Por Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)
“Si bebemos vino, nos sorprenderán los sueños en la noche inminente”, D. H. Lawrence
Apoyar la testa para consultarlo con la almohada no me ayuda, porque mis sueños, las autoproclamadas “peisadillas”, son esos sueños peisonalizados que andan flotando por el éter... sueños propios que son amigos de lo ajeno, pero no son sueños cacos, ni malintencionados, mucho menos son sueños mal habidos, mis sueños son amigos de otros sueños, porque son sueños que gustan del otro como si fuera propio, son sueños tomados de otros sueños, algo así como racimos de sueños de morapios orígenes. Siempre me gustó la palabra “éter”, muchos la utilizan para referir que se encuentran en las ondas de radio, que sus palabras que se ven expulsadas hacia el cielo del todo, que la voz que emite, que da la noticia, la información brindada, la música pinchada, una vez expulsadas empiezan a formar parte de ese espacio invisible que se transmuta en audible y que es ese éter al que se hace referencia. “Estamos en el éter”, “estamos en el aire”; y sí, es que estamos en ese espacio que nos une, que nos aglutina. La definición (fuera del ámbito de la química) de ésta hermosa palabra dice que es un “fluido hipotético invisible, sin peso y elástico, que se consideraba que llenaba todo el espacio y constituía el medio transmisor de todas las manifestaciones de la energía”, pura poesía. Fluye, se despliega con la suavidad de la más fina seda, como un gran trozo gigante y envolvente que acaricia con palabras el espacio entre nosotros.
Cultor y escultor de palabras, ellas asoman hacia el éter como mis sueños se catapultan frente al papel que no es tal, que no está.
Ya no se escucha el “clack - clack” de las teclas de la máquina de escribir; ese tan característico golpeteo de las redacciones de radios y diarios; ahora es un casi silencioso y sutil “tictictictic”, apenas audible. Las caras se iluminan frente al monitor, los rayos de la luz emitida blanquean los rígidos rostros de los hacedores de palabras que se desencadenan frente al blanco tapiz digital.
Siempre les cuento que mis sueños son risueños, que siempre están contados en primera persona, que son un canto a mí mismo, con optimismo y con esas ganas de seguir contando lo cantado o cantando lo contado.
Estamos en la famosa aldea global, esta aldea en la que pasas cosas, cosas feas, llena de atroces historias que deshumanizan la humanidad. Pero con la cordura de los locos intento suministrar la buena demencia de quien todo lo ve a través del cristal de la risa, mi jocunda forma de andar por la vida atentando contra la tristeza y las malas vibras hacen de mi un ser “espacial”, que va por las nubes vaporizadas de alegría. La risa, como el vino, es el remedio más eficaz para las tristezas del alma. Estoy convencido que del buen humor nace el buen amor, y que un buen amor nos pone de mejor humor, es el mejor círculo virtuoso.
La risa cura, no hay dudas de eso, y si estamos abatidos por una enfermedad incurable, la risa hará que el fatal camino sea menos pedregoso. Cuando uno ríe, ríe el mundo, tu mundo. La risa es ruido, jolgorio, movimiento, liberación, vida y colores. La tristeza es silencio, es inmóvil, no hay colores en la pesadumbre.
Reír para no llorar no es una frase conformista, todo lo contrario, es un acto de fe, una máxima que no es mínima, es una rebelión pura con un objetivo bien preciso.
Uno de los principales ejemplos que nos aclara que el humor es una herramienta infalible contra todos los males es el humor judío, ese humor que tiene como principal característica la de reírse de uno mismo. La gran mayoría nos hemos reído y/o conocemos chistes de judíos, casi todos hemos leído y/o escuchado a humoristas judíos, solo por nombrar algunos de los más destacados: Norman Erlich; Tato Bores; Jorge Guinzburg; Gabriela Acher, y más acá en el tiempo Sebastián Wainraich y Roberto Moldavsky. Y tenemos a los grandes, gigantes ejemplos del humor mundial, los hermanos Marx, Woody Allen, Billy Wilder, Mel Brooks, entre tantos otros. Los judíos tienen la capacidad de transformar la desgracia en humor, y vaya si el pueblo judío conoce del sufrimiento y la desgracia, pero se sabe que la tradición judía les enseña que la risa es una manera de reafirmar el amor a la vida, y que por el contrario, la depresión es el modo de negar la existencia. Es que ellos, los judíos, se toman al humor muy en serio, para alegría nuestra.
Entonces mis queridos soñadores/as risueños/as, en estas “peisadillas” de verano no los voy a aburrir ni entristecer con las noticias bien sabidas, de esas que nos sacan el buen humor y que nos ponen el gris plano de la pena. Música de fondo, un cigarrito de esos que dan risa, un buen libro, un buen vino, y a reír que se acaba el mundo.
Ya no se escucha el “clack - clack” de las teclas de la máquina de escribir; ese tan característico golpeteo de las redacciones de radios y diarios; ahora es un casi silencioso y sutil “tictictictic”, apenas audible.
Las caras se iluminan frente al monitor, los rayos de la luz emitida blanquean los rígidos rostros de los hacedores de palabras que se desencadenan frente al blanco tapiz digital.