Por Arq. Hugo Lazzarini
Leyendo las páginas de los Evangelios de san Mateo y san Lucas que relatan el nacimiento de Jesús, el lector queda primeramente sorprendido por su sencillez y poesía.
Por Arq. Hugo Lazzarini
Aquella noche pasaron
cosas que nunca se vieron
las estrellas florecieron
y las flores alumbraron.
Las bestias se humanizaron
y hubo un parto sin dolor.
Un gran rey se hizo pastor
y el pastor se hizo cordero.
Y en aquel dulce entrevero
del cielo bajó el Amor.
Leyendo las páginas de los Evangelios de san Mateo y san Lucas que relatan el nacimiento de Jesús, el lector queda primeramente sorprendido por su sencillez y poesía. Si luego se adentra en un análisis más detallado y profundo, se encuentra con la sorpresa de su riqueza teológica y espiritual. No obstante, y a pesar de todo, le confiere una cierta perplejidad.
En efecto, aún siendo numerosos los puntos comunes entre ambos relatos, no son menos las diferencias. Mateo narra los acontecimientos desde el punto de vista de José, que para él es un personaje de primer plano, mientras que Lucas lo hace desde la visión de María. Si bien ambos se complementan, los hechos relatados aparecen distintos, en su concatenación y perspectivas.
La explicación es sencilla; los Evangelios no son crónicas, sino predicación y testimonio. Respetan la verdad ante todo y la historicidad sustancial de lo narrado, revestidos de una amplia reflexión teológica, de tal modo que los recuerdos históricos y los mensajes espirituales, confluyen sin distinción. Además, antes que el relato concreto del nacimiento, los autores sagrados parecen fijarse más en las circunstancias que lo precedieron y siguieron.
Por otro lado, no hay que asombrarse de ello, ya que nunca es la infancia de un héroe lo que inicialmente atrae la atención de los biógrafos, sino su vida adulta y las empresas que merecieron la admiración de los demás. Posteriormente, cuando la mirada se dirige a la infancia, casi siempre se lo hace con el deseo de encontrar señales y prefiguraciones de su destino.
El creyente sabe que muchas cosas acontecieron en el encuentro secreto entre Dios y los padres mundanos de Jesús y aunque José y María hubieran querido confiar sus experiencias a alguien, en profundidad, resultaban inexplicables y admirables. Añadamos que los acontecimientos de Nazaret y Belén no entraron en los textos del mensaje cristiano primitivo, Cartas y Hechos de los Apóstoles, sino que, conservados por la tradición oral de los descendientes y responsables de la catequesis apostólica, fueron escritos varios años después de la fundación de la Iglesia.
EL NACIMIENTO
“Aconteció, pues, en aquellos días, salió un edicto de César Augusto para que se empadronase todo el mundo. Este empadronamiento tuvo lugar siendo Cirino gobernador de Siria”. En este primer párrafo, los historiadores no se ponen muy de acuerdo, porque no coinciden las fechas. Ahora bien, debemos admitir que el autor, Lucas, no se preocupó demasiado por la exactitud cronológica, sino situar el nacimiento en relación al mundo grecorromano y al nombre de la autoridad de Palestina más famoso de la época.
A la usanza judía, José tomó consigo “a María, su esposa, que estaba encinta” y partió a inscribirse al lugar de origen de su linaje, Belén o Beth-lehem, que significa “casa del pan” y es mencionada varias veces en la Biblia, ya que David, el vencedor de Goliat y los filisteos, primer rey de Judea unificada y padre del gran Salomón, nació en esta pequeña aldea. Los profetas del Antiguo Testamento la nombran varias veces como el lugar del nacimiento del Ungido, el Mashiah o Mesías, el Hijo de Dios y Salvador de la humanidad.
Desde Nazaret, donde vivían, a Belén hay una distancia de 150 kilómetros, trayecto que en las caravanas de entonces se recorrían en cuatro o cinco días. Llegados al poblado, “se cumplieron los días de su parto y dio a luz a su hijo primogénito y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón”. Lucas habla de “mesón” que era un gran patio rodeado de muros y galerías, con una solo puerta de acceso y letrinas al costado, posiblemente con un par de habitaciones para los huéspedes más ricos y un gran recinto común. El parador de caravanas de Belén, debe haber sido como otros tantos de la época; los animales quedaban a cielo abierto y los viajeros descansaban bajo los pórticos.
María y José no hallaron sitio en la posada. El evangelista parece subrayar que no había sitio “para ellos”; quizá lo había para otros más pudientes o viajeros adelantados, agolpados por la convocatoria censal, y se refugiaron como pudieron para pasar la noche en un establo vecino, probablemente una pequeña gruta natural o excavada en la falda de las colinas próximas al caserío y que servía para guardar el pastaje y herramientas de los cuidadores de ovejas o ganado. Seguramente no fue la pobreza del mesón lo que les impidió instalarse en el albergue, sino su gran dignidad. Ellos no permitieron que su hijo naciera en la promiscuidad de un sitio abierto a la vana curiosidad de todo el mundo, a los ruidos y el desinterés de los viajeros. No fue la estrechez del ambiente sino la imposibilidad de recogerse a solas, de gozar la intimidad y llegar al éxtasis... por eso eligieron el campo, para que en libertad y silencio, llegara el Emmanuel, el Dios con nosotros.
Hay mucha solemnidad en el relato de Lucas; se habla de luces y coros de ángeles, pero el punto central que quiere subrayar, es la pobreza del lugar... entre el olor a heno y estiércol, el moho de las piedras y el barro del orín.
De noche, los pocos animales de cuidado y pertenecientes a cada familia, eran agrupados en los establos. Los rebaños más numerosos, en cambio, quedaban en el campo, al cuidado de algunos pastores. Se trataba de hombres que según la opinión generalizada, se encontraban en el estrato más bajo de la condición y estima social. Por su presencia, sucios, harapientos y faltos de higiene, no accedían a las purificaciones rituales, por lo que eran considerados impuros y despreciados.
Pero fue precisamente a ellos a quienes primeramente les fue anunciado y explicado el nacimiento de Jesús.“No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría, que es para todo el pueblo; pues os ha nacido hoy un Salvador, que es el Mesías, en la ciudad de David”, seguido por un cántico de paz: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.
El autor lleva a los pastores, gente humilde e insignificante, hacia el recién nacido como clara anticipación del futuro comportamiento de Cristo, cuya vida se relacionará con los pobres, afligidos, pecadores y publicanos... el otro evangelista, Mateo, le acerca personajes solemnes y magos.
Pero esta diferencia resulta menos pronunciada de lo que parece ya que los magos, si bien son importantes y le han adorado trayéndoles obsequios caros, por ser extranjeros, también son considerados paganos y alejados de Dios.
Uno y otro autor, dan a entender que no son los próximos en llegar, ni sus parientes, ni sus vecinos de igual condición, ni religiosos, ni los encumbrados, sino los alejados, los despreciados y sencillos de corazón.
Hasta aquí la historia, el relato simple de un simple nacimiento ocurrido en la más perdida cueva de un insignificante pueblo, en una tierra árida, pobre y desconsiderada... mientras el mundo ni siquiera se inmutó. En ese pequeño mundo, ordinario, apenas iluminado por las estrellas, calentado por una pequeña fogata y tremendamente silencioso, tuvieron lugar los hechos preparatorios de una nueva historia, un antes y después de esa fecha. El encuentro milagroso entre el poder divino de Dios y nuestra pobre condición humana, redimida, elevada y enaltecida, a partir de El... del Recién Nacido.