El cantautor santafesino Rubén del Solar fue galardonado en diciembre pasado con el Premio Escarcela Uruguay “por su difusión de la música uruguaya en Argentina”, según reza la placa adosada al mapa del país oriental realizado en lonja por el artista Javier Landa, unido a la escarcela propiamente dicha (especie de riñonera de cuero) que completa el galardón físico y le da nombre.
Así lo contaba a El Litoral antes de su viaje: “El viernes 6 de diciembre tengo un recital en la Escuela de Música de Montevideo, porque estoy nominado en una terna en Uruguay que hace 30 años o más defienden la música tradicional como forma de mantener la identidad. ‘¿Qué hago entre dos uruguayos? Ya voy perdiendo’, les escribí. Aunque ya estando nominado en otro país ya está, no puedo pedir más. ‘No, mirá que hace 15 años se lo llevó (José) Larralde, así que no sabemos si no te puede tocar a vos’”.
—Generalmente es al revés: nosotros recibimos más a los uruguayos.
—Ellos me quieren mucho: tengo que decirlo porque es la verdad. Ahora cuando fui a tocar hace unos meses estuve en la casa de Cristina Zitarrosa (hermana de Alfredo). Éramos amigos de Facebook, me dijo: “Si venís a Montevideo no te perdono que no vengas a mi casa”. Me enteré de muchas cosas de él; dice que se encerraba en la pieza a componer y ponía un cartelito: “No estoy, no jodan, no insistan”, para que no lo molesten. No es Alfredo, pero es la hermana.
—Con los guitarristas de Zitarrosa siempre tuviste buena relación.
—He tocado y grabado con muchos de ellos, y vinieron dos veces: una cuando presenté “Música de tres orillas”; y después vino el más antiguo de ellos, Silvio Ortega al teatro municipal. Hay un casette que tiene él en la casa (paré ahí alguna vez) de una presentación en la que dice Zitarrosa: “Acá a mi izquierda está Julio Cobelli (que también me acompañó alguna vez); y a mi derecha... mejor dicho, quien es mi derecha, Silvio Ortega”. Le hacía un reconocimiento especial. Cuando viajaban compartían la pieza, así que se conocían todas las mañas. También estuve con las hijas de Alfredo en Montevideo.
Esa relación con el pueblo oriental también se expresó el viernes 29 de noviembre, cuando el artista nacido en La Gallareta recibió como anfitrión al cantautor Juan José de Mello (“muy bueno, tiene una trayectoria enorme”) y al pianista Juan José Zeballos, ambos uruguayos, en un concierto compartido con el Dúo Enarmonía de Paraná.
—¿Cómo salió el encuentro?
—Un día recibo un mail de él preguntando si quería participar en un disco de cantautores en el cual iban a participar otros cantantes, como Rafael Amor, un músico reconocidos al que Mercedes (Sosa) y (Joaquín) Sabina le han grabado temas; vive en España. Yo sabía que De Mello existía, pero no lo conocía. No sé por qué razón él graba en Paraná, de donde es el Dúo Enarmonía: son muy amigos. “Sí, cómo no”, le dije; quedar pegado a un disco que se va a presentar en todo el mundo viene bien. Fui a Paraná, grabé dos temas de Rafael Amor, y no me animé a preguntarle cómo me había elegido, porque no lo tengo ni en Facebook. Después le escribí: “No me animé a preguntarte personalmente: ¿por qué me elegiste?”. “Yo no te elegí a vos”, contestó, “vos hace 15 años que venís a Uruguay y veo que sos muy reconocido y que la gente te ovaciona, te han dado reconocimientos: la gente te eligió”.
Va a presentar el disco en Buenos Aires, y me dijo: “¿No se podrá hacer algo antes en Santa Fe?”. Le dije que el Teatro era muy grande, “vos allá no sos conocido, si metemos 300 en 800 butacas es medio vacío”. La única fecha era el 29 de noviembre, pero hay colaciones de grado, despedidas de año, y es fin de año: “Lo que abunda es la escasez”, decía Julio Migno. “Con las cartas marcadas juega cualquiera”, me contestó.
—Rafael Amor falleció 23 de diciembre pasado.
—Yo sabía que estaba jodido, era esperable en cualquier momento. Realmente era un groso.
—¿Llegó a grabar algo para ese disco?
—Sí, creo que sí, e incluso una que canto yo, lo pegan a él al final.
—Hubo un recorrido de Montevideo a Cuba.
—Fui a tocar a Uruguay, que siempre voy, volví y vino un promotor cubano que me había escuchado en el Festival de Guadalupe. Me ubicó, me dijo que quería hablar conmigo para hacer una gira en la isla. Entonces me dio una tarjeta: “Preguntá en la Embajada de Cuba quién soy yo”, y pregunté. “Lo que le diga él eso se va a hacer, está para eso”.
Se organizó el viaje, recorrí toda la isla: un mes estuve en Cuba, en mayo. Toqué en en los mejores lugares: la Casa de la Trova, donde toca Silvio Rodríguez, Pablo Milanés...
—Sí, y me encontré con uno o dos músicos que quedan de Buena Vista Social Club, porque ya están todos grandes. Con uno de ellos, Alejandro Almenares, toqué “Los ejes de mi carreta”. Tiene casi 90 años, pero está óptimo. Me dice: “A mí me gusta Yupanqui. ¿No va a hacer ‘Los ejes de mi carreta’?. “No lo tengo, pero lo podemos hacer”. Lo ensayamos un ratito y lo tocó conmigo.
Después toqué en un lugar de alto vuelo, que tenés que ir con un promotor, si no no entrás: El Mejunje. Tengo que agradecerle a (el ex diputado provincial) Jorge Henn, porque donde voy desde que canto entrego una bandera de Santa Fe, ni siquiera de la Argentina; para que sepan que un santafesino estuvo en ese lugar. Pero las compro yo. Para el viaje a Cuba le dije a Jorge y me dio cinco o seis banderas para llevar.
—¿Cómo fue el contacto con Henn?
—Un día veo en el correo un mail que decía: “Rubén: quiero hablar con vos. Jorge Henn”. No lo conocía, ni le había pedido nada. Le mando: “Creo que te equivocaste, tecleaste mal. Pero estoy a tu disposición”. “No me equivoqué, quiero hablar con vos”, y me citó a su oficina de 4 de Enero. “Yo vengo siguiendo tu trayectoria desde hace muchos años”, me dijo, “porque hace muchos años aprendí a tocar la guitarra y lo primero que me enseñaron fue ‘La costerita’. Seguí tu trayectoria y vi que hiciste un montón: grabaste con los más grandes, Y donde vas entregás una bandera de Santa Fe, lo que es muy significativo, porque podrías entregar una bandera de la Argentina. Entonces hice un proyecto en la Cámara para que te hagan un reconocimiento”.
Y lo hicieron el Día de la Tradición, me entregaron una medalla y un diploma: lo tengo enrollado porque me da vergüenza. Me dice Osvaldo Zini, que anduvo por acá: “Cómo lo vas a tener así, parece un rollo de cocina”.
—Estuve en Santiago, en Santa Clara, en Trinidad, en Palma de Soriano: ahí hay un café como el Tortoni que se llama Café Dedé. En la parte anecdótica, estuve con las nietas del Che. Me puse a hablar con un docente, le pregunté cuánto cobraba (para tener una idea de cómo viven), y me dice: “Yo fui maestro de las nietas del Che en el secundario. Viven acá en Santiago, de esta esquina para la otra”. “Me voy a verlas”. “Sí, dígales que va de parte del Coco”.
Fui: una casita muy humilde, me atendieron muy bien, me hicieron pasar, estuvimos charlando. “Fotos no, porque nos han trucado algunas fotos y después nos hicieron aparecer diciendo que así vivían las nietas del Che. No queremos hacerle eso a mi abuelo, porque él dio la vida por esto”.
Los últimos días descansé en Varadero, ya estaba programado así. Fue una gira bastante agotadora, con muchos viajes, y uno se acuesta tarde y se siente.
—¿Cómo recibían los cubanos la música argentina?
—Creo que va a llegar en estos días una invitación cultural, si no no podés actuar en eso lugares. En febrero o marzo voy a ir al Festival de la Trova; estuve invitado en junio a un festival en Santiago, y no pude ir por un problema de salud de mi hija bastante serio. La compañía aérea me dejó el pasaje abierto hasta abril (pagué una multa), así que ya lo tengo para ir.
Sobre la recepción me sorprendieron, porque les gustó mucho el chamamé. Yo tengo chamamés en el repertorio, pero no sabía si tocarlos porque ellos tiene una música tan movida, el son, llevan el ritmo en la sangre. En una de esas probé con un chamamé, y dijo uno: “Eso queremos escuchar”. Canté en la Universidad de Santiago de Cuba, eran todos alumnos de guitarra: me preguntaban de dónde era el chamamé, qué quería decir. Muy interesados en la música del Litoral, lo que me llamó la atención, y el tango.
—Que es más conocido en todo el mundo.
—Claro. Toqué una milonga y ahí también se me presentó un problema, porque les decía que la milonga folclórica no es como la milonga urbana. Entonces pidieron que toque una milonga urbana, y no tenía ninguna preparada (risas). Como eran alumnos de música entendían y se interesaban en las diferencias: una milonga surera, que no se baila, que es muy reflexiva (el hombre con su soledad de la pampa se ve obligado a mirar hacia adentro y pensar), muy sentenciosa. Escuchás las milongas de Yupanqui y no dicen cualquier cosa.
El origen de la palabra milonga (a mí me gusta investigar) dicen que viene del bantú, en África, y quiere decir “palabra”; y vaya si la milonga es la palabra: “A qué le llaman distancia / eso me habrán de explicar / Sólo están lejos las cosas / que no sabemos mirar”. Si no te llega eso sos Pinocho, tenés el corazón de madera. “Cada cual cree que no cambia / y que cambian los demás”, dice Yupanqui, que es un símbolo; pero todas las milongas sureras son así reflexivas.
—Dentro del mismo ambiente tanguero, Edmundo Rivero tenía un repertorio de milongas camperas, cantadas bien graves.
—Rivero fue el primero que salió con voz grave, no lo querían contratar. Eran voces agudas, como Gardel, Magaldi. (Osvaldo) Pugliese lo encontró y dijo: “Si no canta Rivero yo no toco”. Así entró la voz grave, después apareció Julio Sosa.
—En octubre fue el turno de Paraguay.
—Estuve en Asunción, Itá y San Antonio. Me llevé a mi hija y mi nieto: hace cinco o seis años que me invitan a ese país, soy bastante conocido, y me decían “nunca nos llevás”. Los llevé y quedaron encantados, porque los paraguayos son muy agradables, muy dulce el idioma guaraní.
Ahí debutó mi nieto, tiene 18 años. Habíamos ensayado un vals, él hacía la parte principal de guitarra, muy bien. Le digo: “Agustín, ensayá porque no es lo mismo acá en el hotel que ante 700 personas”. “No, la toco de taquito”. Después dice: “No podía mover los dedos”. Estaba recontra trabado, empezó dos veces. “Empezás a caminar, es así”, le dije. Se equivocan los grandes, ya he visto a muchos: son cosas que pasan.
El músico es distinto del poeta, el pintor, el escritor. Porque el escritor rompe mil hojas antes de publicar un verso, nadie se entera: después leés el poema y es una maravilla. El músico toca y si erra ya está, no se puede “perdónenme, el próximo concierto voy a tocar mejor”. El pintor lo mismo, cambia los colores; nosotros saltamos sin red.
—Salvo en el estudio, “vamos de nuevo”.
—Ah, ahí sí: se pega, no hay problema.
—Empecé a grabar un CD nuevo, que se postergó por algunas razones, que va a salir el año que viene (2020). El primer tema que grabé fue con Peteco Carabajal: grabamos en los Estudios ION, donde grababan Juanjo Domínguez, Yupanqui, los mejores. Cuando me lo propuso dudé; “dejame que son amigos míos”, me dijo. Fue fabuloso, me cobraron una hora de grabación y estuvimos tres para hacer un tema, porque Peteco es muy meticuloso: iba y escuchaba, “no, vamos de nuevo”. Grabó todo él: el bombo, la guitarra; “después armalo en Santa Fe como a vos te guste”. Realmente grabó como si fuera para él.
—“Bajo la sombra de un árbol”. Yo quería grabar otro tema, “Dónde ha quedado el cielo”, pero él decía que era muy viejo. Para mí tiene mucha actualidad, porque habla de la tecnología, que anula a los chicos: “Deben jugar los niños / sueños tan bellos / en vez que un aparato / juegue por ellos”.
—Más ahora que cuando lo hizo.
—Claro, tiene contenido, pero él quería grabar otra cosa, está bien: vamos a hacerla. Después grabé dos temas más solo acá, así que faltan nueve o diez por grabar.
—Pero ya se sabe cuáles van.
—Sí, ya están armados, el año que viene (por este 2020) me voy a dedicar. Lo que pasa es que tuve mucha actividad este año.
—Muchas emociones juntas...
—Otra de las cosas que me pasó fue que me invitó el hijo de Atahualpa a hacer un recital privado en Cerro Colorado: el centro del folclore, no lo soñé jamás. Llegó por otro lado que nada que ver. Yo había estado con el hijo de Yupanqui, habremos tenido 40 años los dos; tengo una foto, en Radio Nacional de Córdoba: lo encontré de casualidad. Ahora lo veo en el Facebook y nada que ver, desconocido, estamos viejos. Me invitó, y después de mucho rogarle me dejó tocar un tema con la guitarra de Atahualpa, compartí ese video. Me dice: “¿Sabés por qué no puedo hacerlo? Porque después folclorista que viene la pide, y la guitarra de papá está en una vitrinita”. Estuve cuatro días rogando y canté frente al retrato de Yupanqui.
Conocí su biblioteca: tiene 3.000 libros. “Dejame y buscame dentro de dos horas”, porque quería ver qué leía el viejo. Había libros de alquimia, de filosofía: menos “Anteojito” leía de todo. Todos subrayados, signos de pregunta, apuntes. No sé si se leyó los 3.000, pero que les pegó un vistazo sí. Después pasé a su dormitorio, donde estaban sus lentes, su bastón: un momento muy emocionante para mí que soy tradicionalista desde hace 50 años.
En mi vida estoy muy agradecido con (Jorge) Fandermole, los músicos de Zitarrosa, Litto Nebbia, Alberto Rojo, Rodolfo Mederos (grabé tangos con él, grabé un CD). En Paraguay me acompañó la orquesta de Herminio Giménez, que es toda una leyenda.
—Había cosas que parecía que no iban a pasar, o a lo mejor no eran buscadas.
—Las busqué cuando tenía 30, 35, 40, y no se me daban. Algunos me preguntan: “¿Por qué empezaste tan tarde?”. No, empecé temprano; no sé, este será el momento: no sé quién, si el Señor, Buda, Alá, me dijo “ahora es tu momento”. Lo estoy aprovechando al máximo: estoy bien de salud, lúcido, tengo mucha memoria. Para mí es importante hasta ir a una escuela a tocar: me preparo como si fuera el Municipal; porque quiero dar lo mejor, siempre, adonde sea, ante uno o mil. Yo me levanto a las seis y media a tocar la guitarra.
—Lo importante es tener esas ganas, a cualquier edad.
—Hay que tener mucha vocación: a mí se me dan las cosas a partir casi de los 50 años. Vos venís peleando y no te dan nada, tenés que tener una convicción enorme para seguir y seguir sin ver la luz. Hasta que en un momento parece que eso se corrió. En el Festival de Guadalupe también me dieron una plaqueta hermosa, tallada con la Basílica. Julio Migno decía: “A mí no me gusta cuando vienen los reconocimientos, porque me parece que me están por llevar para otro lado” (risas). Pero bueno, bienvenidos sean.