En el verano de 2013, la curiosidad llevó a los jóvenes Gabriel Bocchio (músico y comunicador especializado en Publicidad) y Javier Alcaraz (profesor de Artes Visuales) a tirar de la cuerda. Sin saber con qué se iban a encontrar, llegaron a 1965, el año “donde todo empezó”. Por “todo” se debe entender las distintas líneas en las que se bifurcó el movimiento rock en la ciudad de Rafaela.
“Sembrar una isla”, el nombre que sintetiza osadía, método e historiografía fue creciendo en varias etapas. Primero, fue “la edición de compilados virtuales con una selección de canciones de bandas de rock locales ya disueltas. El material de audio lo encontramos en nuestras computadoras; eran grupos que habíamos llegado a conocer pero ya no tocaban más. Luego, recurrimos a grabaciones de bandas de amigos o conocidos, y después a las colecciones de discos de las radios locales. Nos invitaron a presentar el proyecto en Radio Galena para realizar un programa semanal donde difundir nuestro trabajo. Durante tres años entrevistamos a numerosos músicos locales y difundimos nuestros compilados, al mismo tiempo que reforzábamos a través de Facebook la constante interacción con nuestro público”.
“En 2016 encontramos en la categoría Editorial Regional de la convocatoria Espacio Santafesino una oportunidad para darle forma, jerarquía y difusión a la información recopilada durante nuestra investigación. Nos valimos de todos aquellos testimonios orales e inéditos que cada entrevistado nos transmitió exclusivamente en nuestro programa. Esa fue nuestra bibliografía más contundente, pero también realizamos un trabajo de campo bastante extenso y meticuloso”.
—¿Cómo se fueron tendiendo los puentes con los actores y las obras de aquella generación, a la luz de estos tiempos?
—En la mayoría de los casos, se posibilitó a través de Facebook y WhatsApp. Realizamos entrevistas, las grabamos y las transcribimos; les pedimos cassettes, fotos, afiches, entradas y artículos, y los digitalizamos. Internet nos acercó a quienes se encuentran en Santa Fe, Buenos Aires, Suiza, España o Panamá, que también estuvieron siempre predispuestos. De a poco, generamos un archivo histórico organizado y especializado en nuestra materia, recuperando material que permanecía guardado, olvidado y hasta perdido. Obtuvimos muy buena respuesta de nuestros seguidores, comprometiéndose a facilitarnos todo el material que atesoraron por años para que vuelva a salir a la luz.
—Algunas de las voces que participan del libro aluden a Rafaela como una ciudad que “siempre tuvo una esencia de rock”, con músicos de calidad y espacios que se fueron convirtiendo en referencias (Sociedad Obrera, Liceo Municipal, Sociedad Italiana). ¿Cómo definirían la movida rock de Rafaela en aquellos años respecto a la escena nacional?
—Rafaela siempre tuvo potencial para destacarse y estar a la altura de los grandes polos del país. La actividad masónica local fue responsable directa del voraz crecimiento de la ciudad en muy pocos años. Las olas inmigratorias de fines del siglo XIX y principios del XX permitieron que se instalen las primeras familias, de origen europeo, muchos de sus miembros con una formación cultural previa. En los primeros años de la colonia crearon las sociedades benéficas de socorros mutuos para sus coterráneos, que reunidos en su nueva residencia encontraron un cálido ámbito de reunión, contención y dispersión.
Esos espacios posibilitaron que durante décadas se desarrollen muchos movimientos y comunidades agrupados bajo ideales de progreso, en el resplandor de una sociedad pequeña y nueva donde todo estaba por crearse y desarrollarse. Las sociedades Italiana y Obrera, en momentos de decadencia social, cedieron sus instalaciones para albergar a los nuevos exponentes de la cultura local, hacia la década del setenta. Estas comunidades de jóvenes, inmersos en un particular contexto sociopolítico, se vieron seducidos por los nuevos ideales, corrientes y movimientos, donde encontraron con sus pares su sentido de pertenencia, desarrollando diferentes actividades culturales en un mismo ambiente. La riqueza del intercambio cultural, el aprendizaje colectivo bajo un mismo techo y la unión de fraternidad generada los movilizó a expresar sus creaciones artísticas más nobles y revolucionarias, en todas las disciplinas: danza, teatro, música, literatura, artes visuales.
—En el epílogo, destacan que la selección estuvo inspirada por la necesidad de reconstruir cronológicamente los primeros 25 años del rock en Rafaela, o sea, la parte sobre la que el material era más escaso o disperso. Siguiendo ese recorte de época, ¿de qué modo describirían la importancia de cada mojón histórico (1965-1969, 1970-1979, 1980-1989) en la configuración del rock rafaelino?
—1965-1969: Cambios de paradigmas y rebeldía. Pequeños, valientes y efímeros intentos de adolescentes sin experiencia ni claros referentes, más que unas escasas fotos de sus ídolos o algún que otro sencillo escuchado en la radio. Muy poco material tangible (fotografías) y mucho material oral. Nuestra imaginación tuvo que lucirse para dar forma a todos esos recuerdos que nos contaron.
1970-1979: Sueños y revoluciones. Aquí aparecieron grandes experiencias y trayectorias más extensas de los grupos, por consiguiente, mayor cantidad de registros y de anécdotas. Pasamos de las expresiones “beat” y “pop” de los sesenta a lo que sería el “rock” y la “música progresiva”. Hay otra esencia, otra búsqueda, otras intenciones, nuevos espacios, nuevas necesidades.
1980-1989: Madurez y unión. Comienza la era de los festivales y los recitales al aire libre con la coexistencia de una mayor cantidad de grupos musicales. El gobierno local apoya estas expresiones. Los jóvenes rockeros se ven seducidos por los estudios de grabación de Santa Fe y Rosario, y muchos recurren a ellos para registrar sus producciones y difundirlas a través de la creciente actividad radiofónica. La idea de vivir de la música se hace más fuerte y las posibilidades se tornan más viables, siendo el paso más eficaz radicarse en Buenos Aires. En Rafaela nace la Escuela de Música.
—Además de observar el panorama local, el estudio dialoga con otras experiencias, entre ellas “Comarca Beat”, y recupera la importancia del vínculo con la ciudad de Santa Fe, a través de exponentes como Enzo Bergesio y Yayo Milanesi. ¿Cómo creen que se interrelacionan ambas escenas? ¿Cuánto tuvieron que ver estos actores y aquellos que recupera el documental realizado por Marea Doc?
—Creemos que es de fundamental importancia tratar de construir un mapa que realmente articule la participación de todos los involucrados en un proceso que fue nacional y mundial. Nos parecía interesante, siendo Rafaela la tercera ciudad en cantidad de habitantes y contando con trabajos preexistentes que abordaban el tema en Santa Fe y Rosario, poder colaborar en este relato histórico. En muchas ocasiones pudimos ver, con claridad, la verdadera contemporaneidad de las experiencias locales con aquellas que se daban en Buenos Aires y que hoy figuran en múltiples relatos que se volvieron canónicos. No se trataba de que en el interior no teníamos escena, sino de que desde el interior no podíamos acceder a la escena que realmente movía la aguja, que era la de Buenos Aires.
Los artistas rafaelinos que dan testimonio en “Sembrar una isla” mencionan numerosas veces a Santa Fe y Rosario. Podemos encontrar músicos locales que tocaron en bandas de la capital de la provincia como Roberto Tschopp en Virgem, anécdotas de grandes shows de La Síntesis en el Teatro Luxor, discos grabados en Santa Fe Recording, y periodistas santafesinos entrevistando a bandas rafaelinas. El trabajo realizado en “Comarca Beat”, así como el libro “Generación subterránea” (Rosario) alimentaron las ganas de poder consolidar nuestra propia investigación en algo tangible, y creemos que se trata de materiales de suma importancia para la conservación de la memoria colectiva.
“Sembrar una isla”, declarado de interés por la Cámara de Diputados de Santa Fe, fue presentado en la Feria Internacional del Libro (Buenos Aires y Rosario), en la Semana del Libro de Rafaela y en el 14° Congreso Mundial de Semiótica (Buenos Aires). Otro hecho importante fue que la investigación formalizó la reunión, con shows en vivo, de cuatro bandas locales y la actuación de “Tito” Gallardo (La Síntesis) después de más de 30 años. Para Gabriel y Javier, el evento al que llamaron “Rafaela Rock de Colección” fue hermoso porque pudimos “mostrarle a la ciudad de lo que estábamos hablando todo este tiempo. Además, vimos como se fueron oficializando algunos regresos de bandas a medida que continuábamos con nuestra labor, y donde se veían involucrados personas que habían pasado por nuestro programa. Si bien no nos podemos adjudicar esos regresos, creemos que lo que aportamos de nuestro lado fue darle valor y dimensión actual a proyectos que hace años habían sido abandonados. Plantamos una semilla, la revalorización del rock local, y de allí vimos suceder muchas cosas”.