General. Lo reformamos, armamos instalaciones, y mejoramos las condiciones de los trabajadores, porque había mucha gente que no sabía leer”. Fue la primer Escuela Rural del país dentro de la UATRE.
Llegué a ser secretario de Obras Públicas de la localidad, hasta el día que recibió un llamado telefónico que le impondría otro desafío. “Me llamó Momo Venegas que me necesitaba en Santa Fe. Había muchas deudas, pero no le pude decir que no. Y acá estoy”, recuerda entre risas.
“La vida me llenó de amigos, hoy camino por Santa Fe y luego de 23 años y 8 meses a cargo de este rubro, nadie me reprocha nada. Nunca me conformé, siempre fui por más. Estoy muy feliz”, admite. Será que aquellas brisas del Paraná que lo vieron nacer, lo siguen acompañando bien adentro, silbando bajito esas melodías que sólo se escuchan en el campo.