Por el prof. Martín Duarte
Por el prof. Martín Duarte
Para mí, si me lo piden apresuradamente, hay una serie de canciones -en orden cronológico y de géneros diversos- que expresan el ADN argentino: “Cambalache” de Discepolín (1934); “La marcha de la Bronca” de Pedro y Pablo (1970); “Somos como somos” de Eladia Blázquez (1975); y “La argentinidad al palo” de Bersuit (2004). Agreguen -después- ustedes, queridos lectores, más canciones que desnuden nuestra argentinidad.
Lo cierto es que entre “Cambalache” y “La argentinidad al palo” distan 70 años en los que se repite una constante: una cantinela llorona, un libro de quejas musicalizado sobre la potencia mundial que estamos llamados a ser aunque estemos revolcándonos y hundiéndonos “en el mismo lodo, todos manoseados” (de potencia a impotencia; del “éxtasis a la locura”). La denuncia de la corrupción es otra presencia incansable; tan presente como la bronca: ¡de la brava, de la mía, una que se puede recitar! “Cambalache” denuncia la bronca vivida durante “La Década Infame”: un período que comienza en 1930 con el golpe militar al gobierno de Yrigoyen; una década que se caracteriza por la tensión entre democracia y dictaduras militares. “Infame” es aquello que tiene mala fama; que carece de honra, de crédito y de estimación; que genera vergüenza; que es miserable, ruin, innoble e indigno. Pregunto: ¿Cuántas “décadas infames” hemos padecido hasta la fecha? ¿Cuántas décadas vergonzantes habremos de soportar?
El “Cambalache” de Discepolín
El cambalache está dedicado a la compra-venta, empeño o intercambio (trueque o permuta) de cosas viejas, usadas y de poca monta; a veces, en estos sitios, se comercializan (“se blanquean”) bienes robados o mejor dicho -para no herir susceptibilidades- “flojos de papeles”. El tango señala que en la “vidriera irrespetuosa de los cambalaches, se ha mezclao la vida. Y herida por un sable sin remache, ves llorar La Biblia junto a un calefón”. Los versos denuncian -con pesimismo y fatalismo- cómo los ignorantes o corruptos “nos han igualado”: la voz del cantante marca su distancia con respecto a esos malhechores y/o burros que siente que -de algún modo y a su pesar- se han puesto a su alcance. En la vidriera de esa compra-venta, los objetos se animan, se humanizan (llora un libro; la vidriera es irrespetuosa; el arma hiere por su cuenta sin necesidad de que la empuñen). La palabra sagrada se marchita junto a un sable sin remache (el símbolo heroico de las luchas patriotas olvidadas y devaluadas). El mensaje divino se pierde en una torre de babel pagana. El pasado heroico de “corceles y de aceros” se diluye en una mezcla grotesca, en una aglomeración caótica, en un mamarracho de chucherías y bártulos. Otros dicen -¿en una lectura disparatada?- que el “sable sin remache” es un clavo que sostiene -en un excusado- la biblia protestante usada como papel higiénico; sus hojas sedosas reemplazarían la falta de otro elemento de higiene similar; el calefón elemento instalado -en los baños de la época- confirmaría esa hipótesis. De hecho y más allá del enojo de algunos eruditos del 2x4, algunos ilustradores -con giro humorístico- se han tomado el trabajo de darle forma a esta escena versificada por Discépolo.
Cambalache internacional
En 2016, en “República de la ideas”, el humorista Martín Ferrán publica un chiste donde la palabra “cambalache” se utiliza para criticar con acidez el modo en que los países más poderosos de occidente se encargan de los millones de inmigrantes (especialmente sirios) que buscan refugio en Europa. En la viñeta, Ban Ki-moon (diplomático surcoreano que desde el 1 de enero de 2007 hasta el 31 de diciembre de 2016 ejerce el cargo de octavo secretario general de las Naciones Unidas) sorprende al Presidente de la Comisión Europea (Jean-Claude Juncker) y a Recep Tayyip Erdogan (presidente turco por entonces) sellando lo que se ha conocido como “El pacto de la vergüenza.” Ban Ki-moon dice: “¿Pero qué clase de cambalache es este?” Con la bandera de UE a sus espaldas, Jean-Claude Juncker responde mientras patea una caja que contiene un niño refugiado: “De cambalache nada, Sr. Ban Ki-moon. Esto es una pequeña contraprestación en concepto de refuerzo de fronteras.” Recep Tayyip Erdogan refrenda mientras recibe una bolsa de euros y toca con guantes al nene de la caja: “¡Encantados de reforzar la política europea!” (Bandera de Turquía de fondo).
Por aquel entonces (8/3/16), el diario El País señala: “Europa y Turquía han pactado un cambio radical en la gestión de la crisis de refugiados. La desesperación por frenar el flujo migratorio ha llevado a los Veintiocho a forjar un polémico acuerdo con Ankara para devolver al país vecino a todo extranjero que llegue ilegalmente a las costas griegas, incluso a los sirios. A cambio, la UE se compromete a traer desde Turquía a un número de refugiados equivalente al de expulsiones. El trato, que anoche cerraron en Bruselas los jefes de Estado y de Gobierno, incluye otras tres condiciones para Europa: aumentar los 3.000 millones destinados a Turquía para atender a los refugiados, eximir a sus ciudadanos de la necesidad de visado para viajar a la UE ya en junio y avanzar en el proceso de adhesión al club comunitario.”
Estamos ante un pacto de la vergüenza porque la UE se desentiende de la crisis migratoria y se la arrenda o endosa por un módico precio a sus incómodos vecinos. UE parece ceder -según plantea la noticia y el chiste- a la presión de la xenofobia y con la excusa de salvar su propio pellejo económico (principalmente). UE se rebaja (aun contra principios humanitarios y democráticos que están en su ADN) a negociar con la autocracia turca con el fin de deshacerse de un problema espinoso. En otras palabras, aquí está el cambalache: hay un trueque infame; un acuerdo un tanto oscuro que genera escándalo e indignación; las personas se convierten en mercancía o en un bulto que -como si fuera de basura- estorba.
Cambalache infantil
En el cuento “El cambalache” de Jan Ormerod y Andrew Joiner, Carolina Cocodrilo no acepta a su pequeño hermanito que ha interrumpido su reinado de hija única. ¡Está celosa! Para ella, el bebé huele mal, babea, es aburrido y le ha “robado” el monopolio del regazo de su mamá. Por eso, decide ir a la tienda de bebés para hacer un cambalache: cambia a su hermano por otros bebés (por crías de otras especies); se lleva un panda pero no la conforma; luego, un elefante que tampoco le agrada; también prueba con una jirafa pero sin éxito a la vista. ¿Cuál será el desenlace del cuento? ¿Qué pasará con su hermanito? ¿Cuál es la cría adecuada?
En otro texto titulado -¡también!- “Cambalache” de Roberto Castro y Margherita Micheli, la oveja Catalina ha perdido su silla predilecta para leer libros; quiere terminar el cuento del lobo y los tres cerditos pero la incomodidad la demora y distrae; busca que te busca un nuevo asiento que le devuelva el confort de su espacio de lectura; la narración avanza con el cambalache: la oveja troca silla por taburete, cambia taburete por sofá, y sofá por mecedora... Entre trueque y trueque, se decide la suerte de Catalina y la de los tres cerditos (relato enmarcado).
Cambalache colombiano
Como cierre, “Cambalache” se titula el segundo capítulo de la segunda temporada de la serie “Narcos” que relata la vida del narcotraficante colombiano Pablo Escobar. El Patrón se da un baño mientras suena de fondo la versión de Julio Sosa; canta bajo la ducha los versos de Discépolo. En simultáneo, sus sicarios masacran un burdel. Agua, sangre, balas, corrupción, drogas y tango: ¡auténtico cambalache!
Entre “Cambalache” y “La argentinidad al palo” distan 70 años en los que se repite una constante: una cantinela llorona, un libro de quejas musicalizado sobre la potencia mundial que estamos llamados a ser aunque estemos revolcándonos y hundiéndonos “en el mismo lodo, todos manoseados”.
La palabra sagrada se marchita junto a un sable sin remache (el símbolo heroico de las luchas patriotas olvidadas y devaluadas). El pasado heroico de “corceles y de aceros” se diluye en una mezcla grotesca, en una aglomeración caótica, en un mamarracho de chucherías y bártulos.