Por Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)
Se nos fue enero... el mes en el que supuestamente no pasa nada; el que transcurrimos con pachorrienta actitud, despreocupados y relajados... pero acá, en nuestra inefable Argentina, pasaron cosas, y muchas...
Por Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)
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Y así, como si nada, se nos fue enero... y desde que la noche vieja dio paso al primer día del año, al primer día del primer mes del almanaque; ese supuesto mes en el que supuestamente no pasa nada; en el que la televisión se nutre de noticias vanas y vagas, con programas veraniegos de sol, bikinis, chismes y alegría; en el que transcurrimos con pachorrienta actitud, despreocupados y relajados... acá, en nuestra inefable Argentina, pasaron cosas, y muchas...
Y es que los sueños a veces se sienten chiquititos, minimizados ante el peso y el tamaño de la realidad. Muchas veces nos dicen que si vamos a soñar, tenemos que hacerlo en grande. El chiste está en que cada vez que nos disponemos a soñar, generalmente nos dormimos, y cuando cedemos al suave murmullo del umbral del sueño, perdemos la autoría y la dirección de ellos, porque los sueños son libres, lejos de automatismos y reglamentos, los sueños divagan y giran en su autodeterminación, tienen la capacidad y la desenvoltura de mimetizarse de realidad y de hacer fácil lo imposible. Y nosotros, los que le damos la libertad y la entidad para ser lo que son, en el instante en que nos ponemos a soñar, perdemos la propiedad de los mismos para ser meros testigos de su trajinar onírico.
Y como los sueños, la realidad a veces nos supera, poniéndonos en un mar de cuestionamientos y “reperfilamientos”. Somos testigos impasibles de las decisiones que toman los demás y que nos afectan directamente en nuestro diario andar, recibiendo los golpes y esquivando los maltratos; nos disparan continuamente con información muchas veces contradictoria y con cintura “messiana” vamos gambeteando la desdicha por los hechos y los dichos de los dichosos que desdicen lo que dicen desechando los hechos.
Y como en una pesadilla, nos sentimos chiquititos ante el peso y el monstruoso tamaño de la realidad.
La realidad dice una cosa mientras los informativos venden la validez de los hechos ajustados a sus propios intereses, según la lente, según el hecho, se grita o se oculta, se dice o se deja pasar, bombardean con imágenes y opiniones o solamente dan un apartado. Pero las cosas pasan, y siguen pasando. Dejar pasar..., el finado pope máximo de la A.F.A., Julio Humberto Grondona, tenía un anillo de oro del estilo llamado “sello” injertado en su dedo meñique, con la frase “Todo pasa”, frase polémica para aquel hombre que fue objeto de reverencia sublime en el mundo del fútbol, con éxitos y fracasos, y también objeto de odio y broncas imperecederas, pues su figura siempre estuvo envuelta en un halo de misterio y de negociados con tintes espurios, dicho por sus enemigos a voz en cuello, y por sus adláteres a “sotto voce”.
Mucho se dice en voz baja, y mucho más en silencio, el silencio ha sido siempre cómplice de los actos más aberrantes de la historia. Y en el más absoluto silencio de reposera veraniega en playa privada, o de felinos movimientos nocturnos, nos enteramos que nuestro ex mandamás pasó de ser ex presidente de la Nación, a ser presidente de la fundación F.I.F.A., de A.F. A. NADA sabía, y desde la F.I.F.A. a seguir fifando. Con su cara adornada de sonrisa angelical iluminada con sus celestes ojos, el mundo futbolero -y el que no es tanto- sintió el golpe. La función social en el deporte más popular estará en su cartera, y en su billetera habrá más de mil millones de dólares que serán destinados a esa honorable función que le tocó en suerte. La ayuda social no fue su mayor logro en los cuatro años que estuvo gobernando nuestro país, dejó a los clubes con deudas impagables en servicios esenciales como el gas y la luz; cuando fue presidente de Boca quiso transformarlo en una sociedad anónima, y ya en la presidencia, siempre abogó para que los clubes tuvieran y fueran atendidos por sus propios dueños.
El deporte es salud, por eso enferma tanto al alma enterarse que diez desalmados patearon en el suelo hasta matar a un chico que se atrevió a mirarlos. Ellos, los “rugbiers”, estos muchachos oriundos de la ciudad de Zárate dejaron un ignominioso estigma en el deporte que se considera como uno de los más leales, de caballerescos ideales de quienes lo practican y enseñan los valores del deporte y el culto a la amistad. Duele en el deporte, duele en las familias, duele en las víctimas de la violencia, duele en nuestros jóvenes, duele en una sociedad que quedó asombrada y que juzga a esos imberbes asesinos que se escudaban en el deporte que los cobijaba como símbolo de lealtad y amistad, pero que ellos no supieron entender, tergiversando su mundo en “nosotros y los otros”.
Dolores con sombras chinescas que no son divertidas son los que se vienen del oriental país. No es cuento chino, pero hay un virus que está coronado de fiebre y muerte. En este globo terráqueo en el que uno puede estar justo del otro lado en un par de horas, nos vemos asustados y preocupados por las noticias que nos llegan a través de todos los medios de comunicación y sucursales: El “Coronavirus” es una realidad que se va escribiendo minuto a minuto, con muerte y fotos de chinitos con barbijo.
Dólares son dolores. Nos acostumbramos a cobrar en pesos y a pensar en dólares. Bien pensado se la tuvo el ex director del Banco Nación Javier González Fraga para dar un mega millonario crédito sin pasar por el directorio del Banco a “Vicentín”, para que nuestra empresa (sí, es santafesina) diga -después de tres años de crecimiento continuo y precipitado- que no puede pagar semejante suma de dinero, entonces uno se pregunta: y la plata, ¿dónde está?
Ya Fraga, en una de las viejas entrevistas que dio, palabras más, palabras menos, dijo algo como “los pobres no pueden creerse que por tener celulares, auto e irse de vacaciones son ricos...”. Es que el agua no es como el aceite. Y si de aceite hablamos, hablamos de Vicentín.
Peiso, me dijeron, no hablés de política. Y yo, que soy incorregible, escribo de cosas políticas.
Total, todo pasa.