La reciente salida de “Gruva Dharma” y la presentación en Tribus Club de Arte guiaron la conversación con el saxofonista de la agrupación, “Tincho” Álvarez.
Gentileza producción Todos los pibes que conformamos Motta estamos en ese camino del corazón. Motta es un espacio donde la música fluye libre, desde el groove .
Este viernes, Motta mostrará “Gruva Dharma” en Tribus Club de Arte (República de Siria 3572). El Litoral conversó con “Tincho” Álvarez, saxofonista y alma máter, quien anticipó una “fiesta tribal y familiar” en la que se presentará, quizá, “por única vez” el álbum recientemente lanzado por la banda.
Rompecabezas
—El 10 de noviembre publicaron “Gruva Dharma”. ¿Cómo describirías este viaje que comenzó a echar raíces en 2015?
—Estas canciones son las primeras composiciones de la banda y nacen de ideas originales que tenía al comienzo de la formación. Motta se formó para despuntar el vicio, o sea, tocar con los caños temas de la raíz jamaiquina, de The Skatalites y Rico Rodríguez. A los dos o tres meses, había pintado una cosa para tocar pero había que tener composiciones originales, entonces yo empecé a traer un tema cada ensayo y lo arreglábamos entre los pibes. Fueron, en su mayoría, estas primeras nueve composiciones. Tenía ganas de que estas canciones no se pierdan, y propuse que las grabemos. Lo hicimos en el Wood Box Estudio con el hermano Nicolás Sarudiansky, donde venía grabando con Delfino Flow. Lo loco es que el bajo y la batería están grabados en una jornada maratónica; desde la siesta hasta las cinco de la mañana hicimos todas las bases. En estos cuatro años se fueron agregando las otras partes. De a poco, fuimos curtiendo las guitarras, las teclas, las líneas principales de los brasses. Yo me cargué el viaje de producir este disco. Me llevé toda esa música para terminarla en mi home studio Tucu Tucu Records, en Rincón Norte. En el medio de esta jugada, nació mi hija Rosita, y me fue un poco más complicado meterle energía a la grabación. La banda siguió rolando, y en ese camino, nos fuimos cruzando con un montón de artistas y experiencias que enriquecieron el disco. Fue como un rompecabezas: fueron llegando en un espacio tiempo las piezas, hasta que en un momento estaban todas. Volvimos al estudio con Julián y el Nico para laburar la mezcla y terminarlo. En este tiempo, lejos de disolvernos seguimos nuestra carrera, sobre todo porque intentamos aplicar un feeling, un modo de compartir más familiar. Teniendo en cuenta que lo importante para sostener un grupo humano artístico grande es el respeto. Querernos, aceptarnos como somos y que cada uno vaya haciendo su aporte. No hay proyecto que se pueda sostener con mala vibra. Motta es una banda familiar. Somos casi los mismos que empezamos y seguimos bancando los trapos.
Hermanxs
—El álbum cuenta con invitados e invitadas reconocidos en la escena local y nacional. ¿Cómo surgió la idea de sumarlos y qué creés que aportó cada uno de ellos al disco?
—Hugo Lobo y Martino Gesualdi, dos musicazos de Dancing Mood, son amigos de la ruta del rock de toda la vida. Con el Hugo pasó algo muy bueno. Empezó a hacer sus discos solistas y a tocarlos, y nosotros tenemos el honor de ser su backing band acá. Así que cada vez que vino a Santa Fe, estuvimos tocando con él sus discos solistas que están geniales. En esas idas y venidas, y también de Dancing Mood, entró Martino que es un trombonista con un montón de años en la música. Lo mismo pasó con Pablito Molina (Todos Tus Muertos), un amigo del corazón de muchos años. Nos encontramos en Buenos Aires en un recital de Dancing y ¡pum! Me fui a Buenos Aires y grabamos con el estudio de Gaspar Om (que remixó un tema). Son amigos que te va dando el camino de la música a través de los años. Con Patricia Sosa fue muy hermosa la onda. Porque a ella y a Black Seed, freestyler de calipso de Trinidad y Tobago, los conocí en la India en un viaje en el que estuve haciendo unos documentales. Black Seed grabó un freestyle en una sola toma, en un cuarto de hotel. Escuchó el tema un par de veces. Con Patricia compartimos una semana en la India, estudiando en la Universidad Espiritual Brahma Kumaris, aprendiendo sobre el viaje del alma, del cosmos y un montón de sabiduría acerca de la meditación y cosas inherentes al ser. Descubrí una súper guerreraza, una buceadora del espíritu, solidarizada con la causa de los hermanos aborígenes en el Chaco. Era la primera vez que ella cantaba un reggae -venía de hacer un disco de música latina con uno de los músicos de Buena Vista Social Club- y la grabamos al palo antes de viajar, en Monte Abu. Todos los hermanos vienteros dejaron su maestría en los solos, los hermanos cantantes dejaron su huella y sus voces, y el hermano Gaspar dejó sus remix y su voz. Por supuesto, no podía faltar mi hermano álmico Delfino Flow. Siempre estuvo colaborando con Motta, desde los arranques. Con él cortamos un ska al medio y lo trapeamos un poco, y ahí mandó su lírica.
Música fresca
—¿Cómo creés que confluyen el groove y el dharma en esta construcción artística?
—Las piezas fueron llegando casi de modo mágico en el tiempo. En el viaje a la India, yo venía con esta música y se me fue cerrando la idea conceptual del laburo. Ahí aprendí que el dharma es el camino del corazón; ese destino que tiene el alma y seguirlo te va a hacer muy feliz. La vibración que tenés para entregarle al universo. Todos los pibes que conformamos Motta estamos en ese camino del corazón. Motta es un espacio donde la música fluye libre, desde el groove. Al ser una banda instrumental, en la parte de los solos siempre nos damos el flash de estar cambiándolos. La mayoría zapamos solos nuevos cada vez que tocamos. La música se mantiene fresca siempre, no se cristaliza. Porque tiene esos espacios de libertad, de jamming. Adentro de los temas y las estructuras, están los solos que son espacios libres, que con el tiempo van encontrando su forma. Está bueno escucharlo una vez entero al disco porque es un viaje medio conceptual. Las canciones están ligadas por pequeños mensajes y dentro de ellas hay samplers y voces, que van contando una historia. Todos estos samplers fueron en su mayoría de hermanos maestros y maestras que fui recolectando en el camino. También como documentalista, tuve esa posibilidad de encontrarme con un montón de gente muy sabia, y estos aportes sonoros me fueron quedando. A la hora de mezclar, sentí que estaba buenísimo, además de la música, transmitir sutilmente ese mensaje. Amo el dub. Uno de los poetas del dub que se me viene a la mente es Linton Kwesi Johnson. El flash de su poesía es que era muy picante, comprometido con su tiempo. Siento que este mundo está bastante jodido y en “Gruva...” quiero hacer este viaje. Estamos en un final de ciclo y es necesario reconstruir un nuevo mundo. Creo que mucho de lo que pasa es que hay una gran ignorancia de quién es el ser humano. Estamos muy hipnotizados y atrapados por el sistema y desconectados de la naturaleza. Hay que deconstruirse y construirse como nuevos seres, más luminosos y amorosos.
Manu Chamán
—¿Cómo viviste subir la experiencia de subir al escenario con Manu Chao en Santa Fe?
—Lo de Manu fue hermoso. Somos amigos hace más de diez años. Hace ocho que soñamos este encuentro, con una movida en Santa Fe. No lográbamos dar con el lugar o con el momento justo. Abrimos una vez con el Delfino y otra vez con Motta en Rosario. Y así, fuimos viajando, llevando la bandera de la paz, la wiphala y los mensajes de lucha. En su momento, contra el flúor en el agua potable; hoy, le estamos dando lucha a los agrotóxicos. Hace unos meses, cuando vinieron Macri y Bolsonaro, le pedimos al Manu que nos tire una energía, y él de la noche a la mañana, nos clavó un video tirándonos todo el power... ¡y resonó un montón! El Manu es un chamán de la música muy humilde, amoroso y poderoso. En el recital me invitó a tocar los vientos. Cuando él tarareaba espontáneamente la línea, nosotros teníamos que estar ahí atentos. Fueron casi 3 horas, y en la mitad dejó de seguir la lista y empezó a freestylear el recital. Muy manonégrico.