Por Gustavo J. Vittori
Este neologismo surge de la contracción de tres palabras inglesas: law, war, y fare. El vocablo adquiere un nuevo significado, que puede expresarse en nuestra lengua como guerra legal, jurídica o judicial.
Por Gustavo J. Vittori
La palabra es nueva, la trampa es vieja.
El éxito del hallazgo lingüístico se apoya en las evidentes falibilidades de la Justicia institucional en Occidente, y ganó rápido espacio en los EE.UU., donde buena parte de su producción cinematográfica lucra con las supuestas aberraciones que tienen lugar en sus tribunales.
El neologismo surge de la contracción de tres palabras inglesas:
El prestigio de lo inglés en el imaginario criollo parece otorgarle al vocablo una consistencia académica que su difusa naturaleza contradice. Pero eso no importa, aquí suena raro e importante y, por lo tanto, es susceptible de la utilización astuta de nuestros operadores políticos.
No tardaron en emplearla el Papa Francisco, para advertir sobre las manipulaciones políticas de la Justicia en el Occidente capitalista, y Cristina, para usarla en defensa de su preocupante situación judicial.
Con el simple recurso discursivo de manifestarse víctima de una persecución política instrumentada mediante procedimientos judiciales -el presunto
Las medias verdades subyacentes en esta trama, contribuyen a que este tipo de elaboraciones políticas arraiguen con facilidad en los imaginarios de una sociedad que sospecha de todo y ve una conspiración detrás de cada movimiento de los actores en el escenario público. En nuestros días, la simplificación del mensaje es mucho más efectiva en términos populares que las argumentaciones técnico-legales, de comprensión más difícil. La consigna es más entradora que el pensamiento complejo. Una palabra puede hacer la diferencia.
Los jóvenes se entusiasman con estas novedades lingüísticas, estas figuras a veces imaginativas, sin advertir lo que se incuba debajo de las palabras. Les encantan los cambios y, ni qué decir, tirar abajo estructuras que consideran vetustas, muchas veces con razón. Los profesionales de la política y la comunicación lo saben, y lo aprovechan. Las recompensas económicas suelen ser grandes.
La ley y la Justicia están en capilla, no en cuanto principios sino en sus modos de gestación y aplicación. En la estela del engendro teórico de la “posverdad” todo es posible, porque le abre la puerta a la mentira emotiva. Alguien la ha definido como “el mundo al revés de la política”, lo que resulta atractivo a causa del sostenido descrédito de la política tradicional. Así, la subjetividad le quita espacio a la generalidad de la ley, pilar de una sociedad organizada. La ola actual la resquebraja, la fragmenta. La dispersión subjetivista en amplios sectores juveniles es funcional a quienes tienen un claro propósito de cambiar las leyes, la Constitución, y poner sus propias normas. La atropellada pone en riesgo la ardua construcción de la democracia republicana que, con sus defectos, es el más moderno de los sistemas de organización política. Para eso es necesario neutralizar a la oposición (golpe al Poder Legislativo) y reemplazar a la Justicia instituida (que tiene, es cierto, vicios innegables que remediar) por una organización propia. El tercer sector a demoler es el de los medios de comunicación con capacidad crítica, visualizados según las enseñanzas de Cuba y Venezuela como “fierros mediáticos” empleados contra el poder popular.
Éste es el fondo de la cuestión, quebrar toda estructura resistente a la absolutización del poder, proceso en el que el empleo del concepto de
Más temprano que tarde, sus efectos se volverán como un bumerán contra sus autores intelectuales.
El prestigio de lo inglés en el imaginario criollo parece otorgarle al vocablo una consistencia académica que su difusa naturaleza contradice. Pero eso no importa, aquí suena raro e importante y, por lo tanto, es susceptible de la utilización astuta de nuestros operadores políticos.
La atropellada pone en riesgo la ardua construcción de la democracia republicana que, con sus defectos, es el más moderno de los sistemas de organización política. Para eso es necesario neutralizar a la oposición (golpe al Poder Legislativo) y reemplazar a la Justicia instituida por una organización propia.
El tercer sector a demoler es el de los medios de comunicación con capacidad crítica. ¿Y porqué es importante esta libertad considerada estratégica en el andamiaje de la arquitectura republicana? Por su constante estado de alerta y la rápida detección de conductas públicas que puedan comportar violaciones de la ley.