Vuelve Colón a casa un domingo de febrero. Lo hace con técnico nuevo: versión 2 del ciclo de Diego Mario Francisco Osella. No es menor el dato: la última vez que varios de estos jugadores pisaron la hierba del Brigadier López dejaron una imágen penosa frente a Aldosivi —hoy competidor de la zona baja en los promedios— y eso le costó la debilitada cabeza a Pablo Lavallén. Ojalá ahora, más que nunca, se cumpla el viejo dicho de “año nuevo...vida nueva”. El rival de turno, un equipo complicado como cualquier Banfield de Julio César Falcioni. El ocaso del domimgo, cuando se vaya muriendo el sol, trendrá a Ariel Penel como colegiado, un rubro que Colón empieza a mirar con desconfianza después que el rafaelino le gritara “Trucco” a un cuatro de copas (cosa que no se hace) en la calurosa Santiago del Estero.
Nunca en su historia Colón sacó adelante ninguna guerra importante sino empezaba a ganar las batallas en casa. Ni qué hablar de esta campaña, donde el último partido que el “Negro” ganó de visitante fue cuando murió un Obispo en Roma.
Es por eso que será determinante amigarse con la historia, empujar todos para el mismo arco, incomodar a Banfield —adentro y afuera— para empezar a aliviar con calmantes la pesada herencia que dejó Lavallén en el certámen doméstico: sumó 3 puntos de cada 10 que puso en juego. O sea, lo dejó “enclenque”, mezcla de débil y enfermizo. Para muestra alcanza y sobra: seis zagueros y seis delanteros. Ni el Barcelona se hubiera a animado a tanto en cantidad.
Es cierto que los arbitrajes lastiman (no se cobran igual los mismos agarrones, ante la duda mirar Huracán-Gimnasia), que los rivales de abajo sumaron y siguen sumando; que la posición es incómoda por donde se la mire, ya sea en tiempo presente o proyección de futuro. Pero también es real lo que dice y piensa Diego Osella en un ataque de honestidad brutal cuando nombra a cada rato —siete veces en una entrevista de 20 minutos— la palabra “tranquilidad”. Para ello, haciendo plagio del pedido del Papa Francisco al Presidente Alberto Fernández en el Vaticano, los jugadores de Colón deberán ser “los mensajeros de la paz”. ¿Cómo se hace?: intentando jugar al fútbol, pero si las cosas no salen con el pie hay que ir a “trabar” la pelota con la cabeza. La gente necesita señales de verdad y eso está más que claro, por eso se amontonaron y se le fueron encima a Brian Fernández como si ya hubiera hecho en Colón los mismos goles que “Bichi”.
Más allá de los once titulares, si todos los que están afuera se sentarían este domingo al lado de Diego Osella como suplentes —Aliendro, Brian, Viatri, Bruno Bianchi—, Colón tendría más banco que Wall Street en el bajo Manhattan.
Eso supone que los posibles titulares que están afuera necesitan algo que Colón ya no tiene por estos tiempos y que se llama, justamente, tiempo. Por eso una victoria ante Banfield sería casi lo mismo que la del Santos de Pelé, como para que la gente entienda.
Se tiene que ayudar el equipo, dando señales claras de compromiso desde la hierba al cemento en el Cementerio. Y debe saber la gente lo que espera en la agenda del domingo: ir a misa, tomar sol, el que es millonario preparar el asado, el más humilde buscar un “porroncito”, preparar el mate y —eso sí todos por igual— pasar por algún lado a comprar “un kilo y medio de paciencia”.
Para que quede claro: Colón juega contra Banfield en Santa Fe. No puede ni debe jugar Colón contra Colón. Si Colón juega contra Colón, el descenso y el diablo quedarán mal parados en la esquina del barrio.
Está rara la periferia sabalera, el “packaging” del equipo. Pintadas, amenazas, pasacalles, “fake” de planillas salariales de los “players” y muchas cosas más que huelen mal. Hacerlas genera daño, señalar “al voleo” responsables genera lo mismo.
Se reabre el Cementerio, con el sueño de “año nuevo...vida nueva”. Hay que ganar en casa. Ninguna historia linda de Colón arrancó con un 0 a 0 ante su gente. Osella parece un político de los que ya no vienen: evita hablar de la pesada herencia que le dejaron los que estaban antes y lo pusieron al equipo en las puertas del otro cementerio.
Es hora que Colón tenga un feliz domingo en la Superliga, ya ni hace falta explicar quiénes y por qué se lo mercen. Hay que reabrir el Cementerio, hay que reconstruirse, reinventarse. Lo que quedó desde el 9/11 son las tumbas de la gloria, ésa que estaba a 90 minutos en La Nueva Olla con la Final Única de la Copa Sudamericana y con 40.000 almas reventando las tribunas e Paraguay. Hay que hacerse fuerte ahí...“donde nunca ví...nadie puede decirme quién soy. Yo lo sé muy bien, te aprendí a querer...el perfume que lleva al dolor”.
¿Saben cómo se llama éso?...Cuando se pasa de la gloria a Devoto con el mismo sentimiento innegociable que se lleva en la sangre desde el día que nacimos.
...Es el amor después del amor....
Y es Colón, después de Colón.