Por Miguel Ángel Reguera
Por Miguel Ángel Reguera
Las terminales automotrices en nuestro país están recurriendo a distintas estrategias (adelanto de vacaciones, suspensiones) para encarar el que será posiblemente el peor año en ventas de los últimos 40 o 50 años. La producción automotriz está en niveles de los años 70, cuando había 60.000 obreros en las fábricas y ahora gracias a la mecanización del proceso productivo, hay poco más de 20.000.
Sin dudas que años de recesión, que ya tiene ganas de soplar diez velitas, ha marcado la suerte de esta industria, al igual que la de muchos tambos, panaderías, Pymes textiles, papeleras, etc. Pero tampoco hay dudas de que hubieron decisiones empresariales que trascienden lo macroeconómico y las malas políticas de los Gobiernos. La estrategia de producción de enmarcarse en el proceso global y funcionar como plataforma de exportación de nuevos modelos, fue acompañada por la discontinuidad de la fabricación de autos económicos (los llamados entrada de gama) a los que solía tener acceso la clase media, a través de diferentes planes de ahorro o entregando en parte de pago su unidad usada. Todos recordamos el bolita 600, el 125, el 128 y el UNO; el “jean sobre ruedas” en versiones R4 y R6 junto con el R12, R18 y el Clio de la marca del rombo, el Golcito de tres y cinco puertas, el Corsita y otros tantos modelos que pasaron al olvido por la pretensión de acomodar nuestras necesidades, gustos, preferencias y posibilidades de demanda, al mercado global. Hoy, acceder a los modelos que llegan diseñados desde Europa o Asia, es imposible para nuestra golpeada clase media.
Yo pregunto entonces ¿Por qué no volver a diseñar autos económicos que permitan mantener una industria automotriz dinámica y conservar las fuentes de trabajo? Yo creo que se puede y se deben armonizar las consecuencias del proceso económico, social, cultural, político y jurídico, conocido como Globalización; con los intereses locales y articular esos intereses en un plan de desarrollo económico a mediano plazo. Querer negar que estamos viviendo esta fase histórica del pensamiento, definido como capitalismo, es como que un siervo de la gleba pretenda renegar de su condición medieval. Ahora, desde la aceptación de esta realidad que vivimos, con concentración económica, revolución de las comunicaciones, desarrollo de las tecnologías vinculadas a lo financiero, el dinero virtual, la velocidad de las transacciones, la disminución del poder de los Estados frente a las grandes Corporaciones, etc. ¿Qué se debe hacer? ¿Puede haber un camino diferente o paralelo al rol que la economía internacional le ha asignado a nuestro país como proveedor de materias primas o recursos naturales? Las cámaras empresarias, los trabajadores sindicalizados y los funcionarios del Gobierno, tendrán que dar respuestas valientes y creativas para buscar ese camino que armoniza “lo global” con “lo local”, el mercado externo con el interno, lo que los demás pretenden de nosotros y nuestras propias necesidades.