Por Rogelio Alaniz
Por Rogelio Alaniz
I
Alberto Fernández cumplió su primer mes en la presidencia. En nombre de la objetividad (si es que existe ese ente) no sería justo evaluar su gestión por un período que apenas suma cuatro semanas. No sé si Fernández hizo mucho, poco o nada, pero de lo que sí estoy seguro es que habló mucho, Y al respecto a no llamarse a engaño. Estamos gobernados por un presidente cuya palabra no vale nada y una vicepresidente que no está presa porque la protege el poder. Como lo probó Woody Allen, a veces a los malos las cosas le pueden salir bien. En la Argentina todo es posible, pero...
II
Advierto que estoy dispuesto a reconocer la legalidad de Alberto Fernández. Es el presidente de los argentinos y lo será durante cuatro años. Dicho esto me pregunto: ¿Él está dispuesto a serlo en serio? O para ser más preciso: ¿Lo dejarán serlo? No hay por el momento una respuesta definitiva a estos interrogantes. Las dudas crecen cuando se advierte que los principales cargos de las Cámaras de Diputados y Senadores fueron elegidos por la compañera vicepresidente. Y se agravan cuando registramos que el gobernador de la poderosa provincia de Buenos Aires fue impuesto por la compañera. Y la aflicción nos alcanza a todos cuando recordamos que el propio presidente fue elegido por la abogada exitosa.
III
Alguna vez leí que una persona o una nación inician un irreversible proceso de decadencia y corrupción cuando extravían su lenguaje o le otorgan a las palabras significados diferentes y hasta opuestos a los que reconoce el diccionario. Un peronista me grita “facho” en la calle. Me hubiera gustado explicarle que esa categoría alguna vez se usó con insistente frecuencia contra los dirigentes de la fuerza política en la que él se siente representado. Decirle en definitiva y con todo respeto que, atendiendo los antecedentes históricos, el que tiene que explicar si es o no es facho es él y no yo. Y particular atención debería prestar a quien como él practica el hábito de insultar en la calle a quienes piensan diferente.
IV
Paralizar las escuelas públicas con huelgas periódicas, resistir reformas y cursos de capacitación, admitir sin que se les mueva un pelo que los procesos de aprendizajes son cada vez más pobres y no hacer absolutamente nada para corregirlos. En cualquier país normal estas conductas serían consideradas actos de sabotaje a la escuela pública. Sin embargo, créanlo o no, estos actos de barbarie sindical y política y de signo nacional y popular, en la Argentina se los denomina “planes de lucha en defensa de la escuela pública”.
V
A un amigo lo asaltan en la calle. Le roban los documentos, la billetera y el celular. Y de yapa lo cagan a puñetes. Unos periodistas lo entrevistan para conocer su opinión. El muchacho dispara sapos y culebras contra los ladrones. También reclama que la policía los persiga y los meta presos. Recuerda, al pasar, que en el barrio a dos ladrones la policía los metió presos y a las tres horas estaban libres. Un joven peronista que pasa casualmente por allí y lo escucha, se detiene, lo apunta con el dedo y lo acusa de “facho”.
VI
En cualquier lugar del mundo una menor obligada por un mayor a practicar sexo oral sería considerado un acto de violación o de violencia sexual. A los que así piensan no se les ocurriría ni por las tapas especular que la sanción podría ser diferente si se hace a la luz del día, a la caída de la tarde, al filo del crepúsculo o en medio de la noche. Sin embargo, en la Argentina, hay jueces que no piensan así. Por el contrario, suponen que el sexo oral impuesto no es delito porque no habría contacto carnal. No conforme con esto, estiman que si el acto de violación se realiza en un cuarto oscuro, el violador es inocente. “Ojos que no ven corazón que no siente”, sería el jingle preferido por su Excelencia. Si estos relatos no fuera tan siniestros, habría derecho a suponer que se trata de una joda. Nada de eso. Lo sucedido es verdadero. Y como para superar todas las barreras del asombro, el juez que así falló en aquellos tiempos integraba la Corte Suprema de Justicia. En su defensa habría que decir que el hombre de estos temas las conocía lunga. Sus seis departamentos en La Recoleta dedicados al oficio más antiguo de la humanidad así lo confirmaban. Feliz ochenta años su Excelencia.
VII
Un delincuente asalta a un turista norteamericano y le asesta diez puñaladas. Un policía fuera de servicio en lugar de lavarse las manos lo persigue. En algún momento dispara, la bala pega en el asfalto, rebota y mata al delincuente. En cualquier lugar del mundo queda claro que la víctima es el turista y el victimario es el delincuente. En cualquier lugar del mundo, menos en la Argentina. Remember. Hasta el día de hoy el asesino parece ser el policía y la victima parece ser “el pobre chico” que le asestó diez puñaladas al turista yanqui porque seguramente necesitaba plata para comer o, por qué no, estaba realizando un acto de justicia contra el imperialismo yanqui.
VIII
Si por ‘neoliberalismo‘ se entiende la primacía absoluta de lo económico sobre la sociedad y la acumulación obscena de riquezas de una minoría, yo no soy neoliberal. Pero si por neoliberalismo se entiende lo que la izquierda y los kirchneristas nos dicen, capaz que sea medio neoliberal. De todos modos que nadie se alarme. Ha que saber que en estos pagos la palabra no vale nada o dice lo contrario de lo que debería entenderse. “Facho” o “neoliberal” han dejado de ser conceptos históricos para transformarse en insultos. La alienación es notable. El actor Gerardo Romano interpreta en la serie “El marginal” a un director de presidio coimero, apretador, mujeriego, rosquero, traidor. Pero en una entrevista asegura muy suelto de cuerpo que ese personaje es un “neoliberal”. Recórcholis. A mí que Romano me perdone, pero un tipo con esos “encantos” en la Argentina traza las líneas imperecederas de un peronista tan auténtico como el bombo del Tula, la Marchita de Juanita Larrauri y las transmisiones deportivas de Luis Elías Sojit.
IX
En el país habría un amplio consenso en admitir que el denominado “campo” expresa al sector más moderno y productivo de la burguesía local. Inversiones, trabajo, capacidad exportadora, son algunos de sus rasgos distintivos. Nada de ello impide que para el populismo el campo merezca la calificación de oligarquía parasitaria. Tampoco impide que los gobiernos populistas la saqueen con impuestos arbitrarios y gravosos en nombre de la solidaridad. Desde los tiempos del Iapi, pasando por la temporada en el infierno con Gelbard y rebotando en la espesa realidad kirchnerista, el comportamiento del populismo con el campo ha sido siempre el mismo.
X
Una persona que insulta a los bolivianos por el color de la piel, que descalifica a uno de sus objetores por su condición de judío, que festeja la muerte horrible de miles de personas en las Torres Gemelas, que convoca a ejercer las más groseras y bárbaras vendettas contra opositores, jueces y periodistas, que estafa a los pobres con viviendas que nunca entregó, que beneficia a su hija y se asocia con un parricida con el que después rompen lanzas porque este tipo de sociedades siempre terminan de la misma manera, esa persona, repito, merecería ser calificada con toda justicia de fascista, corrupta o de algo peor. Sin embargo, en la bendita Argentina esa persona es considerada por el populismo como una heroína de los derechos humanos.
XI
A nadie se le hubiera ocurrido decir que el general Soleimani asesinado por orden de EEUU no fue un homicidio, sino un suicidio. Nadie diría que John o Robert Kennedy se suicidaron. Tampoco se pensaría algo parecido, por ejemplo, del Che Guevara. Y no lo dirína porque quien hubiera cometido esos “errores” pondría en discusión su cordura o daría lugar a que se sospeche de complicidad. Sin embargo, en la Argentina, un fiscal que denunció a la presidente de entonces es asesinado 48 horas antes en su departamento. Y los mismos seguidores de esa presidente, no vacilan un instante en calificar al homicidio en suicidio.
XII
En un país que piensa la política con las categorías con las que se vive un partido de fútbol es previsible que circulen categorías insólitas y ocurrentes. Lo grave no son las categorías , lo grave es que sus portadores creen en ellas. Una de las más peregrinas en los últimos tiempos es la que que postula un tío Alberto “bueno” y una Cristina “mala”. Podrían invertirse los términos y la ecuación seguiría despertando parecidas pasiones borrascosas. Los partidarios de un tío Alberto “bueno” invocan sus discursos en el acto de asunción del mando. Que la inocencia les valga. A damas y caballeros que seguramente saben jugar al truco les pregunto con todo respeto: ¿Nunca se les ocurrió pensar que tío Alberto se mandó una falta envido con un cuatro? ¿O que sencillamente miente?¿O que todo mentiroso sabe lo que a los engañados les gusta escuchar? Como le gustaba decir a tío Colacho: “A vos viejo te venden un buzón y en el acto te creés el presidente de Correos Argentinos”.